“Mis ojos han visto la salvación”: así exulta el viejo sabio Simeón, tomando en sus brazos al niño Jesús.
¿Tus ojos han visto la salvación?
En esta fiesta de la Sagrada Familia, la iglesia nos presenta el texto de la presentación de Jesús al templo.
Es un texto hermoso, muy humano, tierno, sumamente integral; en el texto se entrelazan numerosas dimensiones: la niñez y la ancianidad, la familia, las tradiciones, la profecía, la alegría y el dolor, la luz, la admiración, la oración y la esperanza.
La frase de Simeón – “mis ojos han visto la salvación” – puede resumir muy bellamente nuestro texto y su mensaje central.
“Visión” y “salvación” son las dos palabras claves.
¿Qué es la salvación?
“Salvación” viene del latín “salus”, salud. La salvación expresa un estado de salud integral, de plenitud del ser. Este es el significado más profundo y significativo. Esperar simplemente una “salvación futura”, es desconocer el valor de la creación y de la existencia. Somos salvados cuando conectamos con nuestra esencia, con la Presencia divina que nos habita. Jesús es salvador porque nos revela lo que somos – nos muestra “nuestro rostro original”, diría el zen – y nos conecta con nuestra divina esencia, “hijos de Dios”.
Cuando vemos esto – la visión – no hay marcha atrás.
Cuando has visto, has visto, insiste la mística.
Cuando tocaste con mano la Presencia, cuando experimentaste en primera persona, cruzaste un puente que se derriba. No hay retorno. Has visto.
Es el “toque in-mediato”, es decir, sin mediación. Toda la mística apunta a este “toque inmediato”, porque sabe que es la clave, el giro de tuerca, el punto firme de todo camino espiritual.
Por eso la mística tiene siempre algo de crítica y de rebeldía – consciente o inconsciente – con los niveles institucionales de lo religioso. El nivel institucional se fundamenta y alimenta de la mediación, especialmente porque dicha mediación determina y ampara cierto poder y la posibilidad de manipular a las consciencias. Obviamente que los que detienen el poder institucional defienden su estatus, amparándose en una supuesta elección divina y así se cierra el circulo vicioso.
La mística insiste y propone como esencial, la experiencia directa y personal del Misterio, la visión.
La mística te preguntará, una y otra vez: ¿has visto? Si, ¡tú!: ¿Has visto?
Porque si tu no has visto, tu experiencia del Misterio será siempre gregaria, parcial, dependiente, temerosa y hasta infantil.
Es parte fundamental de la crisis del cristianismo y de las religiones en general.
El teólogo alemán Karl Rahner (1904-1984) – visionario justamente – lo había advertido hace unas décadas: “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales. Para tener el valor de mantener una relación inmediata con Dios, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana”.
Recuperar “el toque inmediato” es entonces prioritario: de esto depende la supervivencia de las religiones y, sobre todo, su incidencia en esta sociedad globalizada, en la cual vivimos.
Las mediaciones tienen sentido y valor en la medida que respeten la experiencia directa y personal y cuando se ponen a servicio de dicha experiencia.
“Mis ojos han visto la salvación”: Simeón está en paz, se puede ir en paz.
Cuando has visto, la paz es tu herencia, tu casa, tu vida. Más allá de todo.
Cuando has visto, estás en la salvación, en la plenitud.
Cuando has visto, el éxtasis te acompaña, el amor te lleva de la mano, la paz te sonríe en cada esquina.
Solo necesitamos ver. Busca ver. Desvívete por ver. Baja tus defensas, ábrete. Ve y ve.
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