El evangelio que la liturgia nos
presenta hoy es bastante largo y complejo. Mateo reúne múltiples indicaciones a
partir de la novedad de Jesús y de la relación entre la ley antigua y el
mensaje del evangelio.
Justamente la relación entre la
ley y la novedad del evangelio es uno de los ejes del texto.
Mateo empieza poniendo en boca de
Jesús la famosa sentencia: “No piensen
que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a
dar cumplimiento” (Mt 5, 17).
Obviamente la sentencia refleja
más el sentir de Mateo que el de Jesús. Mateo quiere mostrar la continuidad de
Jesús con la historia de salvación del pueblo de Israel: para Mateo Jesús es
justamente el “cumplimiento”, el fruto maduro de Israel.
Pero Jesús y el evangelio no son
solo continuidad, sino también ruptura. Sabemos que la actitud de Jesús frente
a la Ley y al Templo fue muy critica.
La novedad es radical y esta
novedad renueva todo.
Lo expresó admirablemente en la
parábola del vino y los odres: la novedad del evangelio rompe los odres de lo
viejo. “¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22).
A lo largo
de su historia la iglesia vivió más de continuidad que de ruptura: su
estructura, su manera de vivir, su manera de evangelizar reflejan mucho más la
continuidad con lo viejo que la novedad radical.
Ahora es el
momento de dar cabida al vino nuevo, a la novedad radical del evangelio.
Novedad
radical que no rechaza lo viejo, sino que lo asume y transforma.
¿Dónde
podemos vislumbrar esta novedad?
Todas las
indicaciones de nuestro texto muestran la autoridad y la novedad de Jesús: “pero Yo les digo”. Un estribillo que se
repite. Antes era así, “pero Yo les digo”.
¿Dónde
radica la novedad?
Sin duda en
la interioridad. La ruptura del
evangelio con lo viejo es la ruptura con la exterioridad, exterioridad que se
refleja en aspectos que todavía hoy pesan enormemente en la vida del cristiano
y de la iglesia: ritualismo vacío, moral exterior, simple cumplir con reglas,
separación entre fe y vida.
La
exterioridad es más fácil: nos da seguridad, nos tranquiliza la conciencia, nos
ilusiona que andamos bien, no pide un camino serio de conversión.
Volver a la
interioridad, volver al corazón: ahí la novedad, el vino nuevo de Jesús. Su
increíble autoridad se fundamenta en su experiencia interior. Jesús ha visto,
Jesús ha experimentado lo divino: por eso habla como habla. Por eso nos invita
a entrar en su misma experiencia, a vivir lo que él vivió, a experimentar lo
que él experimentó.
Volver a la
interioridad es volver al silencio eterno antes de la creación.
Volver a la
interioridad es volver a la fuente del ser.
Volver a la
interioridad es volver a la raíz de la cosas, de nuestro actuar, de nuestro
pensar, de nuestro sentir.
Volver a la
interioridad es volver a Casa, al Amor, a la Vida.
Volver a la
interioridad es comprender de donde venimos y hacia donde vamos.
Volver a la
interioridad es volver a lo que somos: Amor que se manifiesta en tu persona,
aquí y ahora.
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