El texto de hoy va al corazón del mensaje cristiano y al corazón mismo de la existencia y de la vida.
Es el mensaje eterno del amor. El único mensaje necesario.
Un amor total, radical, sorprendente:
“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman” (6, 27-28).
Jesús nos invita a cuatro acciones hacia nuestros “enemigos” u oponentes: amar, hacer el bien, bendecir, orar.
¿Cómo es posible?
La voluntad no es suficiente: lo sabemos bien por experiencia personal.
La clave está en la comprensión del amor. Sin esta comprensión esencial nos debatiremos con nuestras fragilidades, con la frustración y nos encontraremos en un callejón sin salida.
Estamos acá justamente para aprender el amor y, por ende, para aprender a amar y a dejarnos amar.
¿Qué es el amor?
Jesús es un místico y por eso pudo “ver adentro de lo real” y pudo decir lo que dijo.
Hay que liberar el amor del brete de los sentimientos y de las emociones.
“Sentimientos” y “emociones” son reflejos limitados y parciales del amor.
En la visión de Jesús y de muchos místicos antes y después de él – citamos al Buda que vivió 500 años antes de Jesús – “el amor es lo que es”.
El amor es la realidad, en sentido estricto, “lo único real”.
El amor es la consciencia de no-separación, es la consciencia de unidad y de lo Uno que subyace a todo lo existente.
No hay separación.
El Universo, en palabras de Ken Wilber, es “un manto sin costuras”.
El amor es la energía raigal que todo une y que a todos nos une. Es la esencia divina que se revela y manifiesta en todo.
El amor es la Raíz Única desde donde todo está brotando, aquí y ahora.
Solo desde esta visión y comprensión se nos aclaran las tajantes palabras del maestro de Nazaret.
¿Cómo amar a los enemigos?
¿Cómo hacer el bien a los que nos complican la existencia?
Solo es posible desde esta comprensión: somos uno, “el otro soy yo”.
- Maestro, “¿Cómo tengo que amar a los otros?”, preguntó el discípulo.
- “No hay otros”, respondió el maestro.
Un cuento sufí:
El enamorado golpeó la puerta de su enamorada y ésta preguntó: “¿Quién eres?”
– Soy yo.
– No puedo abrirte la puerta porque en este lugar no entramos tú y yo.
El amante se alejó del lugar y meditó varios días. Finalmente, regresó al lugar y - una vez más - golpeó la puerta de su amada.
– ¿Quién eres?
– Soy tú.
Y la puerta se abrió.
Desde esta consciencia de unidad, todo es posible, todo está bien. Sin duda a menudo tendremos que poner limites, decir que “no”, protegernos; pero todo estará hecho desde el amor y todo servirá para aprender y crecer.
Rumi, uno de los más grandes místicos de la humanidad, lo vio con total claridad:
- “El amor me dijo: no hay nada que no sea yo. Guarda silencio.”
- “Oh alma mía, he buscado de un confín a otro y no hallé en ti nada que no fuera el Amado. No me llames infiel, Oh alma mía, si te digo que tú misma eres Él.”
La mística hebrea lo afirma a partir de Deuteronomio 4, 35: “Ein od milvadó”, “no hay nada afuera de Él”.
El místico cristiano Maestro Eckhart lo expresó así: “Fuera de Dios no hay otra cosa que la nada”.
Solo el silencio mental puede captar esta verdad, la única verdad: “solo el amor es real”.
La mente fragmenta y no puede “ver” el “manto sin costuras”.
El silencio percibe lo Uno y puede “ver” el “manto sin costuras”.
Cuando hemos visto que el amor es la materia prima del Universo y la esencia de toda cosa, nuestras relaciones se transforman; los “sentimientos” y las “emociones” se purifican y armonizan y se convierten en una maravillosa herramienta que revela lo único real: el amor.
Y todo será un desborde de amor y de vida: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (6, 38).
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