En la vida espiritual y en la aventura del vivir hay reglas y dinámicas constantes y, quién se las saltea, se enfrentará con dificultades, conflictos, dolor… estos últimos sin duda necesarios para aprender estas mismas reglas y volver a ellas.
Estas reglas son representadas por la “puerta” de nuestro texto.
Para encontrar la vida abundante que Jesús nos regala hay que entrar por la puerta; si intentamos entrar desde otro lado, somos ladrones y asaltantes.
En nuestra existencia, se nos presenta muy a menudo la tentación de buscar atajos, de elegir lo fácil y lo cómodo: no llegaremos muy lejos.
El evangelista nos presenta a Jesús mismo como “puerta”: hermosa y fecunda metáfora. Jesús mismo supo entrar por la puerta, siendo fiel a su raíz judía y a su experiencia de Dios. Jesús no buscó atajos, sino que eligió el camino del amor y de la fidelidad.
Podemos leer el misterio de la puerta, también en clave de karma; el karma es una creencia de las religiones orientales que nos sugiere que nuestras acciones tienen consecuencias. Es una ley espiritual presente también en el cristianismo y confirmada también por la ciencia actual, en clave de energía: si siembro amor, recogeré amor; si siembro violencia recogeré violencia.
El evangelio de Mateo nos transmite estas palabras del Maestro: “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere” (Mt 26, 52).
La vida nos presenta innumerables puertas y tenemos que aprender a discernir cual abrir y cual no. El camino espiritual es un entrenamiento al discernimiento: hay puertas que llevan a la vida y puertas que llevan a la muerte.
Así nos dice, muy bellamente, el libro de los Proverbios:
“Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Aparta de ti las palabras perversas y aleja de tus labios la malicia. Que tus ojos miren de frente y tu mirada vaya derecho hacia adelante. Fíjate bien dónde pones los pies y que sean firmes todos tus caminos. No te desvíes ni a derecha ni a izquierda, aparta tus pies lejos del mal” (Pr 4, 24-27).
En la misma línea va el famoso y central texto del Deuteronomio:
“Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella” (Dt 30, 15-16).
Jesús vino a revelarnos el Misterio de Dios como Misterio de Vida plena: “yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (10, 10).
Un versículo central, que resume el evangelio de Juan y toda la enseñanza del Maestro de Nazaret.
Muchos místicos y santos captaron esta centralidad y nos impulsan a vivirla.
Afirma San Ireneo de Lyón: “La gloria de Dios es el hombre viviente” e Hildagarda de Bingen nos transmite unas palabras inspiradas, donde es Dios mismo que habla a su corazón:
“Todas estas cosas viven en su propia esencia y no se crean en la muerte, porque Yo soy la vida. También soy la racionalidad contenida en el viento de la palabra resonante con la que fue hecha toda creatura; y lo insuflé en todas ellas, de modo que no sea ninguna de ellas mortal en su género, porque Yo soy la vida.
Pues Yo soy la vida entera, no arrancada de las piedras, ni florecida de las ramas, que no ha echado raíces de la fuerza viril, sino que la vitalidad ha echado raíces desde Mí. Pues que la racionalidad es raíz, la palabra resonante florece en ella.
Pero también soy hacendosa, ya que todas las cosas que tienen vida resplandecen por mí, y soy resplandor de vida en la eternidad, que no ha comenzado ni tendrá fin; y la vida misma es Dios, moviéndose y obrando y, sin embargo, es vida en una y tres fuerzas. Y así la eternidad es el Padre, la Palabra es el Hijo, y el aliento que une estas dos fuerzas se llama Espíritu santo, así también Dios puso su sello en el hombre, en el que están cuerpo, alma y racionalidad. Y por esto ardo en la belleza de los campos, esto es, sobre la tierra, que es la materia de la que Dios hizo al hombre; y por esto brillo en las aguas, esto es, según el alma, pues, así como el agua cubre toda la tierra, así el alma recorre todo el cuerpo.”
Un texto maravilloso y de una profundidad abismal. Los invito a meditarlo en esta semana, desde un silencio acogedor y humilde: escúchenlo/léanlo desde su alma, no desde su mente.
Dios es la Vida de todo lo que vive, es el Aliento de todo aliento, la Luz de toda luz.
En todo, Dios se revela y se oculta; en todo Dios nos habla, nos escucha, nos sostiene y nos invita a danzar al ritmo maravilloso de la Vida Una.
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