miércoles, 9 de mayo de 2018

Himno al Silencio: casa de la luz




El Silencio es la casa de la luz.
Surge la luz del profundo silencio y regresa a su silencioso hogar.
La luz habita el Silencio.

Si nuestro amado y bello mundo no ve la luz es porque se ha perdido y no está en casa. Está afuera, disperso e inquieto.
Está afuera buscando la luz que reposa en la casa.

Solo el profundo y eterno Silencio engendra luz.
Es su casa y su hogar: el lugar donde la luz descansa y, como por milagro, expande su brillo. Vive del Silencio la luz.

El Silencio es lo único siempre estable e indestructible.
Siempre entero y siempre presente.
Es el Amigo fiel.
Basta un instante de pura conciencia para conectar con Él.

El Silencio es también nuestra casa, donde convivimos con la luz.
Es la casa segura y sólida donde lo Uno respira:
casa, luz, Dios y mundo.
Todo une el Silencio en su eterno y cálido abrazo.

El Silencio es nuestro escudo y armadura.
Es invencible el Silencio y en Él mora la paz.
Silencio y Paz van de la mano, cual pareja inseparable.

Es tu raíz y tu vida el Silencio, no lo descuides.
No lo abandones y entrégate.
Todo pasa, el Silencio queda,
como expresión más auténtica del Amor.

Respira el Silencio y déjate respirar. Escúchalo y amalo.
El Silencio siempre te dice la verdad,
sobre ti mismo y sobre el mundo.

Por doquier la luz brilla surgiendo del Silencio:
si estás abierto y atento te darás cuenta.
Por doquier el Silencio nos regala la paz,
nos ofrece abrigo y consuelo.

Nos regala el ser el Silencio y nos invita a la mesa.
Mesa compartida con la humanidad:
pan y sonrisas para todos.

El Silencio es nuestra verdadera esencia que está más allá del callar y del hablar, más allá de cualquier palabra, sonido, imagen.
Siempre más allá… esperando y recibiendo todo y todos.

El Silencio profundo es nuestro refugio.
Tomemos refugio en el Silencio.
Tomemos refugio cuando el pensar y el sentir nos acechan y persiguen.
El Silencio nos custodia, nos sostiene, nos aquieta.

Es nuestro hogar y nuestra casa el Silencio.
Ahí somos luz y cohabitamos con la luz.
Entremos, pues, en esta casa.
Entremos y dejemos que el Silencio nos fecunde
y convierta en poesía el ser y la vida.


domingo, 6 de mayo de 2018

Juan 15, 9-17



Seguimos leyendo el capitulo 15 de Juan. El texto de hoy es la continuación de lo que leímos el domingo pasado.
Es un texto para leer pausada y detenidamente, saboreando cada expresión y palabras.

Subrayo tres ejes del texto y se los comparto con mucha alegría.

1)   Permanecer en el amor
El verbo griego “ménein” es uno de los más usados y amados por Juan. Significa: “estar”, “morar”, “permanecer”. Subraya la idea de “estar-con” en un sentido estable y duradero, hasta llegar a ser “uno” con quien se permanece. Sin duda Juan eligió el mejor verbo para expresar la experiencia espiritual de Jesús y lo central de su vida y su mensaje. Seguir a Jesús y ser cristiano es permanecer en el amor. Lo demás es secundario, siempre. Como afirma José Antonio Pagola: “ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor”. La iglesia en muchos casos y a lo largo de su historia lo ha olvidado. El mismo Pagola afirma: “aquello que un día fue «Buena Noticia», porque anunciaba a las gentes «el amor insondable de Dios», se ha convertido para bastantes en la mala noticia de un Dios amenazador, que es rechazado casi instintivamente porque no deja ser ni vivir.

Permanecer en el amor es hacer del amor el centro de nuestra existencia. Permanecer en el amor es darnos cuenta del Amor que nos habita, nos sostiene y nos conforma a cada momento. Sin esta experiencia fundante amar al prójimo será una hazaña prácticamente imposible y nos volveremos jueces de los demás.
Permanecer en el amor es comprender que el Amor es relación y que toda relación sana descubre y construye el amor.
La relación es lo absoluto, todo lo demás es relativo. En otras palabras: solo el Amor es.
Construir y cuidar las relaciones, entonces, es vivir en Dios.
Por eso Jesús habla de la amistad.

