El riesgo más grave de una existencia humana es vivir una vida estéril… ¡como la higuera del evangelio!
Dar fruto está en la esencia y en la vocación de cada cosa y, especialmente, del ser humano.
Estamos llamados a dar fruto, a ser co-creadores. Estamos llamados a cumplir con el maravilloso proyecto de Dios sobre cada uno. Estamos llamados a manifestar la luz. Cada ser humano tiene una luz única y original para traer y manifestar al mundo.
La higuera de nuestro texto es estéril, infecunda; no cumple con su misión. Los “tres años” de esterilidad indican un tiempo definitivo, cumplido. Parece que no hay esperanza para nuestra higuera: hay que cortarla, para que no se desperdicie la bondad y fecundidad de la tierra.
El viñador – la higuera estaba entre la viña, símbolo del pueblo de Israel – invita al dueño a la paciencia.
Es interesantísimo el doble simbolismo: dueño y viñador revelan dos facetas de Dios.
Por un lado el Dios que exige los frutos, que nos impulsa a crecer y a caminar. Por el otro el Dios misericordioso y paciente.
Podemos leer, entre líneas, el aspecto masculino y el aspecto femenino de Dios: la famosa pintura del “Padre misericordioso” de Rembrandt lo expresa maravillosamente.
En nuestro camino cuaresmal y espiritual es importante mantener juntas las dos dimensiones.
Estas dos y esenciales dimensiones las podemos identificar con dos palabras: responsabilidad y paciencia.
La etimología de responsabilidad encuentra su raíz en “respuesta”: la responsabilidad es responder a la vida.
¿Cómo respondo a la vida?
¿Cuál es mi actitud frente a la vida?
El tema de la responsabilidad nos reenvía a la primera parte de nuestro texto.
Dos hechos trágicos sacudieron a la población y la gente busca respuestas y explicaciones; el tema del mal y del dolor siempre nos cuestiona e interpela.
Al tiempo de Jesús se consideraba que las desgracias o el sufrimiento estaban muy relacionados con el pecado. Jesús da otra visión, más profunda. Los acontecimientos de la vida – sobretodo los dolorosos – invitan a ser responsables, a tomar las riendas, a ser más lucidos y conscientes. Hay que salir de la culpabilidad, del miedo y de la inercia.
La invitación de Jesús a la conversión es una invitación a la responsabilidad. En todo lo que ocurre y nos ocurre, Dios nos está hablando, esperando, invitando a crecer.
Sin responder a la vida, sin responsabilidad, no hay frutos.
Si lográramos ver que todo lo que nos ocurre es para nuestro aprendizaje y crecimiento, seriamos sin duda más agradecidos y responsables.
La segunda e imprescindible dimensión es la paciencia.
El viñador invita al dueño a la paciencia, “pone paño frío” al asunto. Como sucede a menudo entre padres e hijos: los papás a menudo encarnan la dimensión de la exigencia y de la disciplina y las mamás son más pacientes y siempre prontas a dar una nueva oportunidad.
Desarrollar la paciencia nos hace caer en la cuenta que el ritmo de la vida no está bajo nuestro control. La naturaleza tiene sus tiempos y los frutos llegan cuando tienen que llegar.
La Vida tiene sus tiempos y los tiempos de la Vida son siempre perfectos.
Forzar los procesos lleva siempre a la ansiedad y a estropear la belleza.
Cada cual tiene que encontrar su dinamismo único y original entre responsabilidad y paciencia: es la misma armonía del Amor y de la Vida que se hace carne en nosotros.
El fruto más preciado de esta armonía será la paz y desde esa paz brotarán sin duda miles y miles de sabrosos frutos.
Esperaré.
Esperaré que la luna
aclare y aparezca.
Estaré siempre ahí,
fiel a mi luna llena.
Seré un cazador de lunas,
seré viento y fuego.
Y amaré mi luna,
y la amaré más
cuando reine la oscuridad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario