sábado, 12 de febrero de 2022

Lucas 6, 17. 20-26

 

 

Hoy nos acompaña el hermoso y famoso texto de las bienaventuranzas en la versión de Lucas. Lucas tiene además unos reproches (“ay de ustedes”) que no encontramos en la versión de Mateo (5, 1-12).

Para muchos estudiosos “las bienaventuranzas” son un resumen perfecto del mensaje evangélico. Si perdiéramos los evangelios y nos quedara solo la pagina de las bienaventuranzas, tendríamos lo suficiente y necesario para captar el centro del mensaje de Jesús.

 

Usaremos dos claves para entrar en el texto y extraer su fundamental mensaje para nuestra vida hoy.

Quiero recordar algo esencial: si el evangelio no transforma la vida y no nos hace crecer, no cumple su función y queda como cualquier otro libro, desperdiciando así su extraordinario potencial.

La primera clave es más exterior y superficial, pero no por eso, menos importante.

Lucas es muy atento y muy sensible al tema de los pobres, los enfermos, los marginados. Las bienaventuranzas nos traen al presente este rasgo central en la vida del maestro de Nazaret. Jesús, a partir de su experiencia, nos revela a un Dios compasivo, cercano al que sufre, al pobre, al descartado por la sociedad.

Las bienaventuranzas nos invitan a darnos cuenta de esta presencia de Dios – misteriosa y tan real – en las situaciones de dolor y vulnerabilidad.

Las bienaventuranzas, desde esta primera dimensión, no son una apología de la pobreza y del dolor: son una invitación a reconocer la Presencia divina en todo esto y a comprometernos para transformar el mundo a partir de la justicia, la solidaridad, la compasión.

 

La segunda clave es más interior y profunda.

Nos encontramos con lo paradójico.

Afirma justamente Enrique Martínez Lozano: “La paradoja se halla presente en todas las dimensiones de nuestra existencia. Y así queda recogida en quienes llamamos maestros y maestras de sabiduría. En el evangelio, es central aquella que habla de «perder» y «ganar»: salva la vida, quien la pierde, mientras que la pierde quien pretende guardarla.

El Universo y la existencia humana se rigen sobre la paradoja y no podría ser de otra manera.

La paradoja rige en el nivel mental y la mente no puede resolver el misterio:

¿Cómo mantener juntas la infinitud de Dios y la finitud de la creación?

¿Cómo conviven lo Uno y la multiplicidad?

 

A partir de nuestro texto:

¿Cómo conjugar la felicidad con la pobreza, el llanto, el hambre, la persecución?

Nuestra mente racional se rebela con fuerza: ¡Es imposible!

Lo que para la mente es imposible se convierte en posible desde el espíritu.

El ser humano es mucho más que la mente racional y si no trascendemos esta dimensión quedaremos atrapados y seremos presa de la angustia.

Desde la mente la paradoja no se resuelve.

Por eso decía Albert Einstein: “Ningún problema puede ser resuelto con el mismo nivel de conciencia con que se creó.

Los “problemas” que la mente crea no se resuelven con la mente.

Hay que buscar más en profundidad, entrar en el terreno de la espiritualidad.

El camino espiritual nos hace caer en la cuenta de que somos más que racionalidad, sentimientos y emociones: nuestra verdadera identidad está en otro lado.

¿Qué somos entonces?

Somos este Misterio de luz que no se puede definir ni conceptualizar… podemos usar con humildad las palabras “alma”, “esencia”, “ser”, “conciencia”… podemos utilizarlas si somos conscientes de sus limites y por ende evitar todo fanatismo y absolutización.

Desde esta dimensión esencial/espiritual ocurre el milagro y la comprensión.

Plenitud y vulnerabilidad conviven: son dos aspectos de lo real.

La paradoja se disuelve.

Atención: se disuelve y no “resuelve”. A nivel mental quedará como paradoja, pero en un nivel más profundo se integrará armónicamente en una visión unitaria.

“Somos plenitud”: sin duda.

“Experimentamos vulnerabilidad”: sin duda.

El sabio hindú Nisargadatta lo expresó así: La sabiduría dice que soy nada. El Amor dice que soy todo. Entre los dos, mi vida fluye.

San Juan de la Cruz y los místicos cristianos dicen lo mismo: nada y todo.

Nuestra esencia divina – en términos cristianos “hijos de Dios” – es plenitud y gozo.

Esta esencia se revela, expresa y manifiesta en nuestro mundo y nuestra estructura psicofísica: extrema vulnerabilidad.

Aprender a vivir armónicamente las dos dimensiones es la clave – tal vez la principal – de una vida plena, pacifica, compasiva, fecunda.

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