sábado, 4 de septiembre de 2021

Marcos 7, 31-37

 

 

Effatá”: la palabra clave de nuestro texto. “Effatá” es una palabra aramea que el evangelista traduce con “ábrete”. También se puede traducir con “sé abierto”.

Le presentan a Jesús un sordo que, debido a su sordera, también hablaba muy poco. Como siempre, más allá del hecho histórico o menos, el evangelio nos invita a una interpretación y comprensión simbólica y espiritual, que pueda transformar nuestra vida, hoy.

¿De que me sirve, de que nos sirve saber que Jesús curó un sordo hace dos mil años, si no me curo de mi “sordera”, hoy?

 

La sordera es muy usada en la Escritura como metáfora de la cerrazón espiritual, de la negativa a escuchar la voz de Dios. Es uno de los reproches más frecuente que Dios hace a su pueblo, especialmente a través de los profetas.

Dice por ejemplo el profeta Jeremías: “Escuchen bien esto, pueblo estúpido y sin inteligencia: ellos tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen.

O también Isaias: “¡Hagan salir al pueblo ciego, pero que tiene ojos, sordo, pero que tiene oídos!

Jesús subraya en varias oportunidades la importancia del ver y el oir: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.” (Mt 13, 16-17).

Parece que una clave de la vida espiritual, tal vez la más importante, es la capacidad de escucha.

Como sabemos – es importante subrayarlo – el primer mandamiento, antes del decálogo, es el mandamiento de la escucha.

Es el famoso “Shemá Israel”: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Dt 6, 4).

El pueblo de Israel nace de la escucha.

 

El sordo de nuestro texto no puede escuchar, no sabe escuchar; y por eso tampoco habla. Está aislado en su mundo, sin poder comunicar con nadie.

Su vida pierde mucho en humanidad, porque solo la escucha y la comunicación nos hacen plenamente humanos.

Jesús intenta curarlo con unos gestos que recuerdan las curaciones típicas de la antigüedad. La saliva para los antiguos era “aliento condensado”: el aliento – el respirar – es el signo por excelencia de la vida y por eso la saliva comunicaba vida.

Los gestos de Jesús parece no tener éxito. Por eso mira al cielo y pronuncia nuestra hermosa palabra: Effatá.

Como dijimos se traduce con “ábrete” o “sé abierto”. Jesús le pide al sordo su colaboración, le pide la única condición para su sanación: la apertura.

Si el sordo no se abre, si no abre su corazón, la curación es imposible.

¡Qué gran y fundamental mensaje para nosotros hoy!

Abrirse siempre cuesta, siempre es un proceso. Abrirse requiere superar los miedos, la desconfianza, la inseguridad.

La iglesia en muchos casos sigue sorda, cerrada sobre sí misma, desconfiando de la ciencia, de los que piensan libremente, de los cambios de la sociedad. Y se cierra en el dogmatismo y el moralismo.

Un cristianismo cerrado no va a ningún lado y los resultados los estamos viendo.

 

Jesús es el hombre abierto y que siempre invita a la apertura. Jesús libera y abre: siempre. Se puede leer todo el evangelio bajo la metáfora y el signo de la apertura. Uno de los versículos más contundentes al respecto lo encontramos en Juan 3, 8: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.

 

La experiencia de Jesús es la de un Dios totalmente abierto a su creación y a sus creaturas: ¡maravilloso!

Hay que aprender a oír esta Voz misteriosa que no podemos manipular y que siempre se nos escapa.

En las hermosas y fascinantes palabra de Rumi: “Hay una voz que habla sin palabras. Escucha”.

 

El amor es apertura y expansión, también cuando necesita poner limites, porque los limites permiten una vivencia del amor armoniosa, equilibrada y serena.

El amor nace de la escucha, nace y se nutre de un corazón abierto.

 

“Effatá”: abre tu corazón, abre tus oídos. No tengas miedo a los cambios. Confía.

“Effatá”: escucha. Solo y simplemente, escucha. Todo surgirá de esta escucha.

“Effatá”: sé abierto a la Presencia. Y la Presencia se vivirá en ti y a través de ti.  

 

 

 

 

 

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