Hace pocos días terminamos una misión
popular en el pueblo Agraciada: pueblito hermoso donde el amarillo de los
limones te da la bienvenida junto a la calidez de su gente.
Una misión popular distinta, nueva. Una
experiencia que me y nos invita a reflexionar sobre el estilo
misionero de la iglesia. Más aún: sobre los fundamentos mismos de la misión de
la iglesia. Fundamentos que me animo a cuestionar y revisitar.
En la misma línea es sumamente
interesante atestiguar el nacimiento de numerosos grupos de laicos que buscan
respuestas nuevas a preguntas nuevas y antiguas. Son grupos que se reúnen
semanalmente o mensualmente para profundizar, cuestionar, buscar caminos nuevos
de autenticidad humana y evangélica.
Lo mismo que ocurre con muchas personas
que también individualmente se replantean su manera de entender y vivir su fe
cristiana.
Son como las 4 patas de una mesa las que
originan mi audaz compartir: mi experiencia, la misión parroquial y popular,
los grupos de reflexión de laicos, el camino personal/individual de tanta gente
que tengo el don de acompañar y ver crecer.
A partir entonces de esas 4 patas voy
revisitando algunos fundamentos de la misión de la iglesia.
Son opiniones: cuestionables y sujetas a
reformas y ajustes. Como todo. Todo es opinión en el fondo y todo es opinable.
No hay de que preocuparse. Ser consciente de esto alcanza: nos hace abiertos y
humildes. Solo el silencio es verdadero: es absoluto y no tiene opuesto. Por
eso la verdad no puede ser atrapada. No se deja atrapar.
O como afirmaba el obispo Pedro
Casaldáliga: “Todo es relativo, menos
Dios y el hambre”. En otras palabras: silencio y dolor.
Porque lo que definimos como Dios es relatividad absoluta.
Opiniones las mías, pero sí – hay que
decirlo – opiniones fruto de horas de silencio, de paciente escucha, de
atención a lo real, de infiernos compartidos.
Reformulamos la pregunta que nos
convoca: ¿sigue vigente el anuncio de
Cristo?
Quisiera dar mi respuesta desde ya para
ser lo más honesto posible con el lector: Cristo sigue vigente, el anuncio no.
Matizando: cierto anuncio.
Decía hace ya unos años el teólogo
peruano Gustavo Gutiérrez que “anunciar
el evangelio es hacer amigos”. Había visto bien.
La misión de la iglesia va cambiando.
Los cambios de la sociedad y del mundo en general nos empujan a revisar y
profundizar nuestro estilo de misión.
Volver a Jesús y al evangelio con ojos nuevos es fundamental.
¿Qué hacía Jesús? ¿Cómo entendía su
misión?
Si leemos el evangelio sin preconceptos
y sin el peso de las interpretaciones podemos darnos cuenta que en el centro de
la misión de Jesús están la relaciones humanas: Jesús construye relaciones. Su
anuncio del Reino se da a partir de las relaciones y hacia las relaciones. En
otras palabras: a partir de la amistad y para construir amistad. El anuncio de
Jesús no es algo “externo” a la vida: Jesús anuncia viviendo. Su vida es el
anuncio: y especialmente su manera de vivir las relaciones: humanas y con la
creación entera.
Y una relación sana y que haga crecer
tiene un nombre hermoso: amistad.
“Ya
no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los
llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.” (Jn
15, 15).
Jesús comparte con sus discípulos y con
toda persona que entra en contacto con él su experiencia del “Padre”: actualizando al hoy esta
expresión y desde la visión mística podemos traducir Padre por “lo esencial de la
realidad”, “el fondo común que nos
sostiene”. Ya no se puede sostener bajo ningún concepto una visión teísta
de la divininad: un dios externo y separado que interviene en el mundo y la
historia desde afuera.
Jesús nos comparte sus intuiciones, su
oración, su visión. Nos comparte su conciencia. En el fondo nos invita a ser
sus amigos: nada más y nada menos.