2)  La amistad
¡Qué maravilla la amistad! Sin duda una de las experiencias más hermosas de nuestra experiencia humana. Jesús usa la imagen y la experiencia humana de la amistad para expresar algo del Misterio de Dios.
La auténtica amistad es una experiencia de relación pura y desinteresada. Parecería amor en el estado más alto, tal vez aún más que en la relación de pareja o conyugal. También es cierto que una relación de pareja sin amistad no puede permanecer.
Es muy sugerente que Jesús diga: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (15, 13)…no dice “por el esposo/a”.
La amistad es puro amor porque no hay lazos de sangre que, de cierta manera, atan.

Un texto del teólogo español José María Castillo – hace pocos días el Papa Francisco se encontró con él y lo felicitó por sus libros – ilumina muy bien lo que venimos diciendo: “El criterio de Jesús es que las buenas relaciones humanas son el único medio posible para que sean buenas también nuestras relaciones con lo que llamamos «lo divino». Da la impresión, oyendo a Jesús, que lo humano y lo divino está todo tan unido, tan mezclado, tan fundido, tan hecho una sola cosa, que no es posible ni pensar que estamos en buena relación con Jesús o con el Padre, si las relaciones entre nosotros los humanos no están claras, ni son limpias, ni transparentes.

El camino de la amistad y las buenas relaciones son el camino hacia un Dios que desde siempre es el Amigo generador de vida plena.
Personalmente no necesito en primer lugar de alguien que me predique y me ilumine con documentos y consejos varios. Necesito y me hace bien que me escuchen, me abracen cuando lo necesito, me miren con cariño, me acepten de manera incondicional.
Y me parece que todo esto hacía Jesús y es lo que necesita nuestro mundo, nuestras sociedades, nuestros barrios y nuestros niños. Simples y fundamentales realidades que también intento vivir en mi cotidianidad.
Decía brillantemente el teólogo peruano Gustavo Gutierrez: “anunciar el evangelio es hacer amigos”. ¡Puedo decir que anuncié el evangelio! Me siento bendecido por tantos amigos y amigas incondicionales. Gracias a cada uno en este día.
Sigamos construyendo y generando amistad.

3)  La alegría
Jesús en el texto de hoy nos regala su alegría y nos invita a vivir la plenitud de la alegría. La alegría es, tal vez, el testimonio primordial y más urgente del cristiano.
Decía ya hace un tiempo el filosofo alemán Friedrich Nietzsche reprochando a los cristianos: “Tendrían que cantarme cantos más alegres. Sería necesario que tuvieran rostros de salvados para que creyera en su Salvador.
Un rostro enamorado es un rostro alegre. Un rostro que refleja la luz de Cristo es un rostro alegre. Un rostro que se sabe y se siente amado es un rostro alegre.
Descubrir el Amor es descubrir la alegría. Y la verdadera alegría poco tiene que ver con la euforia o con reírse todo el día.
La verdadera alegría es la melodía de fondo de la vida. Melodía que nos acompaña también en lo momentos duros de la existencia.
La alegría brota del descubrimiento de la paz que nos define más allá del pensamiento y las emociones. No hay alegría sin paz.
Hay una paz siempre presente en nuestro ser más profundo: conectar con esa paz es la fuente de la verdadera alegría.


viernes, 4 de mayo de 2018

Descalzo








Descalzo



Ando descalzo por la hermosa tierra
casi sin rumbo y sin destino,
simplemente siendo,
hecho barro y profecía.

Ando descalzo con mi gente,
¡sediento del dolor 
que nutre pájaros y hombres!
Trasegando paz y rostros.

Descalzo con mi silencio,
sólida cueva donde la luz respira,
me atrevo a vivir:
frágil amanecer totalmente entregado.

Descalzo puedo oler la tierra, 
liberando caminos nuevos
entre sangre y perfumes.

Besando el existir, una y otra vez.

sábado, 28 de abril de 2018

Juan 15, 1-8



El capitulo quince de Juan es una verdadera joya. Con su habitual maestría Juan nos conduce de la mano en la vivencia del Misterio a través de símbolos, imágenes, metáforas.
El texto de hoy nos presenta la conocida imagen de la vid y los sarmientos.

