En este tiempo pascual se nos ofrecen los relatos de las apariciones del Resucitado: textos bellísimos, apasionantes.
Estos relatos no quieren ser históricos, sino son testimonios de una profunda experiencia. Son relatos catequéticos y simbólicos que quieren transmitirnos la experiencia central y fundante del cristianismo: Jesús de Nazaret, el crucificado, vive; el amor vence a la muerte y la vida todo lo llena.
La experiencia de los apóstoles, los discípulos y las mujeres es también la nuestra.
No hay ninguna diferencia esencial. Ellos experimentaron la presencia de Jesús y nosotros también. Ellos dudaron, y nosotros también. Ellos tuvieron miedo y nosotros también. Ellos se llenaron de alegría y nosotros también. Ellos dieron la vida por su fe y nosotros también.
Lo que ocurre es que, con frecuencia, no creemos en nuestra experiencia y no nos damos el tiempo para ahondar en la misma, apasionante experiencia.
Todas las veces que sentimos el deseo de amar: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que entregamos la vida en el día a día: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que amamos la vida: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que hacemos algo con pasión y entusiasmo: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que somos verdaderamente libres: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que transformamos la oscuridad en luz: ¡Es el Resucitado!
Todas las veces que silenciamos la mente y el corazón: ¡Es el Resucitado!
El Resucitado nos envuelve y nos sostiene, nos vive, nos respira; y en Él, vivimos y respiramos.
El Resucitado siempre está delante de nosotros, mostrándonos sus manos y sus pies, con el corazón ardiendo en amor.
“¡Señor mío y Dios mío!”: cada día, cada momento, en cada situación.
Es nuestro mantra. Es el mantra de la Presencia.
Vivir la Resurrección es vivir el Misterio de la Presencia, es vivir la Presencia y en la Presencia: “con Cristo, por Cristo y en Cristo”.
Esta Presencia tan luminosa que se disfraza y se esconde en la ausencia, los miedos, los anhelos, las perdidas.
Presencia luminosa de un Dios amante y amor apasionado.
Presencia amorosa y tierna que nos sonríe desde una humilde flor, hasta la estrella más lejana.
Esta Presencia que engendra vida a cada paso y a cada suspiro.
Así lo dice Maestro Echkart: “¿Qué hace Dios todo el día? Dios engendra. Desde toda la eternidad Dios está sobre el lecho de las parturientas y engendra.”
Esta Presencia capaz de crear los más infinitos matices de colores y los más variados gestos de amor y ternura.
Esta Presencia tan presente que se nos escapa y que no podemos controlar: ¡Que terrible error querer manipular la Presencia!
Vivamos. Confiemos. Amemos.
Sin duda fue también la experiencia de Rumi:
“Bendito el momento en que nos
sentamos en el jardín,
Tú y yo.
Dos formas, dos caras, pero una sola alma,
Tú y yo.
Los pájaros cantarán canciones
de vida eterna
en cuanto entremos en el jardín de rosas,
Tú y yo.
Las estrellas del cielo vendrán a mirarnos,
bellas como la luna, entrelazados en éxtasis
Tú y yo.
Los pájaros del paraíso se llenarán
de envidia
cuando nos oigan reír felizmente,
Tú y yo.
Qué maravilla, nosotros juntos
sentados aquí,
y al mismo tiempo en Iraq y Khorasan,
Tú y yo.
Una forma en esta tierra y en la Eternidad.
Tú y yo.”
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