sábado, 22 de noviembre de 2025

Lucas 23, 35-43

 


Celebramos hoy la fiesta de “Jesucristo rey del universo” y el domingo que viene comenzará un nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento.

 

Esta fiesta suena bastante extraña y anacrónica. Debemos profundizar sin dejarnos llevar simplemente por la devoción o lo sentimental.

 

¿Qué significa que Jesús es rey?

¿Qué sentido tiene esta fiesta para nosotros hoy?

 

Una primera comprensión pasa necesariamente por conectar “Jesús rey” con el “Reino de Dios.”

 

El anuncio y la predicación del Reino de Dios es central en la vida del rabino de Nazaret: Jesús anuncia el Reino, nos invita a entrar en el Reino, nos advierte de la presencia del Reino.

 

El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15): el Reino está cerca, disponible, al alcance de la mano, a la distancia de un “si”.

 

Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está en/entre ustedes” (Lc 17, 20-21): el Reino es Presencia, en nuestro interior y entre nosotros. El Reino es el respiro vital que todo une.

 

El Reino de Dios, entonces, no es un lugar físico, no es tampoco una utopía futura. El Reino es un estado de consciencia, es una forma de vivir, una forma de ver. El Reino de Dios es una experiencia.

En este sentido, “Jesús es rey”, porque nos muestra la puerta siempre abierta de ese Reino. Sus parábolas lo reiteran: el Reino es un banquete abierto a todos y siempre disponible. El Reino es una fiesta, la fiesta de la vida. Todos invitados a este banquete: también el hijo mayor de la parábola que no quiere entrar (Lc 15, 28).

 

Desde un lugar más místico, me gustaría referir el Reino y Jesús rey a la lectura de Pablo que la liturgia nos propone hoy: Colosenses 1, 17-23 (los invito a leer el texto).

 

La visión de Pablo es cósmica. En sus cartas, Pablo insiste sobre la dimensión universal y cósmica de Cristo. Esta visión cósmica es característica de muchos místicos. En la actualidad, el que más trabajó teológicamente esta dimensión, es Teilhard de Chardin: “¡Oh, sí, Jesús, yo lo creo y quiero proclamarlo sobre los tejados y las plazas públicas, no sólo eres el Dueño exterior de las cosas y el esplendor incomunicable del Universo: más que todo esto, eres la influencia dominante que nos penetra, nos posee, nos atrae, por la médula de nuestros deseos más imperiosos y más profundos; eres el Ser cósmico que nos envuelve y nos consume en la perfección de su Unidad!

 

La mística es, propiamente, el camino que nos permite desarrollar una visión más penetrante y universal. La visión mística nos invita a salir del aislamiento y el particularismo.

Desde esta visión podemos interpretar Jesús rey, en el sentido del Logos eterno del prólogo de San Juan y del Cristo interior de los místicos: Cristo es la razón de ser de todo lo que existe, es el sentido oculto y definitivo de la creación, es el alfa y el omega de todo lo que existe. Todo empieza por Cristo, se sostiene en Cristo, tiende hacia Cristo y encuentra su reposo y su plenitud en Cristo.

 

En esta extraordinaria visión y experiencia, todo encuentra su valor y su sentido: la revelación de Dios en la historia y en las religiones, el misterio del mal, el dolor, el camino personal e individual de cada ser humano.

 

En este sentido, Jesús es rey y más que rey. Lo es todo y, en él, somos también reyes, ya que el Cristo interior es nuestra verdad más profunda.

 

Podemos ahora volver a la pregunta inicial:

¿Qué sentido tiene esta fiesta para nosotros hoy?

 

Esta fiesta nos invita a transformar nuestra visión. Nos invita a abrir el corazón a la dimensión cósmica de la vida y a penetrar en nuestra intimidad para conectar con el Cristo interior.

Esta fiesta nos invita a abrazar la vida en su totalidad, a vivir en la Presencia de Dios, a encontrar el sentido oculto de los acontecimientos a la luz de Cristo.

Esta fiesta nos invita a dejarnos absorber por el Cristo interior y cósmico, a dejarnos vivir por él.

 

Nos invita a repetir con Pablo: “no soy yo que vivo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20).

 


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