sábado, 18 de julio de 2020

Mateo 13, 24-30




Seguimos con el capitulo trece de Mateo, el tercer discurso de Jesús y el capitulo de las parábolas.

Hoy se nos presenta la conocida parábola del trigo y la cizaña.

Es una texto muy actual y que puede regalarnos una luz fundamental para el momento que estamos atravesando, a nivel individual y como humanidad.

“Trigo” y “cizaña” expresan la polaridad de la Vida. La Vida se manifiesta siempre a través de polos opuestos: frío/calor, bueno/malo, día/noche, nacimiento/muerte, blanco/negro, salud/enfermedad, paz/guerra.

En la manifestación no existe un polo sin el otro, y esto también a nivel del lenguaje.

Es esencial acceder a la compresión que estos opuestos pertenecen a la dimensión visible de la realidad. La creación exige los opuestos para poder vivir, expresarse, manifestarse, crecer.

Nosotros también necesitamos la distinción de las formas en las cuales la Vida se expresa, para poder conocer y experimentar la misma Vida.

El problema radica en la absolutización de los opuestos: cuando los absolutizamos entramos en el mundo de la dualidad y en la cárcel mental.

La mente no comprende la paradoja y se inclina fanáticamente por un lado solo, rechaza, discrimina, elige.

Por eso que el budismo insiste en la ecuanimidad: una mente serena y pacifica no discrimina ni juzga, sino que acepta, suelta y fluye con la Vida.

Si leemos nuestra parábola simplemente desde la mente no podremos hacer otra cosa que caer en la dualidad y nos pondremos fanáticos como los peones: ¡hay que arrancar la cizaña!

Es esta lectura mental y dual del texto que dio origen a cierta manera de entender la fe y de vivir el cristianismo: la que separa el mundo en buenos y malos, en justos e injustos, opresores y opresos… y, casi automáticamente, nos ponemos en el lado de “los buenos”; “los malos” son siempre los demás.

Desde esta lectura surgió, obviamente, una manera de actuar poco evangélica: centrada en el activismo y luchando siempre “en contra de”.

Esta visión superficial y parcial nos hizo olvidar otros textos: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 44-45).

Existe una dimensión más profunda y real:

¿Qué hay más allá de los opuestos y su aparente contradicción?

¿Existe algo que asuma y trascienda los opuestos?

 

Por supuesto que sí. Toda la experiencia mística de la humanidad es testigo de esta maravillosa cuanto esencial posibilidad.

Más allá de los opuestos que la mente etiqueta como contradictorios, existe una profunda Unidad que todo abraza y abarca.

Es el Abrazo del Amor Uno. Por eso que solo el Amor es real.

Más allá de las aparentes contradicciones en las cuales la Vida Una se manifiesta, solo existe el Amor.

El camino espiritual, el camino que nos conduce a la paz radical se centra justamente en eso: aprender a ver el Amor más allá de las formas en las cuales se expresa.

Los opuestos y las diferencias pertenecen a la dimensión exterior, visible y superficial de lo real. Dimensión que necesitamos, obviamente, para vivir y experimentar la belleza infinita de la Vida.

Hay otra y más profunda dimensión, es la otra cara de la moneda.

Es la dimensión interior, invisible, estable, eterna. Es la dimensión de la Unidad, de la pura Luz, del Amor.

Esta dimensión corresponde a nuestra esencia, es nuestra verdadera identidad, es lo que somos, más allá de lo que aparece.

A esta dimensión accedemos callando la mente y dejándonos aferrar por el silencio. Solo el silencio tiene la llave de esta mística puerta.

Por eso es tan esencial la práctica diaria del silencio.

Una vez pasada esta puerta no hay vuelta atrás: por cuanto volveremos a equivocarnos y caer en los engaños de la mente, sabremos que existe esta puerta y la otra dimensión.

Cuando conectamos con esta dimensión aprendemos a vivir los opuestos y las diferencias desde la compasión, la paz, la tolerancia, la paciencia.

Por eso Jesús hizo de la compasión el eje de su vida y su mensaje: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha” (24, 30).

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos” (Lc 6, 35).

 

Jesús se vive y vive desde esta dimensión profunda de la Vida. Jesús vio que solo el Amor es real.

Por eso puede amar radicalmente hasta el final. Por eso puede perdonar y puede decir: “no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5, 39).

Porque en el fondo “no hay otro”: todo y todos somos expresión del mismo y único Amor.

Necesitamos ojos para verlo. Necesitamos silencio para experimentarlo.

 

 

 

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