Me gusta el fútbol, siempre me gustó.
Cuando niño jugaba en el parque en frente de mi casa. Muchas horas por día. En
el equipo de mi parroquia me convertí en un buen delantero… los arqueros
contrarios me conocían bien y me tenían respeto (¡algunos terror!). También me
gustaba seguir las ligas y mirar los partidos: como muchos niños, adolescentes,
jóvenes y adultos. Ayer como hoy.
Ahora prácticamente ni miro fútbol. Solo
juego, de vez en cuando, con los amigos veteranos de Rodó.
Ya el fútbol casi (¿?) no es un deporte:
es un terrible negocio. Se terminó el fútbol como deporte, por lo menos a
grande escala. Queda el fútbol como deporte donde hay poco dinero y pocos
intereses.
Una pena: el deporte nos depara valores
humanos muy importantes, cuales el compañerismo, la solidaridad, el esfuerzo,
la paciencia, la disciplina, el aprender a lidiar con el éxito y el fracaso, el
deseo de crecer y superarse.
Se viene el Mundial de Rusia 2018.
Se viene el Mundial y el mundo parece
pararse.
En realidad se para el mundo del
bienestar, del mundo occidental y de los países que puedan permitirse este
lujo.
Parece confirmarse el antiguo refrán
romano de cómo gobernar (dominar) al pueblo: “panem et circenses”, literalmente “pan y circo”.
Afuera de metáfora sabemos lo que
significa: para gobernar sin muchos problemas basta darles al pueblo algo para
comer y algo para divertirse.
Cambió el mundo y cambiaron las técnicas
de los gobiernos pero parece que sigue rigiendo esta dinámica, tal vez de una
manera más oculta y más perniciosa. Por eso: más difícil de detectar.
Una dinámica, por cierto, no muy digna
del ser humano y – menos – alentadora de su desarrollo integral.
El circo del fútbol es algo que yo
definiría – recurriendo a una palabra lo más suave posible – de esta manera:
escandaloso.
El dinero que gira alrededor del fútbol
es algo que tendría que producirnos nauseas, cuando en nuestro mundo sigue el
azote del hambre, de la miseria, de la producción y ventas de armas, del
narcotráfico y la trata de seres humanos.
Por no hablar de otros lamentables
aspectos que acechan al mundo del fútbol: la corrupción, el fanatismo y la
violencia, la idolatría, los derechos televisivos millonarios, la injerencia
política. A menudo uno tiene la impresión que el fútbol manda también en la
vida política: es conocida la presión del presidente Putin para llevar el
Mundial a Rusia.
El mundo se para, para ver el Mundial:
pero el mundo no se para frente a la guerra de Siria que desde años hace
víctimas inocentes y dejó miles de huérfanos.
El mundo se para, para ver el Mundial:
pero el mundo no se para frente a los miles y miles de refugiados y exiliados.
El mundo se para, para ver el Mundial:
pero el mundo no se para frente al escandalo del narcotráfico, la pobreza, la
corrupción política, las dictaduras del tercer milenio, el capitalismo salvaje,
la crisis ecológica.
Esta hipocresía no la soporto. Perdón.
Me declaro en huelga: intentaré no ver
ningún partido.
Nada personal con el fútbol: seguiré
jugando y, eso espero, metiendo algún gol.
Tal vez a más de uno surgirá el
cuestionamiento: ¿Qué tiene que ver todo
esto? ¿Qué puedo hacer yo? Por mirar o no mirar un partido no voy a cambiar el
mundo…
Por un lado tal vez es cierto.
Pero si miramos las cosas más en
profundidad podemos descubrir otras y más importantes dimensiones.
Hay una incoherencia de fondo que es
persistente, oculta y no la logramos ver. Por eso los dominadores del mundo
siguen ofreciéndonos “panem et circenses”.
Es hora de despertar.
Nos quejamos a menudo de la
multinacionales y del consumismo: y seguimos comprando Coca Cola y yendo a
MacDonalds… sabiendo también perfectamente que son perjudiciales para la salud.
Decimos que deseamos la paz y no ponemos
las mínimas condiciones para que se pueda dar: siempre corriendo, compitiendo,
comprando, deseando.
Decimos que la familia y las relaciones
son lo más importante y no les dedicamos tiempo de calidad ni toda la atención
necesaria.
Somos hipócritas. Tal vez hipócritas
inconscientes, pero hipócritas al fin.
Nos gana la comodidad y la
superficialidad.
El circo del fútbol sigue – como la
venta de Coca Cola y demás productos de consumo de masa – porque tiene millones
de “clientes”.
Sigue, porque “vende”. Sigue el
escandalo y la hipocresía del fútbol porque seguimos yendo al estadio, viendo
los partidos por la tele, comprando las camisetas de los jugadores.
¿Por dónde empezar? Por mí. Por cada
uno. No hay otro caminos.
Arranca el Mundial: nos sentaremos en
nuestros cómodos sillones, picada pronta, plasma encendido, amigos o familia
reunida y la pelota comenzará a rodar.
Cantaremos el himno, flamearán las
banderas, gritaremos algún gol: el circo del fútbol nos hará olvidar por 90
minutos de los huérfanos sirios que – con suerte – jugarán con una pelota
pinchada entre los escombros dejados por las bombas.
El circo del fútbol nos hará olvidar que
muchos de los jugadores ganan más dinero en un mes que un obrero en toda su
vida.
El circo del fútbol nos hará olvidar que
los derechos de imagen de muchos mundialistas y los seguros de sus piernas
cubriría la deuda externa de muchos países africanos.
Rodará la pelota en Rusia y acá en
Uruguay nos olvidaremos de las tarjetas de Sendic, de los auto-convocados, de
la fatal cosecha de soja y de la cara de Bonomi y la inseguridad.
Y no solo durante el mes del Mundial. Se
seguirá “viviendo” del Mundial también después, con estos absurdos programas de
debates futbolístico donde discuten y pelean por si era o menos posición
adelantada y si el mal rendimiento de un jugador se debió a los morrones fritos
que se comió en la cena.
Yo prefiero tener los ojos llenos de
amaneceres y floraciones.
Y no quiero olvidar, discúlpenme. No
quiero que el fútbol, ni cualquier otra cosa, narcotice mi sensibilidad y mi
amor. Quiero quedar consciente, pese al dolor que produce.
Y quiero aportar mi granito de arena y
de consciencia.
Una pequeña luz puede encender otras y
puede iluminar una gran oscuridad.
Confío en esta pequeña luz. Confío que
muchos compartan esta visión y este sentir.
Me declaro en huelga: no miraré el
Mundial.
Me sentaré en silencio, consciente de la
luz y de la paz.
Me sentaré en silencio, rescatando lo
bueno que sin duda el Mundial nos dejará: nos juntaremos, nos sentiremos más
unidos, comeremos juntos, festejaremos juntos.
Me sentaré en silencio con todos los
marginados de la tierra, sintiendo su soledad, su tristeza y su dolor.
Me sentaré, una y otra vez, asumiendo mi
hipocresía y la hipocresía del mundo e intentando ser más auténtico, más
transparente, más consciente: por mí y por todos. También por el inhumano circo
del fútbol.
Buen Mundial para todos. Buen Mundial
así.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario