domingo, 6 de mayo de 2018

Juan 15, 9-17



Seguimos leyendo el capitulo 15 de Juan. El texto de hoy es la continuación de lo que leímos el domingo pasado.
Es un texto para leer pausada y detenidamente, saboreando cada expresión y palabras.

Subrayo tres ejes del texto y se los comparto con mucha alegría.

1)   Permanecer en el amor
El verbo griego “ménein” es uno de los más usados y amados por Juan. Significa: “estar”, “morar”, “permanecer”. Subraya la idea de “estar-con” en un sentido estable y duradero, hasta llegar a ser “uno” con quien se permanece. Sin duda Juan eligió el mejor verbo para expresar la experiencia espiritual de Jesús y lo central de su vida y su mensaje. Seguir a Jesús y ser cristiano es permanecer en el amor. Lo demás es secundario, siempre. Como afirma José Antonio Pagola: “ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor”. La iglesia en muchos casos y a lo largo de su historia lo ha olvidado. El mismo Pagola afirma: “aquello que un día fue «Buena Noticia», porque anunciaba a las gentes «el amor insondable de Dios», se ha convertido para bastantes en la mala noticia de un Dios amenazador, que es rechazado casi instintivamente porque no deja ser ni vivir.

Permanecer en el amor es hacer del amor el centro de nuestra existencia. Permanecer en el amor es darnos cuenta del Amor que nos habita, nos sostiene y nos conforma a cada momento. Sin esta experiencia fundante amar al prójimo será una hazaña prácticamente imposible y nos volveremos jueces de los demás.
Permanecer en el amor es comprender que el Amor es relación y que toda relación sana descubre y construye el amor.
La relación es lo absoluto, todo lo demás es relativo. En otras palabras: solo el Amor es.
Construir y cuidar las relaciones, entonces, es vivir en Dios.
Por eso Jesús habla de la amistad.

2)  La amistad
¡Qué maravilla la amistad! Sin duda una de las experiencias más hermosas de nuestra experiencia humana. Jesús usa la imagen y la experiencia humana de la amistad para expresar algo del Misterio de Dios.
La auténtica amistad es una experiencia de relación pura y desinteresada. Parecería amor en el estado más alto, tal vez aún más que en la relación de pareja o conyugal. También es cierto que una relación de pareja sin amistad no puede permanecer.
Es muy sugerente que Jesús diga: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (15, 13)…no dice “por el esposo/a”.
La amistad es puro amor porque no hay lazos de sangre que, de cierta manera, atan.

Un texto del teólogo español José María Castillo – hace pocos días el Papa Francisco se encontró con él y lo felicitó por sus libros – ilumina muy bien lo que venimos diciendo: “El criterio de Jesús es que las buenas relaciones humanas son el único medio posible para que sean buenas también nuestras relaciones con lo que llamamos «lo divino». Da la impresión, oyendo a Jesús, que lo humano y lo divino está todo tan unido, tan mezclado, tan fundido, tan hecho una sola cosa, que no es posible ni pensar que estamos en buena relación con Jesús o con el Padre, si las relaciones entre nosotros los humanos no están claras, ni son limpias, ni transparentes.

El camino de la amistad y las buenas relaciones son el camino hacia un Dios que desde siempre es el Amigo generador de vida plena.
Personalmente no necesito en primer lugar de alguien que me predique y me ilumine con documentos y consejos varios. Necesito y me hace bien que me escuchen, me abracen cuando lo necesito, me miren con cariño, me acepten de manera incondicional.
Y me parece que todo esto hacía Jesús y es lo que necesita nuestro mundo, nuestras sociedades, nuestros barrios y nuestros niños. Simples y fundamentales realidades que también intento vivir en mi cotidianidad.
Decía brillantemente el teólogo peruano Gustavo Gutierrez: “anunciar el evangelio es hacer amigos”. ¡Puedo decir que anuncié el evangelio! Me siento bendecido por tantos amigos y amigas incondicionales. Gracias a cada uno en este día.
Sigamos construyendo y generando amistad.

3)  La alegría
Jesús en el texto de hoy nos regala su alegría y nos invita a vivir la plenitud de la alegría. La alegría es, tal vez, el testimonio primordial y más urgente del cristiano.
Decía ya hace un tiempo el filosofo alemán Friedrich Nietzsche reprochando a los cristianos: “Tendrían que cantarme cantos más alegres. Sería necesario que tuvieran rostros de salvados para que creyera en su Salvador.
Un rostro enamorado es un rostro alegre. Un rostro que refleja la luz de Cristo es un rostro alegre. Un rostro que se sabe y se siente amado es un rostro alegre.
Descubrir el Amor es descubrir la alegría. Y la verdadera alegría poco tiene que ver con la euforia o con reírse todo el día.
La verdadera alegría es la melodía de fondo de la vida. Melodía que nos acompaña también en lo momentos duros de la existencia.
La alegría brota del descubrimiento de la paz que nos define más allá del pensamiento y las emociones. No hay alegría sin paz.
Hay una paz siempre presente en nuestro ser más profundo: conectar con esa paz es la fuente de la verdadera alegría.


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