La misión de la iglesia a lo largo de
los años y por distintos motivos se fue enquistando en un anuncio de la persona
de Jesús, en una serie más o menos larga de dogmas en los cuales creer y muchas
veces en un auto-anuncio y auto-propuesta de la iglesia y sus reglas y normas
de vida y de conducta.
Podríamos preguntarnos: ¿qué Jesús
anunciaba la iglesia? ¿Dónde encontrar a este Jesús? Las respuestas clásicas –
esencialmente sacramentales – ya no convencen. No convencen porque no generan
experiencia. No por “culpa” de los sacramentos obviamente, sino por una manera
puramente externa e individual de considerar a Jesús.
Por más creencias o devoción que se
tengan la individualidad del Maestro no nos es accesible directamente. Su
individualidad histórica fue absorbida por el Cristo interior. Cristo interior
que todo abarca y que también es lo mejor de nosotros mismos, nuestra identidad
más profunda.
Jesús descubrió plenamente lo que todos
somos: Cristo. Por eso es Primogénito, no Unigénito. La unicidad y grandeza de
Jesús está en su diáfana conciencia de su identidad eterna. Identidad común y
compartida con todos los hijos de los hombres.
Jesús no se anunciaba a sí mismo. Jesús
compartía una experiencia y una visión. Compartía la vida. Eso es lo central de
la misión y eso hay que recuperar, sin por eso tirar al tacho todo lo viejo.
Recuerdo las palabras del Maestro en su condena de la hipocresía: “Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el
impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la
justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello”
(Lc 11, 42).
¿No será que la “misión” consiste en
generar amistad? ¿No será que es mucho más simple, bella y fecunda que todas
nuestras teorías y documentos?
La experiencia de la salvación pasa por
la experiencia de una vida humana plena y una vida humana plena se descubre y
se construye a partir del amor. Y el amor, bien lo sabemos, es relación.
Anunciar el evangelio entonces no
consiste en proponer con palabras, ritos y normas morales a un dios que a
menudo es creación nuestra y poco tiene que ver con la experiencia de Jesús.
Anunciar el evangelio es vivir como
Jesús. Es ser Jesús. Hoy. Aquí. Mejor dicho: ser el Cristo viviente, ser
aliento de vida, soplo del Espíritu. No aferrarse ni apegarse a la
individualidad histórica del maestro, individualidad que por cierto – como ya dijimos – no está.
Enraizarse en la experiencia y la
conciencia del Maestro: Cristo interior. Esto sí nos es accesible y es
imprescindible para una vida humana plena, hoy y siempre.
Jesús vivió, disfrutó de la vida y la
amistad. Creó comunidad y acompañó más de cerca al pobre y necesitado.
El Maestro de Nazaret aprendió a ser
fiel a sí mismo y a su vocación única y original. Vivió del amor porque vio que
el amor lo era todo. Y fue fiel al amor hasta el final.
Jesús nos anunció con su forma de vivir
lo que había descubierto: que todos somos hijos. Es decir: de la misma sangre.
Una misma sangre corre por el Universo entero y todos y todo participamos de
esa sangre. Todos somos expresión de la única Vida. Única Vida que Jesús – a
partir de las coordenadas religiosas y culturales de su tiempo – llama “Padre”.
Jesús y el evangelio no nos proponen una
religión. Nos revelan una Vida, La Vida. Y nos invitan a entrar conscientemente
en esta Vida.
Centrada así la misión se caen por si
solos todo los conflictos y las preocupaciones muchas veces inútiles.
Se caen los enfrentamientos con los
no-creyentes o los de otras “religiones”. Se cae la preocupación por el
descenso de participación a las actividades de la iglesia. Se derrumban las
excesivas preocupaciones por la pastoral, el anuncio, las vocaciones.
Todos vivimos y todo vive. Todo participa de la misma Vida.
Vivir en plenitud, con atención y
conciencia se convierte entonces en la verdadera y única misión necesaria. Y
también: el único anuncio necesario. Lo demás vendrá por añadidura: “Busquen más bien su Reino, y lo demás se les
dará por añadidura” (Lc 12, 31).
