El capitulo quince de Juan es una
verdadera joya. Con su habitual maestría Juan nos conduce de la mano en la
vivencia del Misterio a través de símbolos, imágenes, metáforas.
El texto de hoy nos presenta la conocida
imagen de la vid y los sarmientos.
Vid, viña y vino recorren simbólicamente
la Escritura regalándonos y revelándonos un rostro fascinante de la divinidad
marcado por la alegría, la abundancia, la fiesta.
El Maestro de Nazaret recupera toda la
tradición bíblica de la vid y el vino para comunicarnos su experiencia del
Padre.
Me encanta caminar por los viñedos y
observar esta hermosa planta: los matices de colores de las hojas en otoño, las
andanzas creativas de los sarmientos en primavera, la belleza de los racimos de
uva en el verano, la digna desnudez del invierno.
Sospecho que Jesús estaba enamorado de
esta planta y sin duda le gustaba el vino, tanto que lo eligió como elemento
festivo y celebrativo de su presencia eucarística.
Vid y sarmientos expresan maravillosa y
brillantemente la sabiduría mística de la unidad: no existen por separado y no
hay uno sin el otro.
El sarmiento es también vid, aunque
pueda percibirse a sí mismo como sarmiento. También nosotros podemos “separar”
vid y sarmientos conceptualmente, pero en realidad coexisten y en la realidad
son inseparables. Un sarmiento cortado en realidad es un cadáver de sarmiento y
se echa al fuego, como el mismo Jesús dice.
Tal vez Jesús no encontró imagen mejor
para decir su experiencia y revelarnos el núcleo de lo real: somos uno con la
divinidad. Dicho en términos cristianos: “hijos
de Dios”. Todavía – después de dos mil años – no hemos comprendido el
alcance de lo que significa esta expresión.
Y parece algo extraño, cuando la Palabra
de Dios lo afirma a claras letras:
“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de
Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos
reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos
míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha
manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.” (1 Jn 3, 1-2).
Posiblemente el miedo a algo
tan extraordiario y grande nos impidió reconocer esta verdad y asumirla.
Como afirma lúcida y
valientemenre Javier Melloni: “Jesús es plenamente
Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el
miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos”
Es el Misterio de la “divino-humanidad” que la espiritualidad cristiana
ortodoxa tanto ama e investiga. Teólogos y santos
del talle de Simeón el Nuevo Teólogo, Nicolás Cabasilas, Gregorio Palamas, Paul
Evdokimov, Sergej Bulgakov, Pavel Florenskij, Dumitru Staniloae tienen páginas
hermosas sobre este misterio.
Es el Misterio de
toda mística y todo silencio que no nos atrevemos a decir.
Es el Misterio del
Ser que toda la filosofía investigó, entre angustias, esperanzas y aciertos.
Es el Misterio último
de lo real: abismo de luz desde el cual, nuestro ojos enfermos, siguen
escapando y rechazando. Demasiada luz.
Es hora de
despertar a la maravillosa belleza que el evangelio nos regaló. Es hora de
dejarse atrapar por la Conciencia del Cristo.
Es hora de salir de
la cueva del miedo y de la esclavitud donde nos encierran doctrinas y morales
hechas a medida humanas, siempre a partir del miedo y del deseo de control y de
poder.
Cuando doctrina y
moral preceden la vida solo generan sufrimiento, como la historia enseña.
Es hora de devolver
el primado absoluto a la Vida y a la Luz y de poner doctrina y moral a su
servicio.
Jesús te devuelve a
ti mismo, a tu verdad, a tu dignidad, a tu belleza.
Vid y sarmiento
expresan todo esto: y no quita nada al Misterio insondable e indecible de Dios
y a nuestra frágil y limitada experiencia humana. Nada ni nadie agota el
Misterio.
Es el Amor Infinito
que se achica en su tremenda e inimaginable misericordia y se manifiesta en
nuestra carne y nuestra historia.
Carne e historia
que necesitan ser podadas.
La poda: otra
exquisita imagen que Juan nos ofrece. Toda experiencia de dolor es, en
realidad, poda.
La Vida nos poda
para que despertemos, para que podamos salir de la cueva del miedo y de la
esclavitud del ego.
El Dios que es Vida
poda nuestra carne y nuestra historia – individual y colectiva – para que los
frutos sean más abundantes y sabrosos.
El dolor de la poda
nos empuja a vivir una vida más real y más autentica. Purifica nuestros deseos
infantiles y superficiales para que nos demos por fin cuenta del Amor que nos
convoca, nos sostiene, nos engendra y nos conforma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario