“Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza” (5, 18): ¡a Jesús le gustaban los cabellos! En otra oportunidad dijo: “Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros” (Lc 12, 7).
¡Es interesante notar como Jesús asocia siempre los cabellos a la confianza!
No podemos olvidar el bellísimo gesto de la prostituta: “colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume” (Lc 7, 38). También acá los cabellos se sitúan en un contexto de extrema confianza y ternura.
El cabello, como todo del resto, tiene su lado luminoso y su lado oscuro: por un lado, nos protege la cabeza expresando belleza y vitalidad y por el otro es algo muy delicado y muy frágil. Un poco de estrés o una tiroides que no funciona bien, y el cabello se cae… sin decir, lo tenemos claro, que se cae también con el paso de los años.
Se acerca el Adviento y los textos evangélicos que se proponen para nuestra reflexión, reflejan el género apocalíptico: un recurso literario que nos invita a ser conscientes de la brevedad de los tiempos, de la presencia de conflictos y de la necesidad de la fidelidad y la vigilancia.
Nos vienen muy bien estos textos porque, aunque la humanidad desde siempre experimenta la incertidumbre, la brevedad del tiempo y los conflictos, este tiempo que se nos regala vivir tiene, sin duda, un tinte especial y muy fuerte.
Estamos en un cambio de época, estamos en una época bisagra: ¿lo podemos ver?
La decadencia del sistema político es notoria: sospecho que la mayoría de los gobernantes no pasarían indemnes a una evaluación psiquiátrica. La crisis de las religiones, también es evidente: estancamiento, anacronismo, exterioridad, hipocresía.
Siguen los conflictos, aumenta la pobreza, la contaminación del planeta es brutal, seguimos lanzándonos bombas los unos a los otros.
Sin embargo, vamos evolucionando. La evolución de la consciencia es imparable. El Espíritu no se somete a nuestra estupidez y sigue abriendo puertas, sigue desarmando egos, sigue sembrando luz y esperanza.
Los caminos de Dios, no son los nuestros. Ya lo había escuchado y transmitido Isaías, hace dos mil quinientos años: “Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (55, 9).
En esta época incierta, la humanidad tiene que soltar la necesidad compulsiva de control y aprender a confiar: la ciencia y la racionalidad no colmaron las expectativas y los delirios humanos de omnipotencia y tampoco lo hará la era tecnológica y tecnocrática.
En este cambio de época, la humanidad está llamada a desarrollar la visión espiritual, a ver mejor, a ver más en profundidad. Necesitamos cambiar nuestra cosmovisión, integrando todas y cada una de las dimensiones.
Creemos saber, y el Espíritu nos revela nuestra ignorancia.
Queremos controlar la vida, y el Espíritu nos desarma y nos sorprende.
Creemos saber lo que es el amor, y el Espíritu nos cuestiona y nos muestra otra cara del amor.
En esta época incierta, a nivel individual y social, Jesús nos dice: “Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.”
Ni siquiera uno: no hay detalle que se escape a la vista de Dios. No hay detalle que Dios no sostenga con amor y ternura. No hay detalle que no esté envuelto en su misericordia. Nada se escapa de su mano.
Dijo el rabino Shimón, en el Midrash: “Cada brizna de hierba que hay en el mundo tiene su ángel en el cielo que la golpea en la cabeza y le dice: ¡Crece!.”
Nuestra esencia y nuestra belleza están siempre a salvo: desde siempre y para siempre. Somos revelación de Dios, somos amor, somos uno con Él, desde Él, por Él, hacia Él.
Esta es la raíz de la confianza. Esta, también, es la raíz de la visión.
¿Cómo vivir este tiempo, entonces?
Confiando, en primer lugar.
Saliendo de la queja, del apuro, de la esclavitud del pensamiento.
No perdiendo el tiempo en discusiones inútiles, dejando los juicios, renunciando a la estupidez.
Estando más atentos al Espíritu.
Sembrando calma, luz, sabiduría. Escuchando el silencio.
En síntesis: viviendo conectados.
No al wifi, sino a nuestro ser y al Espíritu que nos habita.
El Espíritu nos está mostrando que estamos desconectados de lo que somos y que, el despertar espiritual y la evolución de la consciencia, van de la mano de la conexión.

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