Jesús entonces engendra amistad y
relaciones auténticas. Porque la Vida misma es un entretejido de relaciones.
Todo es relación y todo está interconectado. Construir relaciones es construir
vida.
Por eso la pregunta clave en nuestro
caminar como iglesia podría ser: ¿Cómo construir relaciones y verdadera
amistad?
Y no solo en referencia a las relaciones
humanas, sino también con toda la creación y la naturaleza. El problema
ecológico y ambiental es urgente y afecta enormemente a las relaciones humanas:
¡si destruimos el planeta también destruimos la posibilidad de vivir la amistad!
Por eso la pregunta puede ampliarse:
¿Cómo construir amistad con un árbol, una montaña, un animal, un atardecer?
Termino esta ya demasiado larga
reflexión dando respuestas orientativas a nuestra pregunta: ¿sigue vigente el anuncio de Cristo?
1) Desde
la visión mística (no-dual, silenciosa) de la realidad Dios se manifiesta en lo que es. El actuar de Dios va en
simbiosis perfecta con el actuar humano. ¿Cómo anunciar entonces lo que ya es?
2) El
anuncio cristiano se centra en el famoso kerigma:
Jesucristo muerto y resucitado fuente de perdón y salvación. Este evento
central no podemos ya comprenderlo solo como evento intrahistórico. Hay que comprenderlo también en sentido a-histórico y suprahistórico. Más sencillo: la historia está aconteciendo adentro de la muerte y resurrección de
Cristo. La Pascua es el dinamismo esencial de la vida en su manifestarse. Tu
vida cotidiana con sus sinsabores y sus alegrías se desarrolla en la Pascua y
es expresión perfecta y original de la misma Pascua. El acontecimiento pascual histórico
vivido por Jesús de Nazaret expresa, concentra y resume el dinamismo mismo del
Universo en su totalidad y en cada parte. Ahí la unicidad de Jesús para los
cristianos. Los budistas dirían: todos somos buda.
Por eso “anunciar”
el kerigma es anunciar una Vida siempre resurgente y operante. En realidad no
se anuncia nada que viene “desde afuera”: se contempla la vida y se vive a
partir la vida pascual contemplada. Así hizo Jesús en su caminar histórico. Por
eso el evangelio es – esencialmente – vida.
3) El
anuncio entonces es absorbido y re significado por la vida. Un anuncio
explicito – con palabras, gestos, celebraciones – comunicará algo solo se será
expresión auténtica de una vida que lo precede.
4) El
anuncio tendrá sentido solo en cuanto manifestación
de la Vida Una. Es propio de la Vida expresarse y manifestarse. Comprender el
anuncio en clave de manifestación es entonces central. Anunciar entonces es más
alabar y agradecer lo que se contempla que proponer lo que no hay.
5) El
anuncio será posible y coherente solo en clave de conciencia. Conscientes de la
Presencia de Cristo que todo envuelve y abraza (Hechos 17, 28; Col 1, 16; Jn 1,
3) esa misma conciencia se abrirá caminos y la vida fluirá por sí sola.
Conscientes de la Presencia, la Presencia se hará presente en las conciencias:
y no es un juego de palabras.
La conciencia
que todo es manifestación y expresión perfecta de Dios será el mismo anuncio.
Por eso que a partir de esta conciencia el anuncio viejo estilo ya no cabe:
¿qué sentido tiene anunciar la existencia del sol en un día de pleno, radiante,
cálido sol? Ahorramos energía, utilicémosla mejor: disfrutando el sol, agradeciendo,
tomando conciencia de él, dejando que el sol no fecunde e ilumine.
¿Sigue vigente el anuncio de Cristo?
En palabras del
sabio hindú Mooji:
“Los
buscadores siempre están diciendo: “Necesitas un Maestro que esté vivo.”
Pero,
en realidad, ¡el Maestro es el único que está Vivo!”
Este Maestro para nosotros es el Cristo
interior, Dios eterno, nuestra verdadera identidad.
Cristo sigue vigente: es la Vida. Un anuncio externo carece de sentido. Alcanza ser
humanos y alcanza vivir. Vivir en serio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario