Seguimos leyendo el capitulo 15 de Juan.
El texto de hoy es la continuación de lo que leímos el domingo pasado.
Es un texto para leer pausada y
detenidamente, saboreando cada expresión y palabras.
Subrayo tres ejes del texto y se los
comparto con mucha alegría.
1)
Permanecer
en el amor
El verbo griego “ménein” es uno de los más usados y amados por Juan. Significa:
“estar”, “morar”, “permanecer”. Subraya la idea de “estar-con” en un sentido estable y duradero, hasta llegar a ser
“uno” con quien se permanece. Sin duda Juan eligió el mejor verbo para expresar
la experiencia espiritual de Jesús y lo central de su vida y su mensaje. Seguir
a Jesús y ser cristiano es permanecer en el amor. Lo demás es secundario,
siempre. Como afirma José Antonio Pagola: “ser
cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor”.
La iglesia en muchos casos y a lo largo de su historia lo ha olvidado. El mismo
Pagola afirma: “aquello que un día fue
«Buena Noticia», porque anunciaba a las gentes «el amor insondable de Dios», se
ha convertido para bastantes en la mala noticia de un Dios amenazador, que es
rechazado casi instintivamente porque no deja ser ni vivir.”
Permanecer en el amor es hacer del amor
el centro de nuestra existencia. Permanecer en el amor es darnos cuenta del
Amor que nos habita, nos sostiene y nos conforma a cada momento. Sin esta
experiencia fundante amar al prójimo será una hazaña prácticamente imposible y
nos volveremos jueces de los demás.
Permanecer en el amor es comprender que
el Amor es relación y que toda relación sana descubre y construye el amor.
La relación es lo absoluto, todo lo
demás es relativo. En otras palabras: solo el Amor es.
Construir y cuidar las relaciones,
entonces, es vivir en Dios.
Por eso Jesús habla de la amistad.
2) La amistad
¡Qué maravilla la amistad! Sin duda una
de las experiencias más hermosas de nuestra experiencia humana. Jesús usa la
imagen y la experiencia humana de la amistad para expresar algo del Misterio de
Dios.
La auténtica amistad es una experiencia
de relación pura y desinteresada.
Parecería amor en el estado más alto, tal vez aún más que en la relación de pareja
o conyugal. También es cierto que una relación de pareja sin amistad no puede
permanecer.
Es muy sugerente que Jesús diga: “No hay amor más grande que
dar la vida por los amigos” (15, 13)…no dice “por el
esposo/a”.
La amistad es puro amor
porque no hay lazos de sangre que, de cierta manera, atan.
Un texto del teólogo español José María
Castillo – hace pocos días el Papa Francisco se encontró con él y lo felicitó
por sus libros – ilumina muy bien lo que venimos diciendo: “El criterio de Jesús es que las buenas
relaciones humanas son el único medio posible para que sean buenas también
nuestras relaciones con lo que llamamos «lo divino». Da la impresión, oyendo a
Jesús, que lo humano y lo divino está todo tan unido, tan mezclado, tan
fundido, tan hecho una sola cosa, que no es posible ni pensar que estamos en
buena relación con Jesús o con el Padre, si las relaciones entre nosotros los
humanos no están claras, ni son limpias, ni transparentes.”
El camino de la amistad y las buenas
relaciones son el camino hacia un Dios que desde siempre es el Amigo generador
de vida plena.
Personalmente no necesito en primer
lugar de alguien que me predique y me ilumine con documentos y consejos varios.
Necesito y me hace bien que me escuchen, me abracen cuando lo necesito, me miren
con cariño, me acepten de manera incondicional.
Y me parece que todo esto hacía Jesús y
es lo que necesita nuestro mundo, nuestras sociedades, nuestros barrios y
nuestros niños. Simples y fundamentales realidades que también intento vivir en
mi cotidianidad.
Decía brillantemente el teólogo peruano
Gustavo Gutierrez: “anunciar el evangelio
es hacer amigos”. ¡Puedo decir que anuncié el evangelio! Me siento
bendecido por tantos amigos y amigas incondicionales. Gracias a cada uno en
este día.
Sigamos construyendo y generando
amistad.
3) La alegría
Jesús en el texto de hoy nos regala su
alegría y nos invita a vivir la plenitud de la alegría. La alegría es, tal vez,
el testimonio primordial y más urgente del cristiano.
Decía ya hace un tiempo el filosofo
alemán Friedrich Nietzsche reprochando a los cristianos: “Tendrían que cantarme cantos más alegres. Sería necesario que tuvieran
rostros de salvados para que creyera en su Salvador.”
Un rostro enamorado es un rostro alegre.
Un rostro que refleja la luz de Cristo es un rostro alegre. Un rostro que se
sabe y se siente amado es un rostro alegre.
Descubrir el Amor es descubrir la
alegría. Y la verdadera alegría poco tiene que ver con la euforia o con reírse
todo el día.
La verdadera alegría es la melodía de
fondo de la vida. Melodía que nos acompaña también en lo momentos duros de la
existencia.
La alegría brota del descubrimiento de
la paz que nos define más allá del pensamiento y las emociones. No hay alegría
sin paz.
Hay una paz siempre presente en nuestro
ser más profundo: conectar con esa paz es la fuente de la verdadera alegría.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario