sábado, 17 de agosto de 2019

Lucas 12, 49-53



Yo he venido a traer fuego sobre la tierra”: así arranca el texto de hoy.
¿Qué es este “fuego” con el cual Jesús se identifica?

Es el fuego del anhelo interior, es el fuego del ser, el fuego de la Vida misma. Jesús se descubrió animado por este fuego y comprendió su misión como un compartir ese mismo fuego.

La imagen del fuego tiene una belleza y un poder único.
El fuego alumbra y calienta, consume y purifica.
El fuego arde: es pasión de amor y peligro de muerte.
En el lenguaje de los místicos y maestros espirituales la imagen del fuego está muy presente.
La misma Escritura utiliza la imagen del fuego para hablar de Dios: “Porque el Señor, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso” (Dt 4,24); porque nuestro Dios es un fuego devorador” (Hb 12, 29).
La experiencia clave de la vida y la vocación de Moisés tiene que ver con el fuego: “Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza” (Ex 3, 2).

Encontrarse con este fuego es entonces esencial. El fuego que nos anima expresa a la vez nuestra identidad compartida – el amor que somos – y nuestra vocación única y original en cuanto manifestación de la Vida Una.
Paradojicamente descubrirse como expresión de la Vida Una no quita lo individual y original de cada uno: más aún, lo plenifica.
Es lo que ocurre con las personas realizadas, felices, plenas. Son plenamente ellas mismas, son fieles a su esencia, a su vocación única.
Experimentarse en profunda comunión con el Universo confiere más espesor a lo personal.
Jesús fue fiel a sí mismo, fiel al Amor Uno que lo animaba y por eso encontró su camino único y original.
Comprender esta dimensión paradojica es fundamental y nos permite comprender cabalmente el texto evangelico de hoy que, a una mirada superficial, podría sorprendernos o hasta asustarnos.

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (12, 51)

Palabras fuertes, tajantes, contundentes. Palabras de fuego justamente. Palabras que surgen de un corazón fiel a su esencia y fiel al Amor.
El místico sufí Rumi había dicho de sí mismo algo parecido: “esta flauta es tocada por el fuego, no por el viento.

Jesús vino a revelarnos que la plenitud de vida consiste en ser fieles a nuestra propia esencia y originalidad. Siendo fieles a eso seremos fieles al Amor Uno y a la Vida Una y, por el otro lado, conectándonos con nuestra verdadera identidad – el Amor Uno y la Vida Una – descubriremos nuestra unicidad y originalidad.

Ocurre muy a menudo que esta fidelidad y coherencia suscite oposición en quien vive en la superficie, animado desde el ego y no desde el Espíritu.
Lo sabemos bien: las personas enteras, coherentes, fieles a su esencia son causas de conflicto.
Solo por citar unas pocas conocidas: Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela. También podemos nombrar los miles de mártires cristianos.
Muchas más son las desconocidas, gente sencilla y común.
Por eso Jesús dijo: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”.

La paz que Jesús descubrió y vivió no es la paz superficial e ilusoria del ego. Es la paz de la fidelidad a nuestro auténtico ser. Muchas veces para descubrir esta profunda y eterna paz hay que pasar por el conflicto, el dolor, el fuego.
El maestro zen Hakuin lo había expresado así: “Si lo que deseas es la gran tranquilidad, prepárate a sudar la gota gorda.

Hasta que la persona no trasciende el ego siempre estará en algún tipo de conflicto y división. El ego no conoce la verdadera paz porque el ego vive desde una identidad ilusoria y desde esta ilusión necesita del conflicto para reforzar la creencia en esa misma identidad.
El fuego de Jesús, el fuego de nuestro auténtico ser tendrá que quemar esta falsa y superficial identidad. El conflicto y las divisiones que experimentaremos – adentro y afuera – nos revelarán cuan lejos estamos de nuestro centro, nuestra esencia, la verdadera paz.
Por eso no hay que huir del conflicto: hay que asumirlo, comprenderlo, trascenderlo.

Hace pocos día tuve la posibilidad de ir al cine a ver la película “El Rey León”.
Uno de los ejes de la película – tal vez el principal – es la frase que Mufasa repite a Simba: “recuerda quien eres”.
El olvido de nuestra verdadera identidad es la causa de la falta de paz, de los conflictos y las divisiones.
Recordar nuestra esencia no es cuestión de memoria intelectual o de capacidades mentales. Es justamente lo opuesto: solo desde el silencio mental el ego es trascendido y la verdadera esencia aparece.
Desde el silencio lo que somos aparece y se transforma en fuego de vida.
Lo que somos es el Amor Uno y la Vida Una expresándose creativa y originalmente en nuestra estructura psicofísica individual y en cada cosa existente.
Se expresa desde el Silencio, como fuego, aliento y vida.
Deja que el fuego que te ilumine y te consuma.








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