viernes, 14 de julio de 2017

¿Sigue vigente el anuncio de Cristo?



Hace pocos días terminamos una misión popular en el pueblo Agraciada: pueblito hermoso donde el amarillo de los limones te da la bienvenida junto a la calidez de su gente.
Una misión popular distinta, nueva. Una experiencia que me y nos invita a reflexionar sobre el estilo misionero de la iglesia. Más aún: sobre los fundamentos mismos de la misión de la iglesia. Fundamentos que me animo a cuestionar y revisitar.
En la misma línea es sumamente interesante atestiguar el nacimiento de numerosos grupos de laicos que buscan respuestas nuevas a preguntas nuevas y antiguas. Son grupos que se reúnen semanalmente o mensualmente para profundizar, cuestionar, buscar caminos nuevos de autenticidad humana y evangélica.
Lo mismo que ocurre con muchas personas que también individualmente se replantean su manera de entender y vivir su fe cristiana.
Son como las 4 patas de una mesa las que originan mi audaz compartir: mi experiencia, la misión parroquial y popular, los grupos de reflexión de laicos, el camino personal/individual de tanta gente que tengo el don de acompañar y ver crecer.
A partir entonces de esas 4 patas voy revisitando algunos fundamentos de la misión de la iglesia.
Son opiniones: cuestionables y sujetas a reformas y ajustes. Como todo. Todo es opinión en el fondo y todo es opinable. No hay de que preocuparse. Ser consciente de esto alcanza: nos hace abiertos y humildes. Solo el silencio es verdadero: es absoluto y no tiene opuesto. Por eso la verdad no puede ser atrapada. No se deja atrapar.
O como afirmaba el obispo Pedro Casaldáliga: “Todo es relativo, menos Dios y el hambre”. En otras palabras: silencio y dolor.
Porque lo que definimos como Dios es relatividad absoluta.
Opiniones las mías, pero sí – hay que decirlo – opiniones fruto de horas de silencio, de paciente escucha, de atención a lo real, de infiernos compartidos.
Reformulamos la pregunta que nos convoca: ¿sigue vigente el anuncio de Cristo?
Quisiera dar mi respuesta desde ya para ser lo más honesto posible con el lector: Cristo sigue vigente, el anuncio no. Matizando: cierto anuncio.
Decía hace ya unos años el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez que “anunciar el evangelio es hacer amigos”. Había visto bien.
La misión de la iglesia va cambiando. Los cambios de la sociedad y del mundo en general nos empujan a revisar y profundizar nuestro estilo de misión.
Volver a Jesús y al evangelio con ojos nuevos es fundamental.
¿Qué hacía Jesús? ¿Cómo entendía su misión?
Si leemos el evangelio sin preconceptos y sin el peso de las interpretaciones podemos darnos cuenta que en el centro de la misión de Jesús están la relaciones humanas: Jesús construye relaciones. Su anuncio del Reino se da a partir de las relaciones y hacia las relaciones. En otras palabras: a partir de la amistad y para construir amistad. El anuncio de Jesús no es algo “externo” a la vida: Jesús anuncia viviendo. Su vida es el anuncio: y especialmente su manera de vivir las relaciones: humanas y con la creación entera.
Y una relación sana y que haga crecer tiene un nombre hermoso: amistad.
Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.” (Jn 15, 15).
Jesús comparte con sus discípulos y con toda persona que entra en contacto con él su experiencia del “Padre”: actualizando al hoy esta expresión y desde la visión mística podemos traducir Padre por “lo esencial de la realidad”, “el fondo común que nos sostiene”. Ya no se puede sostener bajo ningún concepto una visión teísta de la divininad: un dios externo y separado que interviene en el mundo y la historia desde afuera.
Jesús nos comparte sus intuiciones, su oración, su visión. Nos comparte su conciencia. En el fondo nos invita a ser sus amigos: nada más y nada menos.
