sábado, 22 de enero de 2022

Lucas 1, 1-4. 4, 14-21

 

 

Lucas nos presenta hoy el comienzo de la actividad publica de Jesús.

Jesús empieza su ministerio – como buen judío que era – desde una sinagoga, su querida sinagoga de Nazaret, donde iba todos los sábados.

No podemos entender cabalmente a Jesús sino desde el judaísmo: Jesús era judío y no era cristiano, obviamente.

Es fundamental, en este tiempo, devolver a Jesús al judaísmo y quitarle de arriba todas las interpretaciones posteriores. Solo así recuperaremos su mensaje esencial y original; solo así podremos entrar en su misma experiencia.

Jesús, en la sinagoga, lee un pasaje del profeta Isaías y entiende que es un mensaje para él: detalle que no podemos pasar por alto.

Todo lo que leo, todo lo que ocurre es un mensaje para mi, para mi crecimiento, para mi evolución. Nada es casual.

Todo lo que ocurre, en realidad, me ocurre.

Si supiéramos leer e interpretar todo lo que nos ocurre como un mensaje de Dios, nuestra vida se transformaría rápidamente.

Jesús la tenía clara: “¿Acaso no se venden un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo” (Mt 10, 19).

En todo lo que nos ocurre estamos llamados a descubrir la Presencia de Dios y su mensaje.

Esto es posible por el Espíritu que nos habita y nos constituye.

Por eso el evangelista Lucas insiste sobre el Espíritu.

El texto de Isaías que Jesús cita empieza así: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción” (4, 18).

El Espíritu estaba “sobre” Jesús, como está “sobre” nosotros, sobre cada uno y cada una.

Recordemos un dato esencial: desde la visión mística y no-dual, lo que se dice de Jesús, se dice de nosotros. Lo que vale para Jesús, vale para nosotros: desde siempre los místicos lo repiten, pero no los supimos escuchar y no nos hemos atrevido a entrar en este camino… sin duda porque es un camino de desapego y anonadamiento.

Este es el gran secreto del evangelio, este es el gran y único mensaje del maestro de Nazaret. Jesús nos revela lo que somos, nos introduce en el Misterio de la Unidad.

 

El Espíritu del Señor está sobre mí”: este “sobre” indica la prioridad esencial del Espíritu, su conducción, el impulso que nos sostiene y anima.

En realidad el Espíritu es nuestra esencia, nuestra identidad más profunda.

El Espíritu es invisible a los ojos físicos y necesitamos una mirada distinta para captar su presencia.

El camino espiritual se puede definir justamente como un pasaje del mundo visible al mundo invisible.

Lo que no se ve con los ojos es más real y verdadero de lo que vemos.

Por eso el místico sufí Rumi nos invita: “Trabaja en el mundo invisible al menos tan duro como haces en el visible.

Con frecuencia solo los poetas y la poesía logran “ver” este mundo invisible.

Por eso terminamos con las palabras del poeta:

 

Yo sé que mil lunas se esconden detrás del velo

y he visto noches claras

y oscuros amaneceres.

 

Susurra la vida en cada rincón y en cada esquina

y te dice: ¡Ven!

¡Qué mueran tus miedos y vete feliz!

Pude escuchar montañas gemir,

las flores gritar, los árboles dormir.

Pude alabar, juntos a las aves.

 

Desde una quietud amada y conquistada

pude ver lo sutil de lo invisible

sosteniendo a los mundos y a las cosas.

 

Puedo amar lo que no veo,

porque soy lo que no veo:

silencio amante, fecundo, luminoso.

 

Y así recorro el mundo y los corazones;

morando en el amor,

buscador de lo invisible.

 

 

 

No hay comentarios.:

Etiquetas