“Una
página anticlerical como pocas” afirma Francesc Riera en su comentario.
Uno de los textos más lúcidos y
polémicos del evangelio.
El gran peligro es leerlo como si Jesús
hablara solo para los fariseos y escribas de su tiempo. Es interesante notar
como por las cosas que no nos convienen encerramos el mensaje evangélico en un
anacrónico historicismo y para las que nos convienen lo actualizamos
olvidándonos de la misma historia.
Este es uno de los casos más evidentes. Necesitaríamos
más coherencia en la lectura misma del evangelio.
Al leer el texto de hoy no puedo no
pensar a tantas experiencias de iglesia, a obispos, sacerdotes, catequistas.
Tantos cristianos con responsabilidades – los “maestros oficiales” – que caen
en la incoherencia y la hipocresía y, más grave aún, cargan a los demás con
reglas y conductas que ellos no viven ni de lejos.
Terrible peligro que nos acecha a todos:
nadie se escapa. Por eso hay que estar bien atentos y siempre tener a mano las
preguntas: “¿Hago lo que predico?”, “¿Vivo lo que exijo a los demás?”.
El evangelio es también duro. “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más
cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del
alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón.” (Heb 4, 12).
No se aprende a vivir y amar sin dolor.
La coherencia y la transparencia nos penetran y purifican, nos cuestionan y
alientan.
En la comunidad cristiana – todos lo
sabemos de sobra – toda autoridad es
servicio y para el servicio. Cuanto
más autoridad, más servicio. El servicio sincero nos preserva de la tentación hipócrita.
En el servicio no hay títulos, ni privilegios, ni honores: “no se hagan llamar «maestro», porque no
tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.” (Mt 23, 8).
Jesús entendió su misma su vocación mesiánica
como un llamado al servicio: “Porque el
mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida
en rescate por una multitud.” (Mc 10, 45).
Por eso podríamos también preguntarnos:
“¿Lo mucho o poco que tengo es para el
servicio?”.
Si no estamos atentos y sumamente
lúcidos con el tiempo el servicio se enquista y se va aislando de la vida, convirtiéndose
en ideología. Convertimos el servicio en burocracia y perdemos lo central: las
relaciones humanas y el servicio a la dignidad de la persona. Es lo que pasa
con muchas instituciones: Onu, Fao, Unicef…convertidas en burócratas del
servicio gastan más dinero para su sustentamiento que para el fin por el cual
fueron creadas.
Nos aferramos a los títulos y honores
del servicio sin servir, sin amar, lejos de la vida real y del sufrimiento
humano.
Enrique Martínez en su comentario se
pregunta: “Si Jesús era “anticlerical”, ¿por
qué la religión que se remite a él llegó a “clericalizarse” hasta el extremo?”
Es interesante y sugerente pensar en
Jesús como anticlerical. Jesús es anticlerical porque es coherente, auténtico,
lúcido. Jesús es anticlerical porque tiene una capacidad increíble de
desenmascarar nuestro ego y nuestras ideologías. Jesús parte siempre de la vida
real: es ahí donde experimenta a Dios y es ahí donde escribe su fidelidad y su
mensaje. Jesús es anticlerical porque no soporta la hipocresía y la falsedad.
Sus palabras y sus gestos quedan siempre ahí, como icono perenne de
autenticidad y transparencia.
Posiblemente tendremos que lidiar
siempre con algunas incoherencias e hipocresías: el camino de madurez pasa por
ahí. No tenemos que deprimirnos o desmoralizarnos cuando advertimos estas
incoherencias: ser conscientes de ellas es el primer y fundamental paso.
El camino de la coherencia y la
fidelidad pasa necesariamente por el silencio. Sin silencio interior es
imposible darnos cuentas del constante juego de nuestro ego que siempre quiere
mostrar una imagen de nosotros mismos, y una imagen acorde a sus creencias
mentales e ideológicas.
Solo el silencio desactiva la trampa.
Solo el silencio afina la vista.
Buen camino y perdón por mis
incoherencias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario