En estos días europeos me voy enterando
de las novedades a nivel político, social y económico. Destaca una realidad: la
tendencia a la separación y la fragmentación.
Más allá del conocido brexit de los ingleses ahora aparecen el
referéndum para la independencia de Cataluña y para las autonomías de dos
regiones en el norte de Italia. Cada pequeño grupo étnico o religioso reclama
autonomía y/o independencia.
La unión europea parece ser muy frágil.
Así el Mercosur en Latinoamérica.
Sin hablar de las crisis políticas
internacionales que mentes enfermizas quieren resolver con dictaduras, amenazas
y bombas.
Los intentos de construir unidad parecen
fracasar. Hay una regresión a los nacionalismos, particularismos, sectarismos.
Obviamente no todo es negativo y los
esfuerzos generaron realidades y sensibilidades positivas y constructivas.
Pero algo no funciona. ¿Qué es?
A mi parecer la clave está en comprender
que la unidad no se construye, se descubre. Lo repito y reafirmo con
determinación: la unidad no se construye, se descubre.
Los intentos de unión y unidad a nivel
político, económico, religioso tienen un punto de partida equivocado: somos
distintos y tenemos que construir la unidad.
Eso en general no funciona o simplemente
aporta unos parches o apariencias de unidad. Parches y apariencias que se
quiebran fácilmente como estamos viendo. Caemos con asombrosa facilidad en los
dos extremos: un totalitarismo y uniformismo deshumanizantes o un
individualismo y egoísmo esclavizantes.
El punto de partida tiene que ser otro:
la unidad es lo que ya somos. No hay nada que construir, simple y
maravillosamente hay que verlo. La construcción, el esfuerzo y el trabajo se
darán en el ámbito de la manifestación, no de la esencia. Daremos visibilidad a
lo que somos: en este sentido podemos hablar de construcción y esfuerzos hacia
la unidad.
¿Qué es lo que está pasando?
Estamos viendo mal. Vemos separación
donde no hay y queremos a toda costa unificar, como si el Universo estuviera
hecho mal. Pretensión siempre absurda del egoísmo humano y de un
antropocentrismo patológico. Esta pretensión está destinada al fracaso. Y apuramos
los tiempos, apuramos los procesos.
Como dijo el sabio Lao-Tsé: “El Universo es sagrado. No lo puedes
mejorar. Si intentas cambiarlo, lo estropearás. Si intentas asirlo, lo
perderás.”
Intentar mejorar algo perfecto es absurdo
y conduce a estropearlo (¿no será que los desastres naturales actuales sean
mensajes de un Universo que no quiere ser manipulado y estropeado?). En cambio
ver la perfección conduce a la gratuidad, el agradecimiento y el compartir.
Hace unos años salió un librito del
teólogo francés Christian Duquoc titulado “La
sinfonía diferida”. El librito quería mostrar – en ámbito esencialmente religioso
cristiano – que esta búsqueda de unidad entre las distintas confesiones
cristianas es como una sinfonía diferida. Cada cual suena sus instrumentos
buscando integrarse en una armonía sinfónica y universal. Pero esta sinfónica
siempre nos supera y nos espera como utopía: apurar los tiempos lleva solo a
desafinar.
Primer paso entonces: no apurar los
tiempos. Todo tiene su ritmo y su proceso. Construir sobre fundamentos débiles
e inestables es peligroso. Hay un refrán italiano que dice: “La gata apurada saca gatitos ciegos”.
Segundo paso: apuntar a lo esencial. Construir
sobre fundamentos ilusorios o superficiales es perjudicial y una gasto inútil
de energía. ¿Qué es lo esencial? Ver. Educarnos a ver y educar a ver es el
primer e inevitable paso.
Cuando empezamos a ver la unidad y lo
Uno que subyace a todo podemos trabajar para que esa misma unidad reluzca,
aparezca, se visibilice.
Cuando veamos que no existen italianos,
franceses, españoles, uruguayos, argentinos, venezolanos, estadounidense, coreanos,
etc… sino que solo existe el ser humano ocurrirá el milagro: encontraremos la
tensión justa entre el respeto de la identidad propia y el bien común. Encontraremos
la manera correcta y ajustada de manifestar lo distinto a partir de la unidad
que nos constituye.
Lo mismo que se afirma de las
identidades nacionales lo podemos afirmar por cualquier otra realidad:
religiosa, política, partidaria, cultural.
¿Qué es lo esencial que estamos llamados
a ver?
¿Dónde radica la unidad y lo Uno?
Radica en el experiencia radical del ser: todo es y todos somos.
Todas las diferencias y distinciones
surgen como expresión del Ser. Es el Ser – lo podemos llamar Dios, Vida,
Conciencia – que toma formas distintas.
Ser
nos define, desde siempre y para siempre: lo demás pasará. Es el “Yo Soy” del maestro Jesús (Jn 8, 58).
En términos cristianos San Pablo vio y
vio bien: “Por
lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer,
porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28).
Si logramos ver que solo esta
experiencia del Ser define nuestra auténtica identidad podremos empezar a
construir la manifestación armónica de las distinciones.
Entonces, solo entonces, las
distinciones y las diferencias aparecerán en toda su belleza e importancia. Las
veremos por lo que son: expresión original y maravillosa del Amor Uno.
Las que equivocadamente definimos como
“identidades” (nación, religión, género, cultura…) en realidad son identidades derivadas y secundarias: expresiones pasajeras y parciales de la única, real y
común identidad.
Única, real y común identidad que
podemos llamar (el lenguaje siempre queda sumamente corto) de distintas maneras
según las culturas y las épocas: Dios, Vida, Amor, Conciencia, Espíritu, Nada,
Vacío, Plenitud…
A mi me fascina usar el termino Vida: somos Vida expresándose por un
momento en una forma particular (nuestra identidad derivada y secundaria).
Todavía cuesta mucho, muchísimo esta
visión. Por eso los intentos de unidad son frágiles y fracasan.
Por eso hay que darse tiempo y dar
tiempo para aprender a ver. Apurar visiones es contraproducente.
En positivo hay que decir que sin duda
en nuestro mundo son siempre más las personas y los grupos que se están
abriendo a lo esencial del ver.
En distintos campos surge imparable la
visión: ciencia, espiritualidad, ecología, arte. Cuesta más en la política y lo
económico que más fuertemente atrapan a nuestro ego por su relación con el
poder.
En nuestras manos está la posibilidad de
poner las herramientas para el aprendizaje: silencio, humildad, apertura,
dialogo.
No hay recetas mágicas. Hay caminos a
recorrer con paciencia y perseverancia. Aprendiendo el arte de ver y
disfrutando de la gratuidad de ser.
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