Hoy la liturgia nos invita a reflexionar
sobre la conocida parábola del trigo y la cizaña.
A mi entender una parábola revolucionaria,
provocativa, central.
En primer lugar nos dejamos sorprender: el
“sentido común” y los entendidos en cultivos nos dirían que la cizaña hay que
arrancarla. La producción y la calidad del trigo se vería afectada por la misma
cizaña, así como afectaría – retardando – al trabajo de los cosechadores.
Pero Jesús nos sorprende: nos quiere
provocar y desinstalar de nuestras seguridades y comodidades.
Jesús obviamente apunta a algo más
esencial que al trigo y a la cizaña, algo que afecta y condiciona profundamente
nuestras existencias: la relación entre el “bien” y el “mal” y la importancia
de la tolerancia.
Tal vez podríamos vislumbrar el versículo
central y más provocativo: “dejen que
crezcan juntos” (Mt 13, 30).
¿Dejar que el bien y el mal crezcan
juntos?
A nuestro oídos enfermos de racionalismo y
orgullosos nos parece absurdo.
El Maestro de Nazaret no es occidental y
su enseñanza se mueve más a través de los paradigmas paradójicos de las
civilizaciones orientales. Jesús apunta a la intuición: a la verdad no se llega
por la lógica sino por la intuición amorosa.
“Dejen
que crezcan juntos” cuestiona antes que nada nuestra suposición orgullosa de saber fehacientemente lo que son “bien” y
“mal”. En realidad no lo sabemos y la vida nos muestra de sobradas maneras que
un supuesto bien se puede transformar en mal y al revés. También que lo que
creíamos un bien en realidad no lo era y que lo que pensábamos era un mal se
transforma en bien.
Esta suposición
encuentra su raíz en la filosofía estática occidental. La realidad es que la
vida no es para nada estática, sino movimiento perenne: estáticas son nuestras
fijaciones mentales.
Tenemos orientaciones sin duda y valores
que nos guían: pero cuidado a no fijarlos y creerlos inamovibles. Al tiempo de
Jesús la esclavitud era un valor, así como la supremacía del varón: hoy en día
ya no los consideramos valores, sino anti-valores.
“Dejen
que crezcan juntos” nos invita a la tolerancia y al respeto. Al famoso y
poco aplicado “no juzguen” del evangelio. La iglesia en muchos casos – y no
solo ella – sigue juzgando y discriminando. Se siguen marginando a los que no
“son fieles” a la doctrina establecida. En el fondo es un mecanismo psicológico
de defensa que hunde sus raíces en la inseguridad.
Quién ha visto la luz, ¿le tiene miedo a
la oscuridad?
La clave está, como siempre, en el ver. Ver que significa experiencia
concreta e inmediata de lo real. En las acertadas palabras de Raimon Panikkar:
el “toque inmediato” – sin
mediaciones – de lo divino. Invitación a la contemplación mística: observar sin
juzgar. Como decía el sabio hindú Jiddu Krishnamurti:
“la forma más alta de la inteligencia
humana es la capacidad de observar sin juzgar”.
Tenemos que recuperar
urgentemente esta capacidad.
Todo esto no significa una
invitación al relativismo absoluto e inconsciente. Hay situaciones que exigen
una respuesta clara y una denuncia efectiva, sobre todo cuando son causas de
dolor inocente.
Como afirma con sabiduría
Enrique Martínez: “Tolerancia no es
sinónimo de buenismo amorfo, ni constituye tampoco la antesala del relativismo
suicida. Tolerancia es respeto y valoración de la persona, por encima de
discrepancias, de actitudes contrarias e incluso, según Jesús, de agresiones
recibidas (Mt 5, 44 y 7,1)”
En nuestras existencias
concretas necesitamos orientaciones y valores. La sabiduría está en aplicarlos
desde la visión y la experiencia de la unidad.
Somos uno: lo que se hará
desde esta conciencia solo podrá ser amor y siempre estará bien.
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