sábado, 17 de agosto de 2024

Juan 6, 51-59



Estamos por concluir la lectura del capítulo seis de Juan que venimos leyendo y meditando desde varios domingos.

Los versículos de hoy tenemos que reflexionarlos y comprenderlos, en todo el contexto del capítulo; si los aislamos caemos en el gran peligro del fanatismo y de la fractura entre fe y vida que tanto daño nos hace.

 

Los expertos nos advierten que este texto es de un comentarista posterior al que escribió la primera parte de este capítulo: los vemos muy claramente en el corrimiento que hace desde el “pan” a la “carne”. Notamos dos evidentes secciones: el discurso del pan de vida (6, 22-50) y el discurso sobre la carne y la sangre (6, 51-58). 

 

Nuestro comentarista – como siempre las razones son múltiples, teológicas, pastorales, apologéticas – quiere enfatizar la dimensión real y material de la presencia de Jesús en el pan eucarístico.

 

A lo largo de los siglos se enfatizó sobremanera esta dimensión, olvidando la primera: el pan que nos alimenta son las enseñanzas del maestro, sus palabras, sus gestos, su entrega amorosa.

 

¿Por qué este corrimiento que, a menudo, se convierte en terrible desviación?

 

Porque es mucho más fácil y cómodo comulgar los domingos, narcotizando la consciencia, para después seguir con nuestra vida egoísta, sin un compromiso real de transformación y crecimiento.

Porque es mucho más fácil y cómodo creer que nos hemos encontrado con Dios simplemente comulgando, que tratar de enfrentarnos con nuestras sombras y heridas.

Porque es mucho más fácil y cómodo dar una hora a la semana para la Misa, que entregar nuestra vida, perdonar y ser honesto conmigo mismo y con los demás.

Porque es mucho más fácil y cómodo comulgar, que abrir el bolsillo, las puertas de mi casa o desprenderme de mis prendas favoritas.

 

Sabemos bien de dictadores, políticos y empresarios corruptos muy fieles a la Comunión dominical. ¿Tiene algún sentido?

La Comunión tiene que ser integral: comulgamos con Jesús, con sus palabras y sus enseñanzas y especialmente con su entrega en la cruz. Comulgamos con el Amor.

Si no nos dejamos amar y no amamos, ¿qué sentido tiene?

 

Debemos también recuperar urgentemente el sentido simbólico de la Eucaristía y su indefectible relación con la entrega del maestro.

 

La última cena de Jesús encuentra su marco en la alianza: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes” (Lc 22, 20).

 

Jesús recupera la categoría central de la alianza que atraviesa toda la Biblia y toda la historia de Israel: “Llegarán los días – oráculo del Señor – en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño – oráculo del Señor –. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor –: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31, 31-33)

 

Jesús renueva la alianza y a la alianza es un pacto de amor y fidelidad. Comulgar es entonces hacer un pacto con Jesús: quiero vivir como vos, quiero entregar mi vida como vos.

¡Qué hermoso y extraordinario!

También debemos recuperar la simbología del pan y del compartir: ¿qué es lo que nos alimenta verdaderamente? Alimentarnos de Jesús, ¿transforma nuestra vida?

 

El pan es compartido, un único pan que se parte y reparte. Si la Eucaristía no nos hace crecer en el sentido de unidad, algo está fallando clamorosamente.

 

Comprendemos entonces también por qué, a nivel litúrgico, el comulgar está al final y después de la escucha de la Palabra; la comunión al pan es el cumplimiento de una comunión integral con el maestro. Después de reunirnos en comunidad, después de escuchar la Palabra, después de ofrecer nuestra vida, después de darnos la paz, después de rezar el Padre Nuestro… solo después de todo esto, comulgamos.

Si falta lo anterior, no hay Comunión.

 

Tal vez podemos comprenderlo a partir de las palabras del sacerdote al terminar la consagración: “Por Cristo, con él y en él”.

Por Cristo, con Cristo, en Cristo: ¡este es el sentido de la Misa!

¡Este el significado del comulgar!

¡Qué toda nuestra vida sea arrebatada por Cristo!

Es también el deseo ardiente de un gran profeta, enamorado de la Eucaristía y que la comprendió en su más hondo significado.

Es Teilhard de Chardin que, en 1923, en el desierto, sin pan ni vino, tiene una experiencia mística profunda y escribe el famoso texto/oración, “La Misa sobre el mundo”.

Terminemos con un brevísimo fragmento:

 

Introdúceme, Señor, en lo más profundo de las entrañas de tu Corazón. Y cuando me tengas ahí, abrásame, purifícame, inflámame, sublímame hasta que satisfaga perfectamente tus gustos, hasta la más completa aniquilación de mí mismo.”

 


 

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