En este día en el cual recordamos a los fieles difuntos, el evangelio se centra, justamente, en el tema de la vida.
La muerte es uno de los grandes temas de la humanidad, juntos con el del dolor y del mal.
Dolor, mal y muerte constituyen la triada que, desde siempre, pone en crisis a la humanidad, cuestiona a los filósofos, desafía a los teólogos, angustia a los seres humanos.
Nos centramos, en nuestra reflexión de hoy, en el tema de la muerte, sea por la celebración actual y sea porque, “resuelto” el tema “muerte”, resulta más fácil abordar los otros dos temas.
Podríamos resumir todo el evangelio en esta extraordinaria sentencia de Jesús: “yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia” (10, 10).
Jesús ama la vida y nos revela al Dios de la vida. Nos revela que Dios es Vida y que la Vida es Dios.
La primera lectura, del libro de la Sabiduría, nos decía:
“Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz.”
“Parecían muertos”: la muerte es, en el fondo, una apariencia. La muerte no afecta lo real: estamos en las manos de Dios, estamos en la paz. Por eso que Jesús hablaba de la muerte en términos de “sueño”: “la niña no está muerta, solo duerme” (Lc 8, 52), dice de la hija del jefe de la sinagoga.
Jesús, fiel y enraizado en toda la tradición bíblica y en la fe de su pueblo, nos revela a un Dios que ama la vida y quiere la vida para todos.
En el Génesis se nos dice: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (2, 7).
Y dice el salmo: “En ti está la fuente de la vida” (36, 10).
Dios no deja de soplar vida. Ahora, desde siempre y para siempre.
Maestro Eckhart tiene una imagen muy fuerte: “¿Qué hace Dios todo el día? Dios engendra. Desde toda la eternidad Dios está sobre el lecho de las parturientas y engendra.”
Por eso Jesús ama la vida, esta vida. En esta vida Jesús encuentra a Dios: en los pájaros del cielo y en los lirios del campo, en la levadura en la masa y en el grano de mostaza. Y donde la vida mengua – en los pobres, en los que sufren, en los excluidos, – Jesús se hace presente y sopla el Espíritu vivificante.
Jesús levanta la vida y abre a la vida: kum y efatá. Son de las pocas palabras hebreas que encontramos en el evangelio y que son claves para comprender todo su mensaje.
Podemos leer todo el evangelio, toda la vida y enseñanza de Jesús a partir de estas palabras. Jesús no habla de salvación en los términos abstractos de la cultura y de la filosofía griega, “salvación” como liberación del alma del cuerpo. En arameo no existe la palabra “salvación” con este sentido y por eso, Jesús, no la pudo haber utilizado. Jesús habla de vida, de vivificar. Donde en los evangelios encontramos “salvación”, podemos entender “dar vida o vivificar”.
Es la idea que encontramos en nuestro texto: “Yo soy la resurrección y la vida” (11, 25): Juan utiliza, en este caso, para decir “vida”, el termino griego zoé. “Zoé” se refiere justamente a la vida como vida vivificante, vida viva, la vida que brota del manantial fresco y perenne: “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva” (Jn 7, 37-38).
Juan tiene otros términos para referirse a la vida: bios y psiqué. “Bios” se refiere a la simple vida biológica, mientras “psiqué” se refiere a la vida emocional/afectiva, a la mente y a la voluntad: es la vida psíquica del ser humano. Pero a Jesús le interesa más que nada la “zoé”: la vida viva, la vida que da fruto, la vida divina y abundante que se nos regala. Es el termino, por mucho, más usado por Juan, para expresar la “vida”.
Jesús mismo vive lo paradójico de esta vida, no se escapa del destino humano de la contradicción: por un lado, sabe muy bien que la “muerte es un sueño”, que no es real, que no afecta lo que somos; y por el otro ama esta vida, no quiere morir: en la agonía del Getsemaní, aparece claramente este aferrarse de Jesús a esta vida.
Jesús marca admirable y espléndidamente nuestro camino: amar la vida, vivir la vida con pasión, dar fruto y, cuando llegue la hora del “sueño de la muerte”, entregar la vida a Dios con total confianza, desde la certeza que nacimos en la Vida, vivimos en la Vida, morimos en la Vida.
