sábado, 11 de septiembre de 2021

Marcos 8, 27-35


 


El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (8, 35): el texto evangélico de hoy termina así. Es una invitación repetida en los evangelios y una invitación muchas veces mal interpretada y que a menudo asustó a las personas y las bloqueó en su camino.

¿Qué significa?

¿Qué sabiduría encierra?

En este versículo se revela la paradoja de la existencia.

¿Qué es lo paradójico?

La paradoja es una afirmación que encierra dos polos opuestos que la mente racional no puede comprender ni unificar, pero que en otro nivel más profundo conviven armónicamente.

¿Cómo se puede salvar la vida, perdiéndola?

En Juan 12, 24 esta misma paradoja queda plasmada con la famosa metáfora del grano de trigo: “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

Una muerte que da vida.

Esta paradoja central del evangelio refleja y revela el centro de la fe cristiana: muerte y resurrección, la pascua. La muerte de Jesús revela la vida y la vida se nos regala a través de la muerte.

La mente se pierde en tanta profundidad y en la aparente contraddicción.

 

Esta paradoja – es importante subrayarlo – es una constante en todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad y refleja, por tanto, una sabiduría universal y perenne, que cada tradición expresa desde sus coordenadas religiosas, historicas y culturales.

El budismo, solo para poner un ejemplo, habla de “vacío” y “forma”. En el sutra del corazón se dice: “el vacío es forma y la forma es vacío”.

Vacío y forma expresan las dos caras de lo real, como el perder la vida y ganarla.

El vacío es lo invisible, lo primordial, la pura posibilidad amorosa que se revela en cada forma visible y concreta. Cada “forma” es el vacío expresandose, sin que la forma pueda “atraparlo” y menos, agotarlo.

Después de esta necesarias aclaraciones, volvamos a la paradoja evangelica: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida la salvará.”

¿Qué es perder?

¿Qué es salvar?

“Perder” y “salvar” expresan y revelan los dos polos de lo real y de nuestra humanidad: “identidad” y “personalidad”.

Nuestra identidad real y profunda es el “vacío”, es el “Yo Soy” de Jesús (Juan 8, 58), es la identidad común y compartida, es nuestra esencia amorosa, es la unidad indefectible con Dios. Esta identidad se revela histórica y concretamente en la “personalidad”, en nuestro “yo” con todo lo que significa y contiene: familia, cultura, religión, carácter, dones y defectos, heridas y proyectos, ilusiones y esperanzas, anhelos y decepciones.

El único “problema” de la existencia es la identificación inconsciente con nuestro “yo”, con la personalidad: creer que somos este pequeño y frágil “yo”. Desde esta identificación el sufrimiento está asegurado.

Por eso Jesús invita a trascenderlo: darse cuenta que no somos este “yo”. Darse cuenta que nuestra verdadera y eterna identidad está en otro lado y que la “personalidad” simple y maravillosamente está llamada a revelar de una manera única y original la común y amorosa identidad. Esta es la “iluminación”.

¡Qué belleza sin nombre!

¡Qué pacifica maravilla!

“Lo que somos” en realidad es indecible e innombrable, porque tiene que ver estrictamente con el Misterio divino. Por eso la mística calla y hace del silencio su centro vital.

“Lo que somos” se revela y se manifiesta en nuestra personalidad, en lo que llamamos “yo”.

La sabiduría está en vivir armónicamente esta doble cara de lo real:

vivir la personalidad desde la identidad, vivir la “forma” desde el “vacío”, vivir el amor desde el Amor.

Cuando desconectamos los dos polos entramos en el sufrimiento y la confusión.

Cuando los vivimos armónicamente todo se convierte en luz y todo lo vivimos desde una profunda paz.

 

Importante: no intentes “atrapar” la paradoja con la mente; no puede y no es su cometido. Porque la mente es “personalidad”.

Tu corazón y tu intuición saben lo que la mente no puede atrapar; la mente ordena y da forma a lo invisible, al “vacío” amoroso que nos sostiene y engendra en este mismo instante.

Silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 


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