sábado, 15 de febrero de 2025

Lucas 6, 20-27


 

Hoy se nos regala el texto de las bienaventuranzas en la versión de Lucas, menos conocida que la de Mateo (5, 1-2). En realidad, el texto de Lucas no contiene solo bienaventuranzas, sino también “malaventuranzas”, los famosos “ay de ustedes”.

 

Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos” (6, 20): mientras el Jesús de Mateo se dirige a la multitud, el Jesús de Lucas se dirige a los discípulos. Estos pequeños detalles, nos revelan el perfil y el interés de cada evangelista.

 

Sintamos entonces esta mirada de Jesús sobre nosotros, sintamos la misteriosa mirada del Espíritu, que nos hace la verdad, nos estimula, nos cuestiona.

 

Nosotros somos pobres, hambrientos, lloramos.

Nosotros somos odiados, perseguidos, excluidos, insultados.

 

¿No es acaso nuestra experiencia?

 

¿No nos pasó o no nos pasa a lo largo de la vida de sentirnos así, por situaciones que ocurren afuera o adentro de nosotros?

 

¿Qué hacer cuando estamos atrapados en estas dolorosas vivencias?

 

¡Alégrense y llénense de gozo!” (6, 23), nos dice el Jesús de Lucas.

 

¡Qué misterio!

 

Es el misterio extraordinario de la vida, esta vida hermosa que se manifiesta a través de sus opuestos. La vida es esta mezcla de luces y sombras, alegría y dolor, nacimiento y muerte, inviernos y primaveras.

 

El secreto es encontrar lo Uno que abraza y sostiene la dualidad.

 

Las bienaventuranzas nos dicen que siempre el gozo es posible: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Juan 15, 11).

 

Existen distintos niveles de gozo y estamos acá para descubrir el nivel eterno, más profundo, invencible.

 

Hay un gozo invencible y esta es la experiencia de un hombre – el escritor francés Albert Camus (1913-1969) – que experimentó el dolor, la angustia y la tristeza y por eso su testimonio es aún más impactante:

 

En el medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible. En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible. En medio del caos me pareció que había dentro de mí una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta.

 

¿Descubriste ese “algo mejor” que te empuja desde dentro?

 

El evangelio nos invita a encontrar la eternidad en el tiempo, la vida en la muerte, la luz en la sombra.

El evangelio no es un analgésico superficial para nuestro dolor y la oscuridad del mundo; no nos propone soluciones paliativas o consolaciones efímeras.

El evangelio va a la raíz. Como todas las tradiciones religiosas y espirituales, cuando son bien entendidas y bien vividas.

 

Por eso Lucas introduce sus “ay de ustedes”: el Espíritu quiere despertarnos de nuestro letargo, de nuestra comodidad, de nuestra superficialidad.

 

Letargo, comodidad y superficialidad que son el reflejo de la sociedad occidental del bienestar. Es el gran peligro: buscar el bienestar por el bienestar. Es la tentación del sofá, de las redes, del netflix y de los spa.

 

La vida se nos regala para algo más grande que simplemente para buscar una relativa comodidad, hoy en día más escandalosa aun, cuando sigue imponente la brecha entre ricos y pobres, cuando hay millones de refugiados, cuando se gastan millones en armamentos, cuando la industria farmacéutica es a menudo corrupta, como la política, cuando la tecnología nos atrofia el cerebro y el cuerpo, intentando evitarnos todo esfuerzo, por más mínimo que sea.

 

Ay de ustedes”: ¡es hora de despertar! Hace dos mil años el apóstol Pablo ya lo anunció con fuerza: “Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rom 13, 11).

 

El gozo que nos habita es invencible.

La paz que nos habita es invencible.

La luz que nos habita es invencible.

 

El camino para encontrar lo invencible pasa por la oscuridad.

El camino para poseer el tesoro, pasa por la venta del campo (Mt 13, 44).

El camino hacia lo invencible pasa por la fragilidad y la derrota.

 

 

 


 

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