sábado, 2 de mayo de 2020

Juan 10, 1-10




El texto de hoy termina con uno de los versículos más centrales  – a mi parecer – de todo el evangelio, versículo que resume maravillosamente el mensaje de Jesús: “yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Jesús vino a revelarnos al Dios de la Vida, al Dios que es Vida abundante para todos.
Jesús vino a compartir y regalarnos esta Vida plena.
Tener claro este mensaje lo convierte en un criterio clave para leer todo el evangelio y el mensaje cristiano: cuando nuestra lectura, interpretación y vivencia del evangelio nos alejan de la vida, estamos leyendo mal y estamos entrando en una interpretación mental del mensaje cristiano perdiendo la conexión vital y real con la misma Vida.

En este texto el evangelista Juan y su comunidad nos presentan dos imágenes de Jesús: puerta y pastor (maestro), aunque la imagen del pastor será desarrollada detalladamente por Juan a partir del versículo 11.
Las imágenes pueden ayudarnos si no nos dejamos atrapar por ellas. Las imágenes nunca son absolutas y definitivas. Son chispas de luz que pueden ayudarnos para ver en un determinado momento. Hay imágenes que nos sirven por un tiempo y después ya pierden su fuerza y surgen otras. Después pueden volver, con más fuerza y otra profundidad.
Hay que captar sus mensajes y trascenderlas. Una imagen, como el símbolo, sugiere una realidad que está más allá de sí misma.
Jesús es la puerta. Esta hermosa y plástica imagen sugiere apertura y confianza. Una puerta se coloca para ser abierta. Si no necesitamos abrir, hacemos una pared y no una puerta. La puerta entonces expresa apertura y comunicación.
El evangelista Juan sugiere así que Jesús es la total apertura y comunicación del Misterio divino. Más aún: Jesús vino a revelarnos que Dios mismo es esta misma apertura y comunicación. Podemos relacionarnos con el Misterio con total confianza y entrega.
La puerta también se cierra. Cerramos cuando queremos intimidad y seguridad. La puerta indica también la casa. Jesús es nuestra Casa, el lugar donde podemos ser nosotros mismos y donde nos sentimos seguros, aceptados, comprendidos.
Otra vez podemos ampliar la imagen a Dios mismo: Dios es nuestra Casa, nuestra Paz. Vivimos en este Misterio como un pez en el océano… “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).

La imagen del pastor hoy es solo sugerida, como dijimos, y Juan la desarrolla en el texto que sigue.
Podemos decir unas palabras sobre el tema del maestro. Puerta y pastor, en definitiva, apuntan a la realidad del maestro.
“Maestro” es uno de los títulos que el evangelio y la tradición le otorgan a Jesús. Es uno de los títulos que más me gusta.
Hay que entenderlo bien.
El evangelio sugiere que Jesús es el único maestro y que los demás son “ladrones y asaltantes” (10, 2).
Es la tentación y el peligro de las religiones y las tradiciones espirituales: caer en la trampa de considerarse las únicas auténticas y verdaderas. Es también la tentación de todos los maestros, auténticos o menos.
En este tiempo hay una proliferación imponente de “maestros” de todo tipo y especie y, obviamente, cada cual se auto designa como el auténtico, descalificando a los demás.
Cuando uno se cree “maestro” es muy fácil caer en la manipulación de los discípulos y crear dependencia.

El evangelista Juan escribe en los primeros siglos y en la época de fundación del cristianismo y por eso sus palabras pueden ser entendidas: el evangelista intenta dar un solido fundamento a la comunidad y a la fe.
Hoy estamos obligados a dar un salto:
¿Cómo entender hoy el ser maestro y Jesús como maestro?
Lo podemos ver clara y bellamente en la misma praxis de Jesús.
Más allá de que Jesús eligió a sus discípulos – cosa que iba en contra de lo acostumbrado ya que era el discípulo que elegía al maestro – la praxis de Jesús fue siempre liberadora.
Jesús jamás ató a sí mismo a los discípulos.
¿También ustedes quieren irse?” (Jn 6, 67) exclamó aquella vez, dejando libres a los suyos.
Jesús vivió perfectamente lo que significa ser maestro: conectar a la persona con ella misma y dejarla libre.
Jesús sabía que la verdad está en el interior de cada uno y que cada cual, al final, tiene que aprender a ser maestro de sí mismo.
A menudo despachaba a los que curaba: “En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti” (Mc 5, 18-19).
Un maestro externo es un momentáneo puntapié inicial que ayuda a descubrir al maestro interior.
Este maestro interior que nos habita a todos: nuestra esencia, el lugar donde el Espíritu de Dios nos está creando y sosteniendo, aquí y ahora.


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