El texto de hoy nos trae algunos desafíos de interpretación. Recurriremos a la luz del arameo, el idioma de Jesús, para intentar captar el mensaje con mayor profundidad y pureza.
Es un viaje maravilloso que nos conducirá a una belleza y hondura, sorprendentes e inimaginables.
Por motivos de brevedad y profundidad, me centraré exclusivamente en el famoso versículo, con el cual empieza nuestro texto de hoy: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (12, 49).
Como sabemos, este versículo es la traducción del correspondiente texto original griego. Si vamos al texto arameo de la Peshitta, una traducción del griego que da origen a la Biblia cristiana siriaca, nos acercamos más al sentido original de estas palabras y de su extraordinario significado.
En definitiva, nos estamos acercando más al sentir de Jesús, un Jesús enraizado en su cultura, su idioma, su cosmovisión: ¡que no es la griega, ni la europea, ni la latinoamericana!
En arameo, la raíz verbal desde la cual se traduce “fuego”, también significa “amor ardiente”. Queda clara, en el arameo, la profunda conexión entre “amor”, “fuego” y “arder”: ¿no es también nuestra experiencia?
¿No es la experiencia de todo ser humano?
El amor es como un fuego, el amor nos hace arder, nos apasiona, nos “incendia”. Cuando amamos en serio, sentimos como un fuego que brota desde dentro. El amor, por otra parte – también lo hemos vivido y lo vivimos – es algo que nos “calienta el corazón”. El “calor del hogar”, no es otra cosa que “el amor del hogar”.
¡Todo eso es lo que quiso expresar Jesús!
La simple traducción al español del griego, no expresa toda esta riqueza semántica que se nos regala, en cambio, pasando por el arameo.
Una libre traducción, más fiel al arameo y a la cosmovisión de Jesús, podría decir: “He venido a manifestar al mundo un amor apasionado, un amor que es como un fuego, y como me gustaría que este amor ya estuviera ardiendo”.
Sin duda, el maestro Jesús, tuvo la misma experiencia mística de Moisés en la zarza ardiente: un fuego – un amor – que arde sin consumirse (Ex 3, 2-3).
Es la experiencia de “entrar en el fuego del amor” y captar su eterna esencia y su eterno arder.
Quién arde de amor, quién tiene el fuego “adentro”, solo desea ver arder el mundo.
Rumi lo expresó así: “Enciende tu vida con fuego. Busca aquellos que aviven la llama” y “estás hecho de fuego. No busques otra cosa”.
Teilhard de Chardin, otro “ser de fuego”, pudo escribir: “Si el fuego ha descendido hasta el corazón del Mundo ha sido, en esta última instancia, para arrebatarme y para absorberme. (…) Me prosterno, Dios mío, ante tu presencia en el Universo, que se ha hecho ardiente, y en los rasgos de todo lo que encuentre, y de todo lo que me suceda, y de todo lo que realice en el día de hoy, te deseo y te espero.”
Para la mística alemana, Hildegarda de Bingen “el alma está hecha de fuego”, en referencia al Espíritu Santo.
También, no podemos olvidarlo, el fuego del amor es un fuego que purifica.
Jesús conocía el texto de Deuteronomio 4, 23-24: “Tengan cuidado, entonces, de no olvidar la alianza que el Señor, su Dios, ha establecido con ustedes, y no se fabriquen ningún ídolo que tenga la figura de todo aquello que el Señor les prohíbe. Porque el Señor, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso.”
La carta a los hebreos recuperará esta tajante expresión de forma literal: “nuestro Dios es un fuego devorador” (12, 29).
El camino místico utiliza mucho la imagen del fuego: una imagen y un símbolo muy potentes que abarcan múltiples significados, opuestos y complementarios.
La mística nos invita a entrar en este fuego divino, un fuego que nos purifica, nos calienta, nos renueva, nos incendia, nos apasiona.
Es el bellísimo y clarísimo mensaje de este cuento: “Tres mariposas estaban delante de la llama de una vela. La primera se acerco y dijo conozco el amor, la segunda rozó la llama con sus alas y dijo yo sé cómo quema el fuego del amor, la tercera se lanzó al centro de la llama y ardió. Sólo ella sabe lo que es el amor.”
¿Cuál mariposas eres?
Le tenemos miedo a lanzarnos al centro de la llama… pero solo cuesta el primer movimiento, dar el primer paso. Es el miedo del ego que será quemado en el fuego del amor. Es nuestro instinto de supervivencia.
No le tengamos miedo al fuego del amor. Dios mismo arde de este amor. Dios arde de amor por ti.
Lo expresa maravillosamente alguien que se lanzó al centro de la llama: Maestro Eckhart. Nos dice: “Dios está delante de la puerta del corazón y queda ahí y espera ansiosamente… espera con más impaciencia que tú. Él aspira a ti mil veces más ardientemente de cuanto tú aspiras a Él.”
Vivir, entonces, es dejarse amar y amar. Y un amor que no arde, ya no es amor.
Comparto plenamente las sabias palabras del escritor español José Luis Sampedro: “La vida es un arder, y el que no arde no vive”.
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