domingo, 7 de mayo de 2017

Juan 10, 1-10





El texto que la liturgia hoy nos presenta concentra en pocos versículos el eje del evangelio de Juan: Jesús Vida. El tema central de los evangelios sinópticos es el “Reino de Dios” mientras en Juan es justamente la vida.
Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”: podría resumirse así el evangelio de Juan y tal vez todo el mensaje evangélico y el anuncio cristiano.
Jesús nos revela nuestra identidad más profunda y compartida: vida. Somos vida. Participamos de la única Vida.
El texto nos ofrece dos hermosas pistas para ir creciendo en esta comprensión y vivencia: la puerta y la voz.

Jesús se define como “puerta”. Necesitamos puertas. Necesitamos lugares – físicos o simbólicos – por dónde entrar para hacer experiencia de la Vida.
El camino espiritual es un camino muy concreto y práctico, al contrario de lo que normalmente se piensa. El camino de crecimiento necesita puertas concretas. En el “mercado” espiritual hoy en día hay cientos de propuestas. No escapa la espiritualidad al capitalismo y consumismo vigente. Nos ofrecen muchas puertas para entrar en el camino espiritual y esto provoca desconcierto, ilusiones, miedos. ¿Por donde entro? Discernir muchas veces no es sencillo y peor se pone cuando lo intentamos solos.
Hay que elegir una puerta, tu puerta. Sobre todo en el comienzo del camino. Jesús, como hombre sabio lo sabía y por eso se propone como puerta.
Lo extraordinario es que cuando nos atrevemos a entrar por una puerta descubrimos que todos los caminos se unen, se entrelazan, se enriquecen. Descubrimos justamente la única Vida. La Vida siempre nos espera más allá de nuestra puerta.

La “voz”. Aprender a escuchar la voz de la Vida es tal vez la tarea más importante y urgente. Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado ruidosa. Miles de voces nos aturden. Especialmente las voces de nuestro ego, nuestros deseos, nuestros miedos. Y no reconocemos la voz de la Vida.
La voz de la Vida corresponde al anhelo más autentico del corazón. Es la voz de la verdad, de nuestra verdad, de la fidelidad a lo mejor de nosotros. Esta voz siempre está ahí, pero no sabemos escucharla. Solo un serio aprendizaje del silencio nos permite descubrir y escuchar la voz de la Vida.
Es una voz que conocemos bien. A veces nos incomoda, otras nos cuestiona. Siempre nos alienta y consuela. Es la voz de nuestra identidad. La voz que Jesús aprendió a escuchar con fidelidad.
No hay alegría más grande que vivir en armonía y sintonía con esa voz.

Pasando por la puerta y escuchando la voz nuestra existencia se unifica y se centra. Nos descubriremos cada vez más enraizados en la única Vida y participes del único Amor y al mismo tiempo expresión original y perfecta de la misma y única Vida.





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