sábado, 15 de abril de 2023

Juan 20, 19-31


 


 

En este tiempo pascual se nos ofrecen los relatos de las apariciones del Resucitado: textos bellísimos, apasionantes.

Estos relatos no quieren ser históricos, sino son testimonios de una profunda experiencia. Son relatos catequéticos y simbólicos que quieren transmitirnos la experiencia central y fundante del cristianismo: Jesús de Nazaret, el crucificado, vive; el amor vence a la muerte y la vida todo lo llena.

 

La experiencia de los apóstoles, los discípulos y las mujeres es también la nuestra. 

No hay ninguna diferencia esencial. Ellos experimentaron la presencia de Jesús y nosotros también. Ellos dudaron, y nosotros también. Ellos tuvieron miedo y nosotros también. Ellos se llenaron de alegría y nosotros también. Ellos dieron la vida por su fe y nosotros también.

 

Lo que ocurre es que, con frecuencia, no creemos en nuestra experiencia y no nos damos el tiempo para ahondar en la misma, apasionante experiencia.

Todas las veces que sentimos el deseo de amar: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que entregamos la vida en el día a día: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que amamos la vida: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que hacemos algo con pasión y entusiasmo: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que somos verdaderamente libres: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que transformamos la oscuridad en luz: ¡Es el Resucitado!

Todas las veces que silenciamos la mente y el corazón: ¡Es el Resucitado!

 

El Resucitado nos envuelve y nos sostiene, nos vive, nos respira; y en Él, vivimos y respiramos.

El Resucitado siempre está delante de nosotros, mostrándonos sus manos y sus pies, con el corazón ardiendo en amor.

 

¡Señor mío y Dios mío!”: cada día, cada momento, en cada situación.

Es nuestro mantra. Es el mantra de la Presencia.

Vivir la Resurrección es vivir el Misterio de la Presencia, es vivir la Presencia y en la Presencia: “con Cristo, por Cristo y en Cristo”.

 

Esta Presencia tan luminosa que se disfraza y se esconde en la ausencia, los miedos, los anhelos, las perdidas.

Presencia luminosa de un Dios amante y amor apasionado.

Presencia amorosa y tierna que nos sonríe desde una humilde flor, hasta la estrella más lejana.

Esta Presencia que engendra vida a cada paso y a cada suspiro.

Así lo dice Maestro Echkart: “¿Qué hace Dios todo el día? Dios engendra. Desde toda la eternidad Dios está sobre el lecho de las parturientas y engendra.

 

Esta Presencia capaz de crear los más infinitos matices de colores y los más variados gestos de amor y ternura.

Esta Presencia tan presente que se nos escapa y que no podemos controlar: ¡Que terrible error querer manipular la Presencia!

 

Vivamos. Confiemos. Amemos.

Sin duda fue también la experiencia de Rumi:

 

Bendito el momento en que nos

sentamos en el jardín,

Tú y yo.

Dos formas, dos caras, pero una sola alma,

Tú y yo.

Los pájaros cantarán canciones

de vida eterna

en cuanto entremos en el jardín de rosas,

Tú y yo.

Las estrellas del cielo vendrán a mirarnos,

bellas como la luna, entrelazados en éxtasis

Tú y yo.

Los pájaros del paraíso se llenarán

de envidia

cuando nos oigan reír felizmente,

Tú y yo.

Qué maravilla, nosotros juntos

sentados aquí,

y al mismo tiempo en Iraq y Khorasan,

Tú y yo.

Una forma en esta tierra y en la Eternidad.

Tú y yo.

 

 

 

 

 

 


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