La misión de la iglesia a lo largo de los años y por distintos motivos se fue enquistando en un anuncio de la persona de Jesús, en una serie más o menos larga de dogmas en los cuales creer y muchas veces en un auto-anuncio y auto-propuesta de la iglesia y sus reglas y normas de vida y de conducta.
Podríamos preguntarnos: ¿qué Jesús anunciaba la iglesia? ¿Dónde encontrar a este Jesús? Las respuestas clásicas – esencialmente sacramentales – ya no convencen. No convencen porque no generan experiencia. No por “culpa” de los sacramentos obviamente, sino por una manera puramente externa e individual de considerar a Jesús.
Por más creencias o devoción que se tengan la individualidad del Maestro no nos es accesible directamente. Su individualidad histórica fue absorbida por el Cristo interior. Cristo interior que todo abarca y que también es lo mejor de nosotros mismos, nuestra identidad más profunda.
Jesús descubrió plenamente lo que todos somos: Cristo. Por eso es Primogénito, no Unigénito. La unicidad y grandeza de Jesús está en su diáfana conciencia de su identidad eterna. Identidad común y compartida con todos los hijos de los hombres.
Jesús no se anunciaba a sí mismo. Jesús compartía una experiencia y una visión. Compartía la vida. Eso es lo central de la misión y eso hay que recuperar, sin por eso tirar al tacho todo lo viejo. Recuerdo las palabras del Maestro en su condena de la hipocresía: “Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello” (Lc 11, 42).
¿No será que la “misión” consiste en generar amistad? ¿No será que es mucho más simple, bella y fecunda que todas nuestras teorías y documentos?
La experiencia de la salvación pasa por la experiencia de una vida humana plena y una vida humana plena se descubre y se construye a partir del amor. Y el amor, bien lo sabemos, es relación.
Anunciar el evangelio entonces no consiste en proponer con palabras, ritos y normas morales a un dios que a menudo es creación nuestra y poco tiene que ver con la experiencia de Jesús.
Anunciar el evangelio es vivir como Jesús. Es ser Jesús. Hoy. Aquí. Mejor dicho: ser el Cristo viviente, ser aliento de vida, soplo del Espíritu. No aferrarse ni apegarse a la individualidad histórica del maestro, individualidad que por cierto – como  ya dijimos – no está.
Enraizarse en la experiencia y la conciencia del Maestro: Cristo interior. Esto sí nos es accesible y es imprescindible para una vida humana plena, hoy y siempre.
Jesús vivió, disfrutó de la vida y la amistad. Creó comunidad y acompañó más de cerca al pobre y necesitado.
El Maestro de Nazaret aprendió a ser fiel a sí mismo y a su vocación única y original. Vivió del amor porque vio que el amor lo era todo. Y fue fiel al amor hasta el final.
Jesús nos anunció con su forma de vivir lo que había descubierto: que todos somos hijos. Es decir: de la misma sangre. Una misma sangre corre por el Universo entero y todos y todo participamos de esa sangre. Todos somos expresión de la única Vida. Única Vida que Jesús – a partir de las coordenadas religiosas y culturales de su tiempo – llama “Padre”.
Jesús y el evangelio no nos proponen una religión. Nos revelan una Vida, La Vida. Y nos invitan a entrar conscientemente en esta Vida.
Centrada así la misión se caen por si solos todo los conflictos y las preocupaciones muchas veces inútiles.
Se caen los enfrentamientos con los no-creyentes o los de otras “religiones”. Se cae la preocupación por el descenso de participación a las actividades de la iglesia. Se derrumban las excesivas preocupaciones por la pastoral, el anuncio, las vocaciones.
Todos vivimos y todo vive. Todo  participa de la misma Vida.
Vivir en plenitud, con atención y conciencia se convierte entonces en la verdadera y única misión necesaria. Y también: el único anuncio necesario. Lo demás vendrá por añadidura: “Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura” (Lc 12, 31).
