viernes, 23 de agosto de 2024

Juan 6, 60-69

 


 

Terminamos hoy de leer el bellísimo capitulo seis de Juan y se nos regala un texto extraordinario. Me parece importante volver a recordar que los evangelios no son biografías de Jesús, sino catequesis, anuncio de una Buena Noticia y el compartir de una experiencia. Por eso es absolutamente necesario salir de una interpretación literal de los textos que, en muchos casos, nos llevaría a una interpretación anacrónica, sesgada, parcial o hasta equivocada de los textos, alejándonos del corazón del mensaje evangélico y de su sentido espiritual perenne.

 

El texto de hoy refleja una tensión interna de la comunidad del evangelista y no un acontecimiento histórico de la vida de Jesús. En el seno de la comunidad joánica se había generado una tensión y una discusión sobre el sentido del “pan de vida” y la presencia real de Jesús en el pan eucarístico; como vimos el domingo pasado el comentarista y autor de estos versículos, quiere justamente subrayar la presencia real de Jesús y por eso hace un deslizamiento desde el “pan” a la “carne”.

 

Desde siempre en el cristianismo y en la iglesia – como en cualquier grupo humano o institución – se vivieron tensiones y discusiones. No es un problema: el problema radica en como las vivimos y resolvemos y desde donde las enfrentamos.

 

La tensión y la discusión surgen de la diversidad y de la complejidad de la vida y, si las enfrentamos desde el Espíritu, se convierten en una oportunidad incomparable de crecimiento y sabiduría.

 

Como todos sabemos, estamos en una época “poscristiana”, donde la visión cristiana de la vida, ya no está en las bases de la civilización y de las decisiones sociales y políticas.

Estamos invitados a pasar de un cristianismo por nacimiento o tradición a un cristianismo por decisión y experiencia.

Es un gran kairós – un momento oportuno y fundamental – para recuperar el sentido original y originario del mensaje del maestro de Nazaret y del evangelio.

 

El maravilloso texto de hoy nos regala unas pistas claves.

 

¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?” (6, 60): el evangelio nos transmite a menudo palabras fuertes. Los evangelistas y sus comunidades, quedaron impactados por las enseñanzas de Jesús. En este caso Juan nos muestra que la tensión en su comunidad se generó por la dificultad de algunos en creer en la presencia real de Jesús en el pan: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?” (6, 52).

Juan lo resuelve poniendo en la boca de Jesús estas inspiradas palabras: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.” (6, 63).

 

El Espíritu es una constante en su evangelio: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (3, 8). 

 

En la muerte del maestro se da el momento más alto: “Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (19, 30).

 

Juan, a lo largo de su relato catequético y simbólico, nos quiere decir a cada paso: ¡sin el Espíritu no van a entender nada!

Volvamos, entonces, a nuestro central versículo: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.” Tenemos dos elementos: el Espíritu y la vida.

 

La vida es otro de los temas centrales del cuarto evangelio.

 

La experiencia de Juan y de su comunidad gira alrededor del Espíritu y de la Vida; para ellos Jesús sigue viviendo y acompañándolos con su Espíritu y les comunica vida: “yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (10, 10).

 

¿Será también nuestra propia experiencia?

 

Apuesto a que tenemos que apuntar ahí: encontrarnos con el Espíritu y vivir la vida con pasión, amor y entusiasmo.

 

Jesús tiene palabras de Vida porque vive desde el Espíritu y no desde la mente. Jesús vive desde la profunda consciencia de ser “uno con la Vida”, “uno con el Padre” y nos ofrece entrar en su experiencia mística: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (17, 21).

 

Esta experiencia fundante y central no se lleva a cabo, en primera instancia, desde lo mental, la voluntad, lo moral o la doctrina.

El camino va por el sendero del silenciamiento, de la escucha, de la apertura interior.

Solo desde el silencio mental, conectamos con el Espíritu, nos abrimos a una experiencia más integradora y real y salimos de la estrechez mental que todo lo separa, juzga y fragmenta.

 

Jesús lo sabía y lo vivió. Como todos los místicos. Jesús nos abrió el camino y el evangelista Juan y su comunidad quedaron pasmados por esta posibilidad y experiencia.

 

Ser plenamente humanos no es fácil; y ser cristianos no es fácil, aunque es hermoso. Y, en realidad y en el fondo, los dos caminos coinciden: Jesús es el hombre nuevo, el prototipo de la plena humanidad.

 

Son caminos de entrega radical, caminos donde hay que trascender el ego y comprender la esencia de la vida y del amor y confiar radicalmente en el Misterio que nos sostiene y trasciende por completo.

 

¿Cómo nos posicionamos frente a este desafío?

 

Por todo eso Jesús, a través de Juan, nos pregunta también a nosotros hoy: “¿También ustedes quieren irse?” (6, 67).

Que podamos contestar con las mismas palabras que Juan pone en los labios de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (6, 68).

 

 

 

 

 

 

 

 

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