El texto que la liturgia hoy nos presenta
concentra en pocos versículos el eje del evangelio de Juan: Jesús Vida. El tema
central de los evangelios sinópticos es el “Reino de Dios” mientras en Juan es
justamente la vida.
“Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”: podría resumirse
así el evangelio de Juan y tal vez todo el mensaje evangélico y el anuncio
cristiano.
Jesús nos revela nuestra identidad más profunda y
compartida: vida. Somos vida. Participamos de la única Vida.
El texto nos ofrece dos hermosas pistas para ir
creciendo en esta comprensión y vivencia: la puerta y la voz.
Jesús se define como “puerta”. Necesitamos
puertas. Necesitamos lugares – físicos o simbólicos – por dónde entrar para
hacer experiencia de la Vida.
El camino espiritual es un camino muy concreto y
práctico, al contrario de lo que normalmente se piensa. El camino de
crecimiento necesita puertas concretas. En el “mercado” espiritual hoy en día
hay cientos de propuestas. No escapa la espiritualidad al capitalismo y
consumismo vigente. Nos ofrecen muchas puertas para entrar en el camino
espiritual y esto provoca desconcierto, ilusiones, miedos. ¿Por donde entro?
Discernir muchas veces no es sencillo y peor se pone cuando lo intentamos
solos.
Hay que elegir una puerta, tu puerta. Sobre todo
en el comienzo del camino. Jesús, como hombre sabio lo sabía y por eso se
propone como puerta.
Lo extraordinario es que cuando nos atrevemos a
entrar por una puerta descubrimos que
todos los caminos se unen, se entrelazan, se enriquecen. Descubrimos justamente
la única Vida. La Vida siempre nos espera más allá de nuestra puerta.
La “voz”. Aprender a escuchar la voz de
la Vida es tal vez la tarea más importante y urgente. Nuestra sociedad se ha
vuelto demasiado ruidosa. Miles de voces nos aturden. Especialmente las voces
de nuestro ego, nuestros deseos, nuestros miedos. Y no reconocemos la voz de la
Vida.
La voz de la Vida corresponde al anhelo más
autentico del corazón. Es la voz de la verdad, de nuestra verdad, de la
fidelidad a lo mejor de nosotros. Esta voz siempre está ahí, pero no sabemos
escucharla. Solo un serio aprendizaje del silencio nos permite descubrir y
escuchar la voz de la Vida.
Es una voz que conocemos bien. A veces nos
incomoda, otras nos cuestiona. Siempre nos alienta y consuela. Es la voz de
nuestra identidad. La voz que Jesús aprendió a escuchar con fidelidad.
No hay alegría más grande que vivir en armonía y
sintonía con esa voz.
Pasando por la puerta y escuchando la voz nuestra
existencia se unifica y se centra. Nos descubriremos cada vez más enraizados en
la única Vida y participes del único Amor y al mismo tiempo expresión original y
perfecta de la misma y única Vida.
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