Jesús entonces engendra amistad y relaciones auténticas. Porque la Vida misma es un entretejido de relaciones. Todo es relación y todo está interconectado. Construir relaciones es construir vida.
Por eso la pregunta clave en nuestro caminar como iglesia podría ser: ¿Cómo construir relaciones y verdadera amistad?
Y no solo en referencia a las relaciones humanas, sino también con toda la creación y la naturaleza. El problema ecológico y ambiental es urgente y afecta enormemente a las relaciones humanas: ¡si destruimos el planeta también destruimos la posibilidad de vivir la amistad!
Por eso la pregunta puede ampliarse: ¿Cómo construir amistad con un árbol, una montaña, un animal, un atardecer?
Termino esta ya demasiado larga reflexión dando respuestas orientativas a nuestra pregunta: ¿sigue vigente el anuncio de Cristo?
1)   Desde la visión mística (no-dual, silenciosa) de la realidad Dios se manifiesta en lo que es. El actuar de Dios va en simbiosis perfecta con el actuar humano. ¿Cómo anunciar entonces lo que ya es?
2)   El anuncio cristiano se centra en el famoso kerigma: Jesucristo muerto y resucitado fuente de perdón y salvación. Este evento central no podemos ya comprenderlo solo como evento intrahistórico. Hay que comprenderlo también en sentido a-histórico y suprahistórico. Más sencillo: la historia está aconteciendo adentro de la muerte y resurrección de Cristo. La Pascua es el dinamismo esencial de la vida en su manifestarse. Tu vida cotidiana con sus sinsabores y sus alegrías se desarrolla en la Pascua y es expresión perfecta y original de la misma Pascua. El acontecimiento pascual histórico vivido por Jesús de Nazaret expresa, concentra y resume el dinamismo mismo del Universo en su totalidad y en cada parte. Ahí la unicidad de Jesús para los cristianos. Los budistas dirían: todos somos buda.
Por eso “anunciar” el kerigma es anunciar una Vida siempre resurgente y operante. En realidad no se anuncia nada que viene “desde afuera”: se contempla la vida y se vive a partir la vida pascual contemplada. Así hizo Jesús en su caminar histórico. Por eso el evangelio es – esencialmente – vida.
3)  El anuncio entonces es absorbido y re significado por la vida. Un anuncio explicito – con palabras, gestos, celebraciones – comunicará algo solo se será expresión auténtica de una vida que lo precede.
4)   El anuncio tendrá sentido solo en cuanto manifestación de la Vida Una. Es propio de la Vida expresarse y manifestarse. Comprender el anuncio en clave de manifestación es entonces central. Anunciar entonces es más alabar y agradecer lo que se contempla que proponer lo que no hay.
5)   El anuncio será posible y coherente solo en clave de conciencia. Conscientes de la Presencia de Cristo que todo envuelve y abraza (Hechos 17, 28; Col 1, 16; Jn 1, 3) esa misma conciencia se abrirá caminos y la vida fluirá por sí sola. Conscientes de la Presencia, la Presencia se hará presente en las conciencias: y no es un juego de palabras.
La conciencia que todo es manifestación y expresión perfecta de Dios será el mismo anuncio. Por eso que a partir de esta conciencia el anuncio viejo estilo ya no cabe: ¿qué sentido tiene anunciar la existencia del sol en un día de pleno, radiante, cálido sol? Ahorramos energía, utilicémosla mejor: disfrutando el sol, agradeciendo, tomando conciencia de él, dejando que el sol no fecunde e ilumine.
¿Sigue vigente el anuncio de Cristo?
En palabras del sabio hindú Mooji:

Los buscadores siempre están diciendo: “Necesitas un Maestro que esté vivo.”
Pero, en realidad, ¡el Maestro es el único que está Vivo!”

Este Maestro para nosotros es el Cristo interior, Dios eterno, nuestra verdadera identidad.
Cristo sigue vigente: es la Vida. Un anuncio externo carece de sentido. Alcanza ser humanos y alcanza vivir. Vivir en serio.





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