Vid, viña y vino recorren simbólicamente la Escritura regalándonos y revelándonos un rostro fascinante de la divinidad marcado por la alegría, la abundancia, la fiesta.
El Maestro de Nazaret recupera toda la tradición bíblica de la vid y el vino para comunicarnos su experiencia del Padre.

Me encanta caminar por los viñedos y observar esta hermosa planta: los matices de colores de las hojas en otoño, las andanzas creativas de los sarmientos en primavera, la belleza de los racimos de uva en el verano, la digna desnudez del invierno.
Sospecho que Jesús estaba enamorado de esta planta y sin duda le gustaba el vino, tanto que lo eligió como elemento festivo y celebrativo de su presencia eucarística.
Vid y sarmientos expresan maravillosa y brillantemente la sabiduría mística de la unidad: no existen por separado y no hay uno sin el otro.
El sarmiento es también vid, aunque pueda percibirse a sí mismo como sarmiento. También nosotros podemos “separar” vid y sarmientos conceptualmente, pero en realidad coexisten y en la realidad son inseparables. Un sarmiento cortado en realidad es un cadáver de sarmiento y se echa al fuego, como el mismo Jesús dice.

Tal vez Jesús no encontró imagen mejor para decir su experiencia y revelarnos el núcleo de lo real: somos uno con la divinidad. Dicho en términos cristianos: “hijos de Dios”. Todavía – después de dos mil años – no hemos comprendido el alcance de lo que significa esta expresión.
Y parece algo extraño, cuando la Palabra de Dios lo afirma a claras letras:

¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.” (1 Jn 3, 1-2).

Posiblemente el miedo a algo tan extraordiario y grande nos impidió reconocer esta verdad y asumirla.
Como afirma lúcida y valientemenre Javier Melloni: “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos”
Es el Misterio de la “divino-humanidad” que la espiritualidad cristiana ortodoxa tanto ama e investiga. Teólogos y santos del talle de Simeón el Nuevo Teólogo, Nicolás Cabasilas, Gregorio Palamas, Paul Evdokimov, Sergej Bulgakov, Pavel Florenskij, Dumitru Staniloae tienen páginas hermosas sobre este misterio.

Es el Misterio de toda mística y todo silencio que no nos atrevemos a decir.
Es el Misterio del Ser que toda la filosofía investigó, entre angustias, esperanzas y aciertos.
Es el Misterio último de lo real: abismo de luz desde el cual, nuestro ojos enfermos, siguen escapando y rechazando. Demasiada luz.
Es hora de despertar a la maravillosa belleza que el evangelio nos regaló. Es hora de dejarse atrapar por la Conciencia del Cristo.
Es hora de salir de la cueva del miedo y de la esclavitud donde nos encierran doctrinas y morales hechas a medida humanas, siempre a partir del miedo y del deseo de control y de poder.
Cuando doctrina y moral preceden la vida solo generan sufrimiento, como la historia enseña.
Es hora de devolver el primado absoluto a la Vida y a la Luz y de poner doctrina y moral a su servicio.

Jesús te devuelve a ti mismo, a tu verdad, a tu dignidad, a tu belleza.
Vid y sarmiento expresan todo esto: y no quita nada al Misterio insondable e indecible de Dios y a nuestra frágil y limitada experiencia humana. Nada ni nadie agota el Misterio.
Es el Amor Infinito que se achica en su tremenda e inimaginable misericordia y se manifiesta en nuestra carne y nuestra historia.
Carne e historia que necesitan ser podadas.
La poda: otra exquisita imagen que Juan nos ofrece. Toda experiencia de dolor es, en realidad, poda.
La Vida nos poda para que despertemos, para que podamos salir de la cueva del miedo y de la esclavitud del ego.
El Dios que es Vida poda nuestra carne y nuestra historia – individual y colectiva – para que los frutos sean más abundantes y sabrosos.
El dolor de la poda nos empuja a vivir una vida más real y más autentica. Purifica nuestros deseos infantiles y superficiales para que nos demos por fin cuenta del Amor que nos convoca, nos sostiene, nos engendra y nos conforma.







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