sábado, 11 de agosto de 2018

Juan 6, 41-52



Seguimos leyendo el capitulo 6 de Juan. El texto de hoy nos presenta una de las cuestiones clave: la identidad de Jesús.
Juan presenta a Jesús como “el pan bajado del cielo” – el “cielo” era considerado el mundo de Dios – y la gente se sorprende porque conoce bien de donde viene: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre.
Es la misma sorpresa e incomprensión que subrayan los evangelios sinopticos después de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo” (Mc 6, 3).

¿Jesús viene del “cielo” o es hijo de los hombres?

Es la gran pregunta cristologica a la cual la iglesia contestó en los primeros concilios: Jesús viene del cielo y viene de los hombres, Hijo de Dios y hombre verdadero.

¿Cómo comprender esto hoy en día?
Ya no podemos considerar “la venida desde el cielo” de Jesús como una venida desde afuera, desde un supuesto “mundo de Dios” (es el teísmo, en término técnicos).
Es esta la gran revolución y el cambio de paradigma: ¡no hay ningún dios “ahí afuera”!
Esta manera de entender lo divino viene del paradigma racional-mitico que la humanidad superó y está superando… y que a la iglesia – enroscada y empeñada en defender doctrinas – le cuesta ver y aceptar.

El nuevo paradigma no-dual o místico que está surgiendo es fruto de la evolución de la conciencia y la comprensión de la humanidad. La autonomia del ser humano y de las leyes del Universo es un dato cientifico y filosofico de nuestro tiempo: desconocerlo sería quedarse en un fideismo esteril y anacronico.
El paradigma (la manera de ver) místico subraya la profunda unidad de lo real: no hay nada separado de nada. Es la intuición mística de todos los tiempos: es tiempo de encarnarla y ponerla en el eje de nuestra fe.

¿Cómo comprender entonces la identidad de Jesús a partir de este paradigma místico?
Jesús viene del cielo en el sentido que su identidad profunda lo trasciende por completo. La identidad de Jesús – como la nuestra por supuesto – nos viene regalada y se manifiesta en seres humanos concretos e historicos que no agotan esta idenetidad en un supuesto e ilusorio “yo”, sino que expresan y revelan la única identidad compartida – vida divina, amor – en sus exitencias historicas.

Se armoniza definitivamente así el eterno debate entre inmanencia y trascendencia, es decir: entre lo que es propio de nuestro ser y lo que nos supera. Entre “interior” y “exterior”, entre “adentro” y “afuera”, entre “profundidad” y “alteza”, entre “tiempo” y “eternidad”, entre “historia” y “resurrección”.
En su fondo más íntimo inmanencia y trascendencia – paradojicamente – coinciden.
En otras palabras: mi centro es descentrado. Mi centro está afuera de mí, sin dejar de centrarme. Lo que soy y me define – simultaneamente – me supera infinitamente.
El filosofo y psiquiatra alemás Kar Jaspers lo dice así: “Lo que hay de más mío en mí mismo, y mi libertad misma, me viene de otra parte.

Cuando Jesús dijo: “Yo Soy” (Jn 8, 58) se refería justamente a este nivel de identidad, a este Misterio de Amor. Jesús es Eso y Eso vino a revelarnos.

Y también Jesús nos da una pista para crecer en esta compresión: “Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí” (Jn 6, 45).

¿Dónde oimos al Padre?
¿Dónde recibimos su enseñanza?
¿Dónde escuchamos la voz divina que nos define y sostiene?

Sin duda en el silencio y la profundidad del corazón.
Es lo que Jesús vivió y enseñó. Su amor brota desde ahí y vuelve ahí.

Dato importante: el silencio y la escucha preceden la palabra. Sin silencio y escucha no hay palabra posible ni audible. El cristianismo, como el judaismo y el islamismo son las “religiones del libro”, es decir, se fundamentan en una revelación escrita, en La Palabra.
Pero acá está el giro esencial: recuperar la prioridad del silencio respecto a la Palabra.
Es el gran y primer mandamiento del pueblo de Israel, el famoso “Shema Israel”: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Dt 6, 4). 
El silencio es estable y permanece y solo desde el silencio la Palabra surge y es audible.
Silencio es interioridad.
Desde la interioridad vivida y asumida aprendemos a oir la voz de Dios, aprendemos a descubrir su Presencia. Presencia interior, que define nuestro autentico ser y Presencia exterior que se revela en cada cosa para quien sabe ver.
La Presencia trascendente de lo Divino se esconde y oculta en la inmanencia de nuestro ser más íntimo.

El camino espiritual es camino de identidad, silencio y escucha.
Dimensiones que tienen que echar raices en nosotros y que necesitan espacios y tiempos concretos.
Es un camino que nos llevará a descubrirnos Uno con los demás y con todos lo que existe.
Podremos vernos y descubrirnos en cada arbol y cada flor, en cada rostro humano y en cada paisaje.
La profunda Unidad se nos revelará en cada cosa como su más pura esencia, sin dejar de asombrarnos con la belleza de la diversidad.
Desde el silencio que somos escucharemos la voz del Padre que iluminará y confirmará nuestro caminar en el amor.







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