jueves, 7 de junio de 2018

La hipocresía del Mundial y mi huelga


Me gusta el fútbol, siempre me gustó. Cuando niño jugaba en el parque en frente de mi casa. Muchas horas por día. En el equipo de mi parroquia me convertí en un buen delantero… los arqueros contrarios me conocían bien y me tenían respeto (¡algunos terror!). También me gustaba seguir las ligas y mirar los partidos: como muchos niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Ayer como hoy.
Ahora prácticamente ni miro fútbol. Solo juego, de vez en cuando, con los amigos veteranos de Rodó.
Ya el fútbol casi (¿?) no es un deporte: es un terrible negocio. Se terminó el fútbol como deporte, por lo menos a grande escala. Queda el fútbol como deporte donde hay poco dinero y pocos intereses.
Una pena: el deporte nos depara valores humanos muy importantes, cuales el compañerismo, la solidaridad, el esfuerzo, la paciencia, la disciplina, el aprender a lidiar con el éxito y el fracaso, el deseo de crecer y superarse.

Se viene el Mundial de Rusia 2018.
Se viene el Mundial y el mundo parece pararse.
En realidad se para el mundo del bienestar, del mundo occidental y de los países que puedan permitirse este lujo.
Parece confirmarse el antiguo refrán romano de cómo gobernar (dominar) al pueblo: “panem et circenses”, literalmente “pan y circo”.
Afuera de metáfora sabemos lo que significa: para gobernar sin muchos problemas basta darles al pueblo algo para comer y algo para divertirse.
Cambió el mundo y cambiaron las técnicas de los gobiernos pero parece que sigue rigiendo esta dinámica, tal vez de una manera más oculta y más perniciosa. Por eso: más difícil de detectar.
Una dinámica, por cierto, no muy digna del ser humano y – menos – alentadora de su desarrollo integral.

El circo del fútbol es algo que yo definiría – recurriendo a una palabra lo más suave posible – de esta manera: escandaloso.
El dinero que gira alrededor del fútbol es algo que tendría que producirnos nauseas, cuando en nuestro mundo sigue el azote del hambre, de la miseria, de la producción y ventas de armas, del narcotráfico y la trata de seres humanos.
Por no hablar de otros lamentables aspectos que acechan al mundo del fútbol: la corrupción, el fanatismo y la violencia, la idolatría, los derechos televisivos millonarios, la injerencia política. A menudo uno tiene la impresión que el fútbol manda también en la vida política: es conocida la presión del presidente Putin para llevar el Mundial a Rusia.   

El mundo se para, para ver el Mundial: pero el mundo no se para frente a la guerra de Siria que desde años hace víctimas inocentes y dejó miles de huérfanos.
El mundo se para, para ver el Mundial: pero el mundo no se para frente a los miles y miles de refugiados y exiliados.
El mundo se para, para ver el Mundial: pero el mundo no se para frente al escandalo del narcotráfico, la pobreza, la corrupción política, las dictaduras del tercer milenio, el capitalismo salvaje, la crisis ecológica.
Esta hipocresía no la soporto. Perdón.
Me declaro en huelga: intentaré no ver ningún partido.
Nada personal con el fútbol: seguiré jugando y, eso espero, metiendo algún gol.

Tal vez a más de uno surgirá el cuestionamiento: ¿Qué tiene que ver todo esto? ¿Qué puedo hacer yo? Por mirar o no mirar un partido no voy a cambiar el mundo…
Por un lado tal vez es cierto.
Pero si miramos las cosas más en profundidad podemos descubrir otras y más importantes dimensiones.
Hay una incoherencia de fondo que es persistente, oculta y no la logramos ver. Por eso los dominadores del mundo siguen ofreciéndonos “panem et circenses”.
Es hora de despertar.

Nos quejamos a menudo de la multinacionales y del consumismo: y seguimos comprando Coca Cola y yendo a MacDonalds… sabiendo también perfectamente que son perjudiciales para la salud.
Decimos que deseamos la paz y no ponemos las mínimas condiciones para que se pueda dar: siempre corriendo, compitiendo, comprando, deseando.
Decimos que la familia y las relaciones son lo más importante y no les dedicamos tiempo de calidad ni toda la atención necesaria.
Somos hipócritas. Tal vez hipócritas inconscientes, pero hipócritas al fin.
Nos gana la comodidad y la superficialidad.
El circo del fútbol sigue – como la venta de Coca Cola y demás productos de consumo de masa – porque tiene millones de “clientes”.
Sigue, porque “vende”. Sigue el escandalo y la hipocresía del fútbol porque seguimos yendo al estadio, viendo los partidos por la tele, comprando las camisetas de los jugadores.
¿Por dónde empezar? Por mí. Por cada uno. No hay otro caminos.

Arranca el Mundial: nos sentaremos en nuestros cómodos sillones, picada pronta, plasma encendido, amigos o familia reunida y la pelota comenzará a rodar.
Cantaremos el himno, flamearán las banderas, gritaremos algún gol: el circo del fútbol nos hará olvidar por 90 minutos de los huérfanos sirios que – con suerte – jugarán con una pelota pinchada entre los escombros dejados por las bombas.
El circo del fútbol nos hará olvidar que muchos de los jugadores ganan más dinero en un mes que un obrero en toda su vida.
El circo del fútbol nos hará olvidar que los derechos de imagen de muchos mundialistas y los seguros de sus piernas cubriría la deuda externa de muchos países africanos.
Rodará la pelota en Rusia y acá en Uruguay nos olvidaremos de las tarjetas de Sendic, de los auto-convocados, de la fatal cosecha de soja y de la cara de Bonomi y la inseguridad.
Y no solo durante el mes del Mundial. Se seguirá “viviendo” del Mundial también después, con estos absurdos programas de debates futbolístico donde discuten y pelean por si era o menos posición adelantada y si el mal rendimiento de un jugador se debió a los morrones fritos que se comió en la cena.
Yo prefiero tener los ojos llenos de amaneceres y floraciones.
Y no quiero olvidar, discúlpenme. No quiero que el fútbol, ni cualquier otra cosa, narcotice mi sensibilidad y mi amor. Quiero quedar consciente, pese al dolor que produce.
Y quiero aportar mi granito de arena y de consciencia.
Una pequeña luz puede encender otras y puede iluminar una gran oscuridad.
Confío en esta pequeña luz. Confío que muchos compartan esta visión y este sentir.
Me declaro en huelga: no miraré el Mundial.
Me sentaré en silencio, consciente de la luz y de la paz.
Me sentaré en silencio, rescatando lo bueno que sin duda el Mundial nos dejará: nos juntaremos, nos sentiremos más unidos, comeremos juntos, festejaremos juntos.
Me sentaré en silencio con todos los marginados de la tierra, sintiendo su soledad, su tristeza y su dolor.
Me sentaré, una y otra vez, asumiendo mi hipocresía y la hipocresía del mundo e intentando ser más auténtico, más transparente, más consciente: por mí y por todos. También por el inhumano circo del fútbol.

Buen Mundial para todos. Buen Mundial así.





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