“El precio de la disciplina es siempre
menor que el dolor del arrepentimiento”
Nido Qubein
La disciplina
– de cualquier manera la entendamos – no está muy de moda en nuestra sociedad
occidental. La ideología dominante marcada por la tendencia neo-liberal nos
quiere convencer que la felicidad y la realización personal van de la mano del
sentimiento y de una libertad tan mal entendida que se convierte en esclavitud.
Nos quieren convencer que ser felices es hacer lo que se siente, cuando se
siente, como se siente. Si compramos algo, mejor. Y si alguien o algo tienen
que sufrir, paciencia: asuntos suyos.
Nos quieren convencer y nos
convencieron. Pero los frutos no son muy sabrosos: constantemente vemos gente “famosa”
que se suicida, que cae en la corrupción o simplemente muy sola y triste.
Paralelamente los niveles de estrés y depresión siguen aumentando y así los
conflictos sociales.
Parece que la formula ideológica del
neoliberalismo no funcione. Pero seguimos en lo mismo. El gran escritor ruso Dostoievski,
gran conocedor del corazón humano, había visto bien y su terrible frase nos lo
recuerda: “somos adictos a lo que nos
destruye”.
La disciplina
nos puede venir en ayuda. Es la gran olvidada la disciplina, obedeciendo como
siempre a la ley del péndulo: hace unos decenios lo que marcaba las sociedades
occidentales y la iglesia también, era una disciplina exagerada, inhumana y
estéril. Hoy en día nos fuimos al otro extremo: nada de disciplina, nada de
reglas, nada de ascesis. Todo tiene que ser fácil, pronto, disponible desde ya.
Se educan (¿o deseducan?) los niños y
los adolescentes sin límites, sin disciplina, sin un mínimo de reglas. Los
padres y los educadores no pueden opinar mucho, no sea que te denuncien. Y
estos niños y adolescentes crecen frágiles, sin la capacidad psicológica sana
de soportar la frustración. Frustración que siempre será parte de la vida y de
un camino de crecimiento.
Las sociedades que tenemos son frutos
también de esta deseducación.
También la iglesia no sabe educar más a
una sana autodisciplina y ascesis: a menudo se imponen reglas morales sin
ayudar a una sana comprensión de las mismas y sin acompañar en un proceso
auténticamente humano.
Hay que volver a una disciplina bien entendida.
Sin disciplina no hay verdadero
crecimiento. Sin disciplina tampoco se puede dar una auténtica experiencia
espiritual.
Hay que pagar un precio para la
disciplina como nos recuerda la cita de hoy. Crecer supone siempre un costo
humano. No se crece sin dolor como nos recuerdan los grandes psicólogos y
maestros espirituales. Intentar ahorrarnos – y ahorrar a los demás – el
necesario dolor que supone crecer nos llevará a un dolor mayor: el del
arrepentimiento. Haremos las cosas mal. Sin la necesaria disciplina nuestras
elecciones serán siempre dominadas por la ideología liberal y superficial que
no nos llevará muy lejos. Nos llevará, cuando mucho, a una satisfacción
inmediata de nuestras necesidades y deseos superficiales.
La disciplina es fundamental por
distintas razones. Analicémoslas brevemente:
1)
La disciplina educa a la paciencia y a
la espera. Todo madura a su tiempo. Apurar los tiempos es siempre
contraproducente.
2)
La disciplina educa a soportar
creativamente las frustraciones y desilusiones de la vida.
3)
La disciplina centra a la persona
4)
La disciplina nos conecta con nuestro
ser más profundo y estable, más allá de sentimientos y emociones, siempre
pasajeras.
Educar a la disciplina es entonces
fundamental. En cada ámbito de la vida.
Cada cual tiene que encontrar su forma
adecuada de disciplinarse y, si tiene algún tipo de autoridad, de disciplinar.
La disciplina ordena, purifica, prioriza,
centra.
A nivel de camino espiritual yo aconsejo
la meditación. Meditar es un ejercicio de disciplina maravilloso: horarios,
postura, constancia, aridez. Muchos que empiezan a meditar van dejando: tal vez
también acá hay un problema de disciplina. Soportar un ejercicio espiritual que
no ofrece rápidos frutos no es para todos y no es fácil.
Meditando aprendemos también a
disciplinarnos en otras áreas de la vida.
El precio que se paga para una
disciplina bien entendida y vivida siempre dará frutos sabrosos: paz interior y
lucidez mental.
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