sábado, 5 de febrero de 2022

Lucas 5, 1-11


 

Se nos presenta hoy el maravilloso texto llamado de la “pesca milagrosa”.

Jesús empieza su ministerio y después de predicar en la sinagoga de Nazaret se va al lago de Galilea.

Jesús se mete de lleno en la vida, donde la gente trabaja, goza, sufre. Jesús quiere llevar su experiencia de Dios a los rincones de lo cotidiano, a cada corazón humano, a cada situación existencial.

La religiosidad de Jesús supera desde ya la ilusoria y peligrosa barrera entre lo sagrado y lo profano. Todo es sagrado: la sinagoga, la Palabra de Dios, los pescadores, la pesca, las redes y el lago…

Jesús predica desde la barca de Pedro… una barca vacía, triste: ¡no habían pescado nada! La barca vacía, símbolo de un vacío que a veces experimentamos y necesitamos para crecer.

Si un pescador no pesca nada asoma la tristeza, el sin sentido, la angustia. ¿Qué vamos a comer? ¿De qué viviremos hoy?

Es la experiencia del fracaso que Pedro expresa así: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada…” (5, 5).

La experiencia del fracaso es, en un nivel superficial de consciencia, una experiencia común a cada ser humano.

¿Quién no vivió algún tipo de fracaso?

¿Quién no se equivocó?

¿Quién no hizo la experiencia del trabajo sin resultados?

 

La vida a menudo nos lleva a fracasar, a “trabajar la noche entera sin sacar nada”: ¡qué hermoso!

Si… experiencia hermosa y necesaria porque nos lleva al corazón de la Vida misma, al corazón de Dios: la gratuidad.

Es necesario fracasar para darse cuenta que en la otra cara del fracaso está el éxito, la plenitud y la dicha.

Es necesario fracasar para darse cuenta que, en realidad, el fracaso no existe: solo hay aprendizaje.

El novelista y poeta irlandés Samuel Beckett lo había intuido: “Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor.

Y la monja budista Pema Chödrön nos sugiere: “Si quieres ser un ser humano completo, si quieres ser auténtico y abrazar la totalidad de tu vida en tu corazón, entonces un fracaso es la oportunidad de desarrollar tu curiosidad sobre lo que está ocurriendo y escuchar las historias que surgen. No te creas las historias que culpen a los demás, ni tampoco te creas las historias que te echan la culpa a ti mismo.

 

En un nivel de consciencia más profundo “éxito” y “fracaso” son simples etiquetas mentales que intentan definir y controlar la realidad para otorgarnos la tan ansiada sensación de seguridad.

En este nivel no-dual de consciencia, “éxito” y “fracaso” son dos caras de lo mismo: la plenitud y gratuidad de la Vida.

 

La fuerza simbólica y catequética del relato de Lucas es extraordinaria. Lucas quiere invitarnos a una confianza radical en la vida.

Por eso pone en boca de Pedro las palabras: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes” (5, 5).

Es de día y un pescador sabe muy bien que pescar a la luz del día no dará resultado y menos cuando en la madrugada anterior no se pescó nada.

A pesar de todo, a pesar de ir en contra de la lógica, Pedro confía en la palabra de Jesús: “si tú lo dices, echaré las redes”.

Aunque la lógica y la racionalidad tengan obviamente su rol y su valor, la vida a menudo no sigue los caminos de la lógica. La vida es vida, la vida es novedad y sorpresa constante. El Misterio de la Vida y del Amor se mueve por caminos creativos que superan toda lógica humana. La Vida no cabe en la racionalidad sino que la fundamenta y la desborda.

Recordemos las palabras de Isaías: “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos oráculo del Señor. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (55, 8-9).

El mismo evangelista Lucas puso en los labios de Jesús estas palabras : “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (6, 38).

 

Salir de la simple y chata lógica humana nos permite entrar en el dinamismo extraordinario, bellissimo y sorprendente de la vida.

Salir de nuestra “zona de confort” y abrirnos a lo desconocido y a la incertidumbre nos regalará la experiencia conmovedora de una plenitud desbordante: “sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían” (5, 6-7).

 

 

 

 


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