Es reconocida la genialidad de San
Pablo, sin duda fruto de su experiencia mística. Pablo dio al cristianismo “alas
cósmicas”: el Cristo de Pablo es a la vez interior
y cósmico. El texto que leímos el pasado
8 de junio en la fiesta del Sagrado Corazón es de una belleza y profundidad
extraordinaria: efesios 3, 8-19.
Pablo nos recuerda la “insondable riqueza de Cristo” (3,
8) y “la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” (3, 18) de su amor, amor “que
supera todo conocimiento” (3, 19).
Este Amor tan infinito que
nos supera totalmente y no podemos comprender constituye también nuestro “hombre interior” (3, 16).
Pablo en pocas frases
concentra toda la historia y la paradoja de la experiencia mística: tan
interior que define nuestra esencia, tan infinita que nos supera por completo.
Es el Misterio del Amor que
experimentamos en nuestra cotidianidad cuando nos desprendemos del ego y somos cauce
de este mismo Misterio: experimentamos simultaneamente la absoluta intimidad y
la absoluta trascendencia. O, en otras palabras: nos sentimos plenamente
nosotros mismos y simultaneamente uno
con todo.
Todo esto lo podemos
comprender también a través de la poesia y la ciencia.
Todo conduce, maravillosa y
misteriosamente, a la misma y única Fuente.
La poesía sugirió que el ser
humano es “polvo de estrellas”,
justamente para subrayar el misterio divino que nos constituye. Misterio divino
que es nuestra esencia y que no es afectado por nuestras maldades y egoismos. Un
antiguo proverbio serbio nos hace esta invitación: “Sé humilde pues estás hecho de tierra. Sé noble pues estás hecho de
estrellas.”
En los últimos decenios la
ciencia, en especial la astronomia, está confirmando esta intuición poetica y
mística.
Afirma el cientifico y
divulgador estadounidense Carl Sagan (1934-1996): “El cosmos esta también dentro de nosotros. Estamos hechos de la misma
sustancia que las estrellas.”
Un estudio reciente de la
Universidad estatal de Nuevo México confirma que el 97 % de la masa del cuerpo
humano está conformado por materia procedente de las estrellas.
Somos polvo de estrellas:
¡casi literalmente! La ciencia confirma la intuición mística y poetica… y también
la experiencia de Pablo y sus expresiones tan fuertes y contundentes.
En las estrellas podemos
reconocer la “la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” del amor de Cristo y en el “polvo de estrella” que somos, el “hombre interior”.
Todo, misteriosamente, tiene
el sello y la esencia cristica. Ya el genio teologico de Teilhard de Chardin lo
había visto. La materia, lo que llamamos “materia”
(en realidad la fisica cuantica sugiere que es “luz condensada” o “vacío
sólido”) está “hecha de Cristo”.
Escuchamos el testimonio de
Max Planck, uno de los padres de la física cuantica:
“En cuanto físico que dedicó toda su vida a la ciencia más sobria, al
estudio de la materia, estoy sin duda exento de la sospecha de ser un soñador.
Así, después de mis investigaciones sobre el atomo, les digo: la materia en sí
misma no existe. Cada materia nace y persiste solo mediante una fuerza, aquella
que lleva las particulas atomicas a vibrar y que las tiene unidas como el más
minuscolo sistema solar”.
La carta a los colosenses
afirma que “en Crsito fueron creadas
todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres
visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y
Potestades: todo fue creado por medio de él y para él. Él existe
antes que todas las cosas y todo subsiste en él.” (Col 1, 16-17).
La divinidad que tanto
anhelamos y buscamos llena las estrellas y los corazones.
El Amor y la Paz que ofrecen
plenitud a nuestras vidas, descansan serenos en el corazón de cada cosa,
animada o inanimada, “viva” o “muerta”. En realidad, desde esta hermosa perspectiva,
no existe lo que definimos como “muerte”: existe algo que todavía no a
despertato a la luz.
¿Cómo puede “algo” estar
muerto si está “hecho de Cristo”?
Cuando digo “hecho de Cristo” no me estoy refiriendo
a la materialidad de la materia, sino a la “fuerza” de Planck que la mantiene unida y, en el fondo, la
constituye… estamos rozando el Misterio que no se puede decir. En palabras de
Pablo: “que supera todo conocimiento”.
Por eso el silencio místico es esencial. Quién intentará comprender mis
palabras racionalmente tropezará con una pared insormontable. Cuando dejamos de
defendernos y nos entregamos al silencio, el Misterio, sobria y paulatinamente,
se asoma.
Las inanimadas piedras no
están “muertas”: están esperando despertar a la vida, están esperando ser más
conscientes.
Es el camino evolutivo hacia
el Cristo Cósmico que Teilhard de Chardin había intuido y propuesto.
Todo está evolucionando
hacia el punto final: Cristo. Que también es el punto inicial. Es el trayecto
hermoso y creativo de la historia: evolucionando adentro del mismo y único
punto.
Somos “polvo de estrellas”:
el Universo está adentro de cada uno.
Cuando contemplamos la
belleza de las estrellas en una noche serena y sin luna estamos contemplando
nuestra propia belleza y la belleza del Cristo que en todo se revela.
La “insondable riqueza de Cristo” nos constituye y nos supera. Esa
misma riqueza que se manifiesta en las estrellas y en cada cosa.
Sientate en silencio. Abre
tu corazón y confía: polvo de estrellas corre por tus venas…
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