sábado, 6 de abril de 2024

Juan 20, 19-31


 


Los relatos de las apariciones de Jesús que leeremos en este tiempo pascual, son relatos catequéticos y simbólicos que nos quieren transmitir una experiencia; solo leídos desde ahí, se disuelven las evidentes e irreconciliables contradicciones entre los evangelistas.

 

Los evangelistas no quieren narrarnos un acontecimiento histórico, sino una experiencia espiritual: si leemos los relatos desde esta perspectiva la riqueza es extraordinaria.

 

Dos dimensiones están presentes en los discípulos huérfanos del maestro: el anochecer y el miedo.

 

Noche y miedo van de la mano.

 

Anochece en nuestra vida cuando el miedo nos atrapa y vale también al revés: si el miedo nos atrapa, anochece.

 

Anochece y no logramos ver.

Anochece y nos encerramos en nosotros mismos, como los discípulos.

Anochece y nos olvidamos de todas las maravillas que Dios hizo en nuestras vidas, como los discípulos se olvidaron de los momentos luminosos pasados en compañía del maestro.

 

Cuando el miedo penetra en nuestra alma, la vida se vuelve oscura y vemos fantasmas por todos lados.

Cuando el miedo nos invade, no logramos ver la luz que nos habita y que viste el mundo.

 

Jesús aparece y disuelve el anochecer y el miedo: cuando nos abrimos a la experiencia, todo se transforma, todo encuentra su cauce de liberación y de éxtasis.

 

Jesús “sopló sobre ellos y añadió: reciban al Espíritu Santo” (19, 22), nos sugiere el texto.

 

En otras traducciones se dice: “exhaló su aliento sobre ellos”.

 

Esta expresión empalma con el último aliento de Jesús en la cruz, que el mismo evangelista subraya: “inclinando la cabeza, entregó su espíritu/aliento” (19, 30).

 

El aliento de Jesús, une muerte y resurrección; este Aliento que es el Espíritu eterno, que se revela y manifiesta en nuestros alientos, en nuestro espíritu.

Por eso una de las “definiciones” más extraordinarias que la mística nos regala de lo divino es esta: “El Aliento de todos los alientos”.

 

Hay un Solo Aliento, que está presente en el nuestro.

Nuestra respiración es un símbolo y una metáfora corporal de lo que ocurre espiritualmente… somos respirados y en el ritmo natural de la respiración se nos regala la vida y el existir.  

 

Hay una Vida Sola de la cual estamos participando y cada uno participa a su manera, aprendiendo a dejar que la Vida se revele de manera única, creativa y original en cada cual.

 

Hay un Solo Espíritu que nos sostiene desde adentro, que nos engendra a cada instante y que da vida a todo.

 

Jesús sigue soplando el Espíritu y el Espíritu sigue soplando a Jesús.

 

Vivir la Resurrección es vivir en esta consciencia y en esta Presencia.

 

En esta consciencia y Presencia se disuelven nuestras noches y nuestros miedos, como nieve al sol.

 

 

 

 

 

 

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