“Una voz grita en el desierto” (1, 3): el evangelio de Marcos, usando palabras del profeta Isaías, arranca con un grito, arranca con una voz que se pierde en el desierto.
Voz, grito y desierto: los elementos que nos invitan a vivir este tiempo de Adviento; las dimensiones simbólicas que aprontarán nuestro corazón para la Navidad.
La voz es algo único, extraordinario. El timbre de voz de cada ser humano es único, original, distinto; como una huella digital. Parece increíble; me asombra y me conmueve este hecho. Podemos reconocer la voz de los que amamos entre miles de voces.
El Espíritu también tiene voz: es una voz sutil, humilde, liviana. Aprender a reconocer la voz del Espíritu que nos habla al alma y desde el alma, es tarea de toda una vida. El Espíritu susurra. Su voz queda a menudo confiscada por los ruidos interiores y exteriores. Quiero enamorarme del susurro del Espíritu…
El tiempo de Adviento es tiempo de escucha. Este tiempo nos recuerda que lo esencial de la vida es la escucha. Es el primer mandamiento: “Escucha Israel” (Dt 6, 4). Desde la escucha podemos comprender, actuar, elegir; y solo desde la escucha podemos amar. Desde la escucha podemos vivir una vida plena y con sentido.
El grito expresa nuestra condición frágil, nuestras búsquedas de sentido y de vida plena.
Afirma con profunda belleza el psicoanalista italiano Massimo Recalcati:
“Todos hemos sido gritos que se pierden en la noche. Pero ¿qué es un grito? En el ámbito humano, expresa la exigencia de la vida de entrar en el orden del sentido, expresa la vida como llamada dirigida hacia el Otro. El grito busca en la soledad de la noche una respuesta en el Otro... La vida sólo puede entrar en el orden del sentido si el grito es aceptado por el Otro, por su presencia y por su capacidad de escucha.”
Somos “grito en la noche” porque existir es experimentar la separación para volver a lo Uno nunca perdido… somos grito, porque somos anhelo. Estamos acá para aprender y volver a Casa. Somos un grito que busca el Misterio, somos un grito en la noche, que anhela un amor eterno.
La voz del Espíritu a veces se hace grito también: para quebrar nuestra sordera, para fisurar las defensas del ego y quitarnos las máscaras. La vida se hace grito en nuestros dolores y nuestras angustias.
Tomemos consciencia del grito que nos habita, del grito que somos, del grito del Espíritu que nos llama desde dentro.
El desierto: extraordinario símbolo de la intimidad con Dios y, a la vez, de la angustia de su ausencia y la lucha contra nuestros demonios interiores. El desierto expresa el caminar existencial humano, entre el gozo de la unión con Dios y las angustias del camino: soledad, sed, cansancio, desesperanza.
¿Se escucha un grito en el desierto?
Por un lado, el silencio del desierto nos permite una profunda escucha. En el desierto puedo escuchar el susurro del Espíritu… y más aún, el grito… su grito y mi grito.
Por el otro en el desierto no hay nadie.
¿Quién escucha cuando no hay nadie para escuchar?
Si yo no estoy, no puedo escuchar. Si no estoy presente a mí mismo, ¿Cómo puedo escuchar? Si no amo el desierto, si no amo el silencio, ¿cómo escucho? ¿A quién escucho?
Solo en mi propia presencia consciente, se puede dar la escucha. Escucho la voz y escucho el grito, cuando estoy presente.
En el desierto tengo que estar yo: despierto, atento, pronto.
La voz del amado siempre, dulcemente, resuena: “¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas” (Can 2, 8).
Es la voz de tu consciencia, es la voz misma del Misterio que te habita. Es la voz del Maestro: voz serena y firme.
Es tu voz y su voz.
La escucha puede transformar tu vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario