sábado, 20 de enero de 2024

Marcos 1, 14-20


 


Comienzo de la Buena Noticia de Jesús”: así comienza el evangelio de Marcos y es justamente él que da origen al género literario “evangelio”: “buena noticia”.

 

La expresión “buena noticia” – “evangelio” – la encontramos repetida dos veces en nuestro texto.

 

Marcos asocia esta “buena noticia”, al Reino de Dios.

Hoy se asume con suficiente certeza que el anuncio del Reino de Dios, fue una de las claves y de las prioridades en la vida y en las enseñanzas del maestro de Nazaret.

 

La expresión central y más conocida, la encontramos justamente en Marcos y en nuestro texto: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (1, 15).

 

¿Qué es el Reino de Dios?

¿Qué es este Reino, que es una “buena noticia”?

 

La expresión “Reino de Dios” es, tal vez, una de las expresiones más estudiadas y más enigmáticas de todos los evangelios. Se escribieron ríos de tintas sobre esta expresión y, a veces, las opiniones son discordantes.

 

Como siempre, la invitación que nos viene de la sabiduría, nos invita a integrar y asumir y a evitar la separación, la división, la fragmentación.

 

La expresión “Reino de Dios” es polisémica, es decir, reúne varios significados.

 

Estos significados derivan y dependen del nivel de consciencia en el cual nos encontramos y, de toda forma, estos significados no se oponen, sino que pueden integrarse fecunda y armónicamente.

 

En orden de profundidad, de menos a más, descubrimos esencialmente tres significados o claves.

 

1)  La clave histórica

2)  La clave futura/profunda

3)  La clave mística

 

La clave histórica tiene que ver con el sueño de Jesús de un mundo más solidario, justo, fraterno. Un mundo sin guerras, sin violencia, sin egoísmo, sin pobreza. Esta clave histórica tiene cierto perfil utópico, perfil que nos recuerda nuestras limitaciones estructurales y que nos invita a caminar, a esforzarnos, a construir este mundo ideal desde nuestras posibilidades.

 

La clave futura/profunda nos recuerda que nuestra Patria no es esta: “En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar” (Jn 14, 2).

Estamos en el exilio, estamos en el éxodo. Estamos volviendo a Casa. Nuestra Casa esencial y común es el Espíritu. Estamos viviendo una experiencia humana, desde el Espíritu que somos y que nos habita. Esta experiencia humana se ve necesariamente condicionada por el espacio/tiempo y por la materia. La clave futura/profunda nos recuerda que, en este plano, todo es impermanente y nos invita a mirar más allá de lo aparente y lo superficial. Siempre hay un “más allá”.

 

La clave mística es la visión de la identidad. El “Reino de Dios” es lo que somos. Como recuerda el evangelista Lucas: “El Reino de Dios está en ustedes” (17, 21). Desde esta visión y comprensión, el “Reino de Dios” no es algo exterior, sino que expresa y revela nuestra eterna y divina identidad. El “Reino de Dios” es la certeza “de ser” y “del Ser”; es lo estable y eterno desde donde surge lo pasajero y el tiempo. Somos este espacio luminoso y consciente, donde la Vida se revela y se desarrolla.

 

Estas tres claves no se oponen: estamos llamados a integrarlas.

 

Desde esta integración, se comprende también mejor la expresión: “El Reino de Dios está cerca”. La cercanía del Reino no es, en su sentido más profundo, espacio-temporal. Es una cercanía ontológica, del ser: está cerca, porque es lo que tú eres y lo que anhelas ser. Está tan cerca, como tu corazón está cerca de tu cabeza, está tan cerca como tu propia alma.

Como afirma Rumi: “¡Oh, Dios grande!, mi alma con la tuya se ha mezclado, como el agua con el vino. ¿Quién puede separar el vino del agua?

El Reino está cerca, porque es tu propia esencia.

 

¡Oh maravilla!

 

Desde este descubrimiento y esta conexión con lo que somos, podemos vivir con entusiasmo y con pasión, las demás claves del Reino. Podemos comprometernos con alegría y confianza en la construcción de un mundo más justo, solidario y fraterno; sentimos toda la fuerza y el llamado a entregarnos para que este mundo sea más lindo, luminoso, pacifico.

Desde está conexión, podemos ver más en profundidad y mirar al futuro desde la serenidad y la plenitud del presente.  

 

Y, sobre todo, como los primeros discípulos de nuestro texto, podemos “dejar las redes” (1, 18).

 

“Dejamos las redes” de nuestros miedos, seguridades, apegos.

“Dejamos las redes” de lo ya sabido y conocido y de lo que “creíamos saber”.  

 

Dejar las redes es dejarse transformar por el Reino y empezar una vida nueva.

Dejar las redes es vivir asumiendo la incertidumbre y los riesgos.

Dejar las redes es abandonar los miedos y vivir desde la confianza.

Dejar las redes es vivir enamorados de la vida y atreverse.

Dejar las redes es comprometerse con la novedad y la frescura del Espíritu.

 

¡Dejemos las redes! ¡El Infinito Océano del Amor nos espera!

 

 

 

 

 

 

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