sábado, 25 de agosto de 2018

Juan 6, 60-69


Hildegarda de Bingen



 Terminamos hoy de leer el capitulo seis de Juan con unos versículos muy bellos y profundos.
El autor de nuestro texto – a través de dialogo de Jesús con sus discípulos – quiere confirmar todo el discurso eucarístico que hemos comentado el domingo pasado.
Y pone en boca de Jesús estas hermosas palabras: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6, 63).
Vuelve el tema central del evangelista: la Vida.

Jesús vino a regalarnos vida abundante, a mostrarnos un rostro de Dios que es Vida y quiere vida plena para todos.
El evangelio es antes que nada y sobre todas las cosas “Buena Noticia”: la noticia que la Vida nos precede, nos acompaña y sigue. La noticia de un Dios que es Vida, impulsa vida, sostiene la vida, alimenta la vida. La noticia que “Esta Vida” no termina porque nunca comenzó.
Este es el eje de la experiencia que Jesús nos comunicó y sigue comunicándonos a través del Espíritu: estamos participando de la única y eterna Vida.
Nuestro nacer y morir se inscriben “adentro” de la Vida Una. Lo que llamamos los humanos “nacer” y “morir” acontecen en el seno de la Vida, en el gran abrazo del Amor.
¿Hay noticia más linda?
Esto quiso decir Jesús – como todo místico – cuando exclamó: “Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 58).
Este “Yo Soy” no se refiere a la existencia histórica del individuo Jesús de Nazaret, sino a la experiencia inmediata de la Vida Una. Jesús se experimentó radicalmente unido a esta Vida – que él llama Padre – y se vivió como expresión única y original de esa única Vida.

Es sumamente interesante y conmovedor descubrir la misma experiencia – con los matices de cada uno y sus connotaciones religiosas y culturales – en todos los místicos de todos los tiempos.
A esto estamos llamados. A esto estás llamado, tú que me lees: a vivir la misma experiencia del Maestro de Nazaret, a descubrirte Uno con la única Vida; Misterio de Amor inaferrable e indecible, pero experimentable.

El Espíritu nos alienta, nos ilumina, nos conduce. Aprender a escuchar el Espíritu es entonces fundamental para adentrarse en el Misterio sin nombre.
El Espíritu es el Aliento de Vida que mora en nosotros, en un “lugar sin-lugar” al cual tenemos acceso, cuando nos abrimos y nos silenciamos.
Este Espíritu es la Vida de nuestra vida, el Amor de nuestro amor, el Respiro de nuestro respirar. Podemos sentirlo y experimentarlo, nunca poseerlo o manipularlo.

Necesitamos una actitud abierta y humilde para conectar con el Espíritu.
Apertura y humildad que caracterizaron la vida de Jesús y que – todavía – cuestan mucho a la iglesia (especialmente a la jerarquía) y a muchos cristianos. Nos creemos poseedores de la verdad y caemos en juicios y en posturas defensivas y hasta fanáticas. Nos cuesta escuchar con total apertura y transparencia y cerramos el paso a muchos hermanos en sincera búsqueda.

Cuando nos abrimos al Espíritu, automáticamente nos abrimos a la Vida y nuestras palabras se convierten en palabras auténticas y fecundas, en palabras de vida.
Las palabras de Jesús, son “palabra de vida eterna” como reconoce Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68), porque Jesús habla desde la visión y la experiencia, desde la inmediatez de su conexión con el Espíritu.

El cristianismo del presente y del futuro será coherente y atractivo si será expresión de una profunda visión y experiencia del Espíritu.
Se está acabando un cristianismo y una iglesia centrada en la tradición, los dogmas, las costumbres y los ritos.

Se abre un tiempo nuevo, un tiempo donde la experiencia y la vida vuelven al centro. Un tiempo de frescura y una primavera del Espíritu. Un tiempo donde el Amor prima sobre las estructuras y donde el abrazo y la sonrisa revelan la Presencia de un Dios enamorado.





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