sábado, 26 de febrero de 2022

Lucas 6, 39-45

 


¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” (6, 39): arranca así nuestro texto de hoy. Una pregunta provocativa de Jesús. Desde siempre los sabios usan las preguntas para despertar a sus discípulos.

Dejémonos cuestionar, entonces.

 

El tema de la ceguera recorre las paginas de la Escritura, tanto en la Primera Alianza (“Antiguo Testamento”) como en la Nueva Alianza (“Nuevo Testamento”).

También está presente en todas las tradiciones espirituales y religiosas de la humanidad. La fuerza simbólica de la ceguera es extraordinaria.

La ceguera expresa falta de visión y, en consecuencia, una falta de comprensión.

No puedo comprender lo que no veo con claridad.

Jesús invita a desarrollar la visión interior. Esta visión interior se expresó en muchas tradiciones – también la cristiana – como el “tercer ojo”.

El “tercer ojo” consiste en la visión espiritual, esencial, profunda de las cosas, de la vida, de Dios.

El desarrollo de la visión interior es fundamental para salir del engaño, de las dependencias afectivas y emocionales, de las trampas del ego.

Si la relación maestro/discípulo no es iluminada, el peligro de manipulaciones o dependencias es muy alto.

La visión interior nos hace caer en la cuenta que todos somos maestros y todos somos discípulos. Podemos aprender de todo y de todos y podemos enseñar a todos, a partir de nuestra propia experiencia.

Cuando la visión interior es clara, pura y libre no hay apegos, envidias, celos. Cuando se libera la mirada interior todo aparece en su originaria belleza y esplendor.

Jesús, para explicar mejor, utiliza un conocido refrán : “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (6, 41).

La psicología moderna explica esta sabiduría espiritual a través del fenómeno de la proyección: la paja que vemos en el ojo del otro es una proyección de nuestra propia viga.

La agresividad que percibo en el otro esconde mi propia agresividad que no quiero ver ni reconocer… y así con todo.

Si somos honestos con nosotros mismos se nos abre un camino de autoconocimiento y de crecimiento infinito y bellísimo.

Cuando la mirada es limpia, serena y pacífica surge una comprensión que no es mental. Es una comprensión que surge del ser, de la esencia: es una comprensión libre de los filtros mentales y emotivos que tanto nos hacen sufrir y hacen sufrir a los demás.

Las relaciones – con las personas, las cosas, la naturaleza – que nacen del ego siempre llevarán a algún sufrimiento. Solo las relaciones que nacen desde la pureza y la libertad interior generan amor, luz y paz.

Por eso es tan esencial trabajar la visión y la mirada interior.

Afirma magistralmente Rumi: “cada uno ve lo invisible en proporción a la claridad de su corazón”.

La claridad del corazón nos permite ver lo invisible.

¿Cómo ejercitar esta claridad que nos lleva a la visión?

Las herramientas son muchas y siempre combinan espiritualidad con psicología. Cada cual tiene que encontrar su camino y sus fuentes, sin olvidar jamás que “La Fuente” primaria y esencial late en nuestro interior.

A nivel espiritual sugiero el camino del silencio.

El silencio tiene la fuerza y la capacidad de llevarnos directamente al “tercer ojo”, a la visión del corazón, a la experiencia del ser.

Desde esta conexión con nuestro ser interior solo pueden crecer frutos buenos: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (6, 45).

Cuando “reconocemos” – logramos ver – la belleza infinita que nos habita y el amor infinito que nos engendra y sostiene en cada instante, los frutos brotarán solos.

Serán frutos de bondad, compasión, paz, alegría.

 

 

 

 

 

 

 

 

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