domingo, 12 de noviembre de 2017

Mateo 25, 1-13




Hoy se nos regala una maravillosa parábola. La parábola de las 10 jóvenes: un texto lleno de símbolos, metáforas, alusiones, invitos. Dejemos cuestionar y penetrar por la parábola.
Como siempre intentamos comprender el texto a la luz de la experiencia de la unidad y de lo Uno que la vivencia del silencio nos regala.
También esta es una parábola del Reino. Jesús usa la metáfora del Reino para expresar nuestra verdadera identidad – nuestro ser eterno, lo que somos – que está llamada a hacerse historia y a manifestar en esta historia la belleza y armonía de la divinidad.
En esta parábola Jesús compara el Reino a una boda. En la tradición bíblica las imágenes de la boda y del banquete expresan la plenitud y el gozo del Reino: la plena y perfecta comunión del cosmos, del ser humano, de la divinidad.

¿Quién no anhela esta plenitud? ¿Quién no anhela sentirse uno con todo y con todos?

La parábola sugiere – el amor siempre sugiere y nunca se impone – donde hay que buscar esta plenitud y que herramientas podemos utilizar.
La boda – la plena comunión con Dios – es aquí y ahora. No existe otro tiempo ni otro momento. Lo único real que tenemos es el momento presente. Dios es y solo este momento es. Todo se desarrolla admirablemente y místicamente en un eterno presente. Siempre es aquí y siempre es ahora. Nunca hemos vivido en un momento que no fuera en el aquí y en el ahora.
El Buda lo había intuido antes que el Maestro de Nazaret y nos aconseja: “alégrate porque todo lugar es aquí y todo momento es ahora”.

El problema radica en el pensamiento: hasta que no logramos salir del pensamiento viviremos perdidos, anclados en un pasado que no ya no está o en un futuro imaginario e hipotético. Viviremos zarandeados, como un barco a la deriva, por nuestros sentimientos y emociones. La mente no logra estar en el momento presente, no es su tarea. Por eso es esencial aprender a usar la mente y a no dejar que nos use.

La herramienta es la vigilancia, la atención: el aceite de las lámparas en nuestra parábola. Vigilancia que es el gran tema de todo el capitulo 25 de Mateo.
Las jóvenes necias no está atentas, no vigilan: están preocupadas por el esposo que tarda en llegar, preocupadas por entrar a la fiesta, por no perderse “la joda” como dirían nuestros chicos. Viven en su mente y por eso se pierden el presente.
Las jóvenes prudentes (el término griego se puede traducir también con “inteligente”, “sabio”) están atentas y vigilantes. En este momento no está el esposo, simplemente hay lámparas vacías: hay que conseguir aceite. Viven en el presente y utilizan la mente correctamente.
El esposo tarda y todas se duermen: es el sueño de la humanidad y de cada uno de nosotros cuando no sabemos quienes somos. El sueño de la ilusión, el sueño del ego que siempre posterga la felicidad en un futuro imaginario.

¡Qué importante es despertar! Despertar a la realidad, a la Presencia, aquí y ahora. Llega el esposo – lo podemos identificar con este momento – y todas las jóvenes despiertan. Siempre estamos en el Presente, siempre estamos en Dios. Imposible estar afuera. ¿Dónde radica la diferencia?
Las necias están sin aceite y por ende sin luz. No logran ver la plenitud del momento y se quedan afuera, perdidas en su mente inquieta y su emotividad fuera de control. Ahí la paradoja: están a pocos metros de la puerta pero se quedan afuera: el Reino – la experiencia de la plenitud – siempre está acá, siempre disponible. A la distancia de un respiro, el respiro consciente que nos despierta.
Las sabias entran: tienen luz porque tienen aceite. Tienen luz porque están atentas. Tienen luz: son conscientes. Son conscientes de la plenitud del momento y por eso lo pueden disfrutar.

En el fondo la gran y tal vez la única diferencia entre las dos actitudes es el disfrute.
Quién es lúcido y consciente de su vivir en Dios disfruta de la vida, con todo lo que viene junto a la vida: alegría y dolor, experiencia de límite y la fragilidad.
Quién no es consciente y vive perdido en su mente (pensamientos y sentimientos) vive insatisfecho buscando una plenitud imaginaria y muchas veces vive quejándose y conformándose con migajas de felicidad: los “pequeños consuelos” que nos vienen del comprar, del comer, del sexo, del éxito, del dinero.
Una vida atenta y despierta no desprecia “los pequeños consuelos”, pero los vive en su verdad: manifestación pasajera de una plenitud más grande que constantemente nos llama a la perfecta libertad.
La perfecta libertad de disfrutar de la boda: vida plena, aquí y ahora.




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