sábado, 4 de julio de 2020

Mateo 11, 25-30



 

El texto de hoy nos abre una ventana sobre la interioridad de Jesús. Jesús abre su corazón y podemos ver claramente lo que lo habita: la gratitud.

Jesús alaba al Padre, agradece.

Podemos leer toda la vida de Jesús como un canto de alabanza al Padre y a la gratitud como la actitud esencial.

 

¿De dónde brota la gratitud?

La gratitud de Jesús brota de su vibrante percepción y de su alinearse con la vida.

Por un lado, Jesús logra ver más allá de las apariencias y capta el núcleo esencial de la existencia y de la vida: en todo descubre la Presencia de Dios.

Por el otro se alinea con esa misma Vida, la acepta, la asume, dice su “si”. ¡“Si” a la vida!

“Ver” a Dios en todo y decir “si”: esa es la clave de la gratitud.

La gratitud entonces se convierte en el eje central de la existencia. Vivimos agradecidos, vivimos dando gracias.

La Vida se convierte en algo maravilloso, paso a paso, momento a momento.

Esta actitud esencial de gratitud transforma también los pasajes dolorosos de la existencia: “mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 25, 30).

La gratitud no anula el dolor y las dificultades, sino que los transforma y los hace livianos.

¿Por qué el “yugo” de Jesús es suave y su “carga” liviana?

Porque Jesús no se resiste a la vida, no se opone a la vida. Jesús la acepta, la ama, la asume en plenitud.

Es la resistencia a la Vida lo que hace el “yugo” amargo y la “carga” pesada.

Nuestra cultura, y el cristianismo también, están todavía marcados por la resistencia y la lucha: en lugar de asumir la vida, creemos saber por donde tiene que ir y queremos controlar la vida, manipularla y vivirla según nuestros criterios.

En muchos casos hemos “usado” el evangelio para nuestras luchas en contra de la vida.

Todo esto produce la clásica actitud defensiva: nos encerramos detrás de los baluartes dogmáticos y morales y nos perdemos la belleza de la vida y su liviandad.

Siempre que hay un “en contra de” estamos rechazando la vida. Siempre que hay lucha estamos rechazando la vida. Siempre que hay resistencia estamos rechazando la vida.

Y disfrazamos todo esto con el famoso y reiterado “contracorriente” evangélico.

Jesús nunca se resistió a la Vida, nunca luchó “en contra de”.

Acá tenemos un gran desafío por delante.

“Ir contracorriente” no puede ser en absoluto un rechazar la vida o un ir “en contra de”.

“Ir contracorriente” es descubrir que la vida siempre tiene razón, aunque no la entendamos.

La fidelidad al evangelio es la fidelidad a la Vida que se esconde también en nuestros errores y mezquindades.

La fidelidad al evangelio nunca confunde “pecado” y “pecador”.

La fidelidad al evangelio siempre reconoce la inocencia de las personas y la realidad, más allá de todo.

La denuncia profética, “en contra” de las estructuras de pecado, de la opresión y de la injusticia, a mi parecer, tiene que virar hacia el descubrimiento y el anhelo de vida y amor que se esconde en el fondo de estas realidades.

Las “estructuras de pecado” están hechas y sostenidas por personas heridas, inconsciente y sufrientes. Debajo de este gran dolor se esconde la Vida que quiere sanar, brotar, iluminar.

Nuestra tarea es aportar luz y conciencia, no juzgar y condenar.

El mal se sana y se convierte asumiéndolo, no rechazándolo.

La cruz de Jesús es el gran evento, símbolo e icono de todo eso.

Nosotros luchamos y rechazamos porque no somos capaces de asumir. Nuestro amor es débil y frágil. Tenemos miedo al Amor.

El “si a la Vida” puede renovarnos y transformarnos.

El “si a la Vida” transformará el miedo en amor.

El “si a la Vida” hará el yugo suave y la carga liviana.

 

 

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