El texto que nos presenta la liturgia este domingo, puede pasar un poco desapercibido y llevarnos a pensar que tiene poca relevancia. En realidad, ya lo veremos, es un texto de una importancia capital y hasta revolucionario.
Se lo advierto: lo que voy a compartir no va a ser fácil.
Lee o escucha repetidas veces. No te rindas. Reflexiona, cuestiónate, profundiza. Y ten paciencia.
Un desconocido se dirige a Jesús con una extraña petición: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”.
La respuesta del maestro, marca un antes y un después, indica un mojón irreversible: “¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”
Jesús, con su respuesta, marca el verdadero camino de la espiritualidad y el pasaje de una relación infantil con Dios, a una relación madura.
Es el puente hacia la sana, sanadora y auténtica autonomía del ser humano.
Encontramos, en el evangelio, otra expresión del mismo talante: “¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lc 12, 57).
El hecho de que Dios nos sostenga y sostenga al Universo en el ser, no va en contra de la autonomía: la fundamenta.
El hecho de que vivamos “en Dios”, no quita que tengamos que hacer nuestro camino. Otra vez, aparece el extraordinario mundo de la no-dualidad: una cosa no quita la otra y para vivir una vida plena, tenemos que abarcar ambas realidades.
Dios nos guía y conduce a cada instante y, simultáneamente, tenemos que caminar autónomamente.
Podemos entenderlo a partir de los niveles de consciencia: desde el Espíritu somos Uno con Dios y nos sentimos llevados por Él. Desde la psicológico y corporal, tenemos que crecer en autonomía. Cuanto más crece una dimensión, más crece la otra y más nos daremos cuenta de la profunda unidad que existe entre las dos dimensiones.
Esta profunda y extraordinaria realidad la encontramos, obviamente, en toda autentica tradición espiritual.
En el Bhagavad Gita, uno de los textos sagrados del hinduismo, escrito en sanscrito unos dos siglos antes de Cristo, se relata que la divinidad Krishna le dice al guerrero Arjuna, el cual debe tomar una difícil decisión: “Así te he explicado este conocimiento, el más secreto de todos. Reflexiona plenamente sobre esto, y luego actúa como desees.” (Bhagavad Gita 18.63).
Krishna no toma una decisión en lugar de Arjuna.
Jesús no decide en lugar del hombre que pregunta por la herencia.
Los verdaderos maestros te dicen: “tú sabes lo que debes hacer”. Los maestros nos reenvían a nuestra consciencia, a nuestra sabiduría interna, a nuestra verdad y honestidad.
Es duro, sí. Es un cambio profundo. Es mucho más cómodo que nos digan lo que tenemos que hacer. Es mucho más fácil obedecer, que escuchar y seguir la propia consciencia.
Obedecer exteriormente, sin obediencia interna, es peligroso. Podemos caer en la hipocresía, en la falsedad, en la superficialidad.
La profunda y auténtica experiencia de unidad con Dios, surge de la autonomía. Cuanto más autónomos, más se acrecienta esta unidad.
Y, paradoja maravillosa: cuanto más autónomos, más reconocemos la total dependencia de Dios; reconocemos que, en sentido estricto, solo Dios es. “Ein Od Milvadó”: no hay nada afuera de él.
Solo el camino psico-corporal de la autonomía, nos lleva al reconocimiento de lo Absoluto de Dios.
Solo la experiencia de lo Absoluto de Dios, nos lleva a la verdadera autonomía.
Crecer en la oración y crecer espiritualmente significa dejar de pedir a Dios que nos resuelva los problemas: esta es la visión teísta e infantil de un dios externo y caprichoso que interviene desde afuera y a algunos les resuelve los problemas y a otros no…
¿Para qué tenemos un cerebro, unos dones, unas capacidades?
¿Para qué tenemos experiencias, amigos y maestros?
¿Para qué tenemos el Espíritu?
Escúchate: “Tú sabes lo que tienes que hacer”.
El Espíritu te habita. Eres uno con el Espíritu.
Escribe Pablo a los corintios (1 Cor 2, 14-16):
“El hombre puramente natural no valora lo que viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no lo puede entender, porque para juzgarlo necesita del Espíritu. El hombre espiritual, en cambio, todo lo juzga, y no puede ser juzgado por nadie. Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor, para poder enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo.”
Entendemos ahora el profundo significado de la parábola del hombre rico y acumulador. Jesús le dice “insensato”, en nuestra traducción. Se podría traducir también con “estúpido”. La traducción más certera sería “ignorante”.
La ignorancia de quienes somos, de nuestra verdadera identidad, nos lleva a actuar desde el ego y no desde el Espíritu. Ahí empiezan los problemas. El ego vive del miedo, busca poder, reconocimiento, seguridad. El ego, acumula.
El Espíritu – uno con nuestra alma – sabe. Y, porque sabe, confía y actúa, con y desde la sabiduría. El Espíritu, entrega.