sábado, 13 de abril de 2024

Lucas 24, 35-48

 


 

En este tercer domingo de Pascua se nos presenta el final del relato de los discípulos de Emaús. Es una narración maravillosa, repleta de insinuaciones simbólicas que nos pueden ayudar en nuestro caminar.

 

Quisiera reflexionar hoy con ustedes sobre el versículo 45: “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras.

 

Desde la experiencia del Resucitado, los discípulos y los evangelistas entienden la importancia del comprender y que la comprensión va de la mano de la apertura. Una mente cerrada no puede comprender. Tenemos así dos claves fundamentales para nuestro camino y crecimiento espiritual: comprensión y apertura.

 

El camino del silencio y de la oración contemplativa que tanto amo e invito a experimentar, no es una negación de la mente; nuestra racionalidad es también un don, un don extraordinario que, si bien usada, nos permite conocer, crear, descubrir, ayudar, sanar.

Como afirma la doctora y psicóloga clínica estadounidense, Joan Borysenko: “la mente es un siervo maravilloso, pero un amo terrible.

 

El silencio es esencial para dar el primer paso en la comprensión a la cual nos invita el Espíritu, a través del evangelista Lucas.

El silencio abre.

El silencio nos abre porque nos pone en un lugar de humildad y de escucha. Nos pone en el lugar donde se puso el filósofo griego Sócrates: “solo sé que no se nada”. Solo desde esta apertura se nos puede regalar un verdadero conocimiento.

 

Por eso que el primer mandamiento en la misma Escritura es “escuchar”: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5).

 

Cuando la mente racional se aferra a un contenido mental – las creencias – es imposible la apertura a la novedad del Espíritu y se vuelve también imposible una verdadera comprensión; nos quedamos en un marco de prejuicios, esclavos del inconsciente y con un contenido mental estancado.

 

Por eso es también importante, diría esencial, tener el coraje de cuestionarnos todas nuestras creencias y, especialmente las religiosas. Las creencias religiosas tienen una fuerza peculiar porque las asociamos directamente con Dios y la mente nos hará creer que cuestionarnos dichas creencias, nos hace caer en la infidelidad.

 

Cuestionarnos las creencias es una tierna y fuerte invitación a la emuná, la confianza radical. Es aprender a vivir sin certezas, en la incertidumbre. Es aprender a dejarse sorprender por el Espíritu y es entrar en la misma experiencia del maestro de Nazaret y de todos los místicos: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

 

¿Se puede vivir desde las creencias y en las creencias?

 

Se puede, por supuesto, y de hecho la mayoría vive así.

Las creencias también, son muletas que nos pueden servir en algún tramo del camino, porque nos dan la seguridad psíquica que necesitamos.

Pero a quién se atreve a dejar las creencias, se les abre un universo espiritual radicalmente nuevo, más profundo, más real… ¡y se respira aire fresco!

El silencio nos abre y nos ayuda a transitar el desapego de las creencias.

Surge la comprensión, se nos abre la inteligencia; es este el testimonio de muchos contemplativos.

 

Sobre tu silencio, el Espíritu abre la comprensión.

Sobre tu silencio, el Espíritu habla.

Hasta que tu mente habla, el Espíritu calla.

 

Nos dice la filósofa española Consuelo Martín, fallecida hace poco (1940 – 2023): “La comprensión surge cuando el pensamiento está callado.”

 

La comprensión que el Espíritu revela desde el silencio es integral y profunda. Se nos regala la certeza de estar rozando la verdad y lo verdadero.

 

Esta comprensión interna es fundamental para el amor.

Porque, como nos explica muy bien el monje budista Thich Nath Hanh, no hay amor sin comprensión:

 

Se necesita entrenamiento para amar correctamente; y para ser capaz de dar felicidad y alegría, debes practicar la mirada profunda dirigida hacia la persona que amas. Porque si no comprendes a esta persona, no puedes amar correctamente. La comprensión es la esencia del amor. Si no puedes comprender, no puedes amar.

 

En el evangelio, Jesús hace una invitación constante a la comprensión y critica la cerrazón de los discípulos: ¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender?” (Mt 15, 16) y “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.” (Mc 8, 17).

 

Regalémonos espacios de silencio para que el Espíritu nos abra la inteligencia y surja la comprensión y, desde ahí, un amor sereno, profundo, auténtico.

 

 

 

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