En este texto Marcos concentra distintos
e importantes aspectos del mensaje de Jesús:
1)
La relación con su familia y su entorno
2)
El pecado contra el Espíritu Santo
3)
La voluntad de Dios
Vamos a ver brevemente cada uno
intentando dar una visión unitaria. Son tres dimensiones de la misma realidad.
· La relación de Jesús con su familia y su
entorno no fue fácil. En distintos lugares de los evangelios transluce – a
veces entre líneas – este aspecto (Mc 6, 1-6; Lc 4, 28-29). Nos podríamos
preguntar el por qué. Como siempre la realidad es compleja y tiene muchas
puntas. Subrayo dos. En primer lugar, vivir desde la fidelidad a uno mismo y en
la coherencia siempre produce algún rechazo y, muchas veces, este rechazo viene
del entorno más cercano y de los que, supuestamente, deberían apoyarte y
comprenderte. Por eso también el refrán que el mismo Jesús cita a partir de su
propia experiencia: “Les aseguro que
ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4, 24). Es la misma
situación de la pregunta de Natanael a Felipe acerca de Jesús: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?”
(Jn 1, 46). A nuestro ego le cuesta reconocer los dones – a veces maravillosos
– de las personas que tenemos cerca, con las cuales comemos y conversamos todos
los días. ¿Qué hay de extraordinario en Jesús? “¿No es este el hijo del carpintero?” (Mt 13, 55) se pregunta la
gente… Lo extraordinario está a la vuelta de la esquina y la maravilla se
esconde en lo cotidiano. En segundo lugar, un hecho paradójico y que vemos reflejado
en nuestras sociedades. Se podría decir así: en una sociedad enferma se acusa
de enfermos a los pocos sanos. José Antonio Pagola lo explica recurriendo a
Freud que “en su obra «El malestar en la
cultura», consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su
conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que, tal vez, pocos
individuos son conscientes. Incluso puede suceder que, dentro de una sociedad
enferma, se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.”
En una sociedad consumista que se deja arrastrar por una vida de comodidad, superficialidad
y excesos, alguien que enseña el desprendimiento y la entrega es mejor
considerarlo “loco”… como hicieron con Jesús sus parientes. Sería necesario
preguntarnos con total lucidez: ¿Qué es más sano? ¿Vivir desde el egoísmo y el
consumo o desde el amor, la comunión y la entrega? Después de responder
tendríamos que vivir consecuentemente…
·
Sobre el “pecado contra el Espíritu
Santo” los estudiosos y los biblistas se devanaron los sesos para comprender: “¿Cuál será este pecado tan grave ?”.
Desde una postura tradicional y fundamentalista no hay salida. Además es muy
probable que la afirmación no sea del mismo Jesús, sino del evangelista. A mi
entender el “pecado contra el Espíritu Santo” no es un pecado especifico, sino
una actitud. Una actitud que no nos permite vivir la vida en plenitud.
Definiría esta actitud como “superficialidad”. Nuestra sociedad carece a menudo
de profundidad e interioridad y cuando falta interioridad se vive en la superficie y la trivialidad. Lo cotidiano, lugar del Misterio, se convierte en
lugar de lo banal. El Espíritu justamente es el lugar más íntimo y más
interior. Es la raíz de nuestro ser y la dimensión divina que nos convoca y
engendra y es el lugar donde experimentamos la unidad. Por eso Jesús, en
nuestro texto, habla de la división como signo de la falta del Espíritu y de la
superficialidad. Pecar contra el Espíritu es entonces vivir desde la superficie
y desde lo trivial. El camino de sanación pasa necesariamente por la
interioridad. Solo el hombre interior es fuerte, estable, coherente. Por eso
Jesús usa esta bella comparación: “nadie
puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no
lo ata. Sólo así podrá saquear la casa” (Mc 3, 27). Nadie puede entrar en
nuestra interioridad vivida, amada, asumida. Vivir desde la interioridad es el
camino hacia la plenitud y la entrega.
·
Al finalizar nuestro texto Jesús invita
a hacer la voluntad de Dios como medio para vivir y experimentar una unión más
estricta con él. La relación humana vuelve a relucir como centro del mensaje evangélico.
“La relación humana y fraterna entre los discípulos
– si esa relación es verdaderamente humana y fuerte – tiene un poder que está
por encima incluso de las relaciones más fundamentales de familia. Cuando
estamos dispuestos a eso, es decir, cuando ponemos de verdad a Jesús en el
centro de nuestras vidas, tiene más poder y es más determinante que el amor a
una madre y a unos hermanos. Esto es capital para empezar a entender la vida y
la enseñanza de Jesús.” (José María Castillo). Más allá de esto sigue
pujante la pregunta: ¿Qué es esta famosa
Voluntad de Dios?”. “Famosa” porque fue y es el eje de muchas vivencias de la
iglesia y porque, mal interpretada, fue y es motivo de sufrimiento para muchos.
Hay que salir – de una vez por todas – del ingenuo antropomorfismo que aplica a Dios, sin más, las categorías humanas.
A partir de nuestra experiencia existencial de “voluntad” aplicamos a Dios el
mismo criterio, siempre partiendo de la ilusión de que este supuesto “dios” es
un Ente separado – eterno y omnipotente – que vive no se sabe donde y actúa
como un superhéroe o un Superente. Este concepto de la divinidad no se puede ya
sostener, pese a las resistencias que hay. La iglesia vivió y vive muchas veces
de esta suposiciones cuando afirma que la jerarquía en todas sus variantes, detiene
y nos revela esa supuesta voluntad de Dios. Detrás está sin duda la tentación
siempre presente del poder y la ingenua y peligrosa creencia de poseer la
verdad. Comparto plenamente las palabras de Enrique Martínez Lozano: “«Cumplir la voluntad del Padre» no significa
ningún tipo de sometimiento a una divinidad separada, presentada a veces como caprichosa,
que buscara dirigir nuestros destinos desde «fuera». Cumplir la voluntad del
Padre no es otra cosa que amar lo que es. La «voluntad de Dios» no puede ser
sino «lo que es»; cualquier otra cosa, sería un añadido mental. Y cumplirla
significa alinearse con ello, amar lo que viene y permitir que lo «lo que es»
se manifieste y fluya a través de nosotros. Los místicos teístas han sabido
recibir todo como expresión de la voluntad de Dios. Así lo expresaba San Juan
de la Cruz, a escasos meses de su muerte, despojado de todo cargo, olvidado de
todos y «echado en un rincón», en una carta a la carmelita María de la
Encarnación, en Segovia: «Estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que
sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa
sino que todo lo ordena Dios.»”
En
el lenguaje de su tiempo y a partir de su cultura religiosa teísta (la creencia
en un dios separado que interviene desde fuera) Juan de la Cruz – como todos
los místicos de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad
– confirma que la voluntad de Dios coincide con «lo que es».
Entendida
y vivida así todo se transforma. Todo toma luz. Todo se convierte en epifanía
de lo divino. Pero la mente esto no lo entiende: por eso el camino místico es
esencial. Y el camino místico no es otra cosa que el camino de la interioridad
y la profundidad.
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