El filosofo alemán Herbert Marcuse (1898-1979) habló de la “eutanasia de la libertad”: expresión provocadora que nos invita a reflexionar y a despertar.
La sociedad occidental del bienestar y del consumo narcotizó nuestra libertad. Estamos matando, lenta y solapadamente, a la libertad.
Creemos ser libres y somos esclavos. Esclavos de las corrientes de pensamientos, esclavos del consumo, de las tendencias de twitter, del Netflix y del fútbol.
Nos hacen creer que somos libres y ya no sabemos lo que es la libertad y vivimos superficialmente en la cómoda ilusión de la libertad.
Creemos ser libres y ni nos cuestionamos nuestras elecciones cotidianas o las importantes y decisivas. Seguimos la corriente sin ni siquiera saber por qué, sin ni siquiera ser conscientes si algo me construye como persona o no.
¿Qué hacemos?
Es la pregunta del texto evangélico de hoy. Se reitera por tres veces, numero no casual. El “tres” indica totalidad, plenitud, armonía.
Distintos grupos de gente le preguntan a Juan, el precursor de Jesús: “¿Qué hacemos?” (Lc 3, 10.12.13).
¿Qué tenemos que hacer? ¿Adonde vamos?
Preguntas claves pero a menudo olvidadas por los efectos de los narcóticos ya mencionados.
Los narcóticos anulan o alivian el dolor momentáneamente, pero no sanan. Son paliativos, no curativos.
Lo que precisamos es sanación, lo que necesitamos es justamente salir de la anestesia que adormece la libertad y nos deja en un limbo de tonos grises.
Juan nos hace una invitación a la libertad, al despertar.
Juan nos invitas a reaccionar. Las tres respuestas de Juan son todas invitación a un amor concreto, al compartir, a la compasión.
Pero, ¿cómo lograremos este amor compasivo y atento sin recuperar la consciencia y la libertad?
Es el primer y decisivo paso.
Recordemos las palabras del maestro: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).
Recuperar la libertad es nacer del Espíritu, es soportar las molestias del viento, es asumir el Misterio y el no-saber.
Recuperar la libertad y la consciencia critica es decisivo para que nuestro amor se vuelva fecundo, para que la compasión sea lúcida y la luz transforme nuestras oscuridades.
En un mundo hambriento de amor y justicia, ¿cómo podemos perder un minuto de nuestro tiempo detrás de la novela tragicómica de Icardi y Wanda Nara?
En un mundo donde sigue la pobreza y la violencia en muchos lugares, ¿cómo perder nuestro precioso tiempo – que no volverá – en analizar obsesivamente si era penal o no era penal?
A menudo la gente ni se plantea si es más humano y constructivo un partido de futbol o un concierto de música, mirar una serie o conversar en familia, revisar el Instagram o pasear por un bosque.
¿Qué hacemos?
¿Qué hacemos con nuestro tiempo?
¿Qué hacemos con este único día que ya no volverá?
Recuperar la libertad y la consciencia critica nos permite elegir con más lucidez y acierto.
El camino de la acción fecunda y transformadora pasa por la conexión con nuestro propio ser, con nuestra esencia.
El camino de la acción compasiva y amorosa pasa por el difícil camino de recuperar la libertad y crecer en consciencia.
No hay amor sin libertad; no hay amor sin consciencia.
Juan lo sabía y Jesús también; por eso se fueron al desierto.
Por eso eran hombres interiores, originales, fieles a sí mismos, contemplativos.
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