sábado, 25 de diciembre de 2021

Lucas 2, 41-52


 

En este primer domingo después de la Navidad celebramos la fiesta de la familia de María, José y Jesús.

¡La fiesta de la familia! Fiesta de todas las familias y de la familia humana.

Somos familia: ¡nos habitan el mismo espíritu, el mismo anhelo, el mismo amor, las mismas búsquedas.

El texto de Lucas, en este sentido, es muy inspirador.

Es un texto catequético, a través del cual Lucas quiere transmitirnos su visión teológica y su mensaje. Como siempre, el nivel oculto y simbólico, es más contundente y profundo que el simple nivel literal o histórico, del cual – además –, no tenemos certezas.

Empezamos por algo que nos puede sorprender: Jesús, entrando en la adolescencia, es motivo de angustia para sus padres: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (2, 48).

¿Cuáles padres, en algún momento, no pasaron por la angustia o la preocupación?

María y José tuvieron que pasar por la angustia y la preocupación por su hijo Jesús. Es la angustia del no-comprender y del no-saber; es la angustia de la perdida y de la incertidumbre.

La respuesta de Jesús también nos sorprende. Jesús no se altera, no pierde la compostura y la serenidad que lo acompañó a la largo de toda su vida y de los acontecimientos más dolorosos.

Sorprende su respuesta: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (2, 49).

Jesús parece no preocuparse de la búsqueda y la angustia de sus padres. Jesús mantiene su serenidad. María y José tendrán que hacerse cargo de sus emociones.

¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”: este versículo es central.

Nuestro texto traduce “asuntos”.

Otras traducciones son posibles: “en las cosas”, “en los negocios”, “estar en la casa”.

Me resuena mucho más la traducción que dice: “¿No sabían que yo debo estar en la casa de mi Padre?”

Por un lado esta traducción se ajusta más al contexto: Jesús está en el templo de Jerusalén, que para los judíos es la “casa de Dios”, donde habita la shejiná, la Presencia divina.

Por otro lado está traducción tiene una fuerza simbólica única, expresada por las dos palabras claves: casa y padre.

“Casa” y “Padre” son dos conceptos muy queridos por Lucas.

Desentrañar su sentido y significado nos abren unas puertas maravillosas.

La Casa es el lugar donde la vida se gesta, se educa. Es el lugar del crecimiento y de la intimidad familiar. Es el lugar de la reconciliación y el refugio seguro.

La Casa es nuestro hogar. Dios es nuestro hogar.

Siempre estamos en Casa, porque siempre “estamos en Dios”.

Lo afirma así el monje budista Thich Nath Hanh: “He llegado, estoy en casa”.

Aquí y ahora estamos en casa; ya hemos llegados. El momento presente es nuestra Casa y nuestro refugio, porque este momento es pleno y perfecto así como es.

Maestro Eckhart lo expresa de esta manera: “Dios ya está en su casa, somos nosotros que salimos a dar un paseo”: excepcional el maestro.

¿Qué nos quiere decir”

Dios siempre está. La Presencia de Dios lo llena todo y cada instante está preñado de divino. Somos nosotros que, desconectados de nuestra esencia y enredados en el pensamiento, creemos que Dios no esté y no percibimos la Presencia.

 

También la palabra “Padre” está cargada de significado.

El evangelio de Lucas pone en boca de Jesús la palabra “Padre” al comienzo (2, 49) y al final: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (23, 46).

La primera y la última palabra de Jesús en el evangelio de Lucas se refieren al “Padre”.

La palabra “Padre”, obviamente, revela y expresa mucho más de lo que aparenta o del sentido llano del termino.

No podemos aplicar al Misterio Infinito un concepto humano, derivado de una experiencia humana.

Como brillantemente afirmaba el filosofo griego Jenófanes: “si los caballos tuviesen dioses, estos parecerían caballos”.

“Padre” entonces significa mucho más que “padre”. “Padre” es simplemente una palabra y un concepto humano que apunta al Misterio sin nombre.

“Padre” revela el fondo último de lo real, la esencia de toda cosa, la profundidad del Ser, el Aliento de todo aliento, la Vida de toda vida.

Jesús lo sabía y lo vivía. Si utilizó la palabra “padre” fue por la terrible profundidad de la encarnación. Jesús tuvo que expresarse a través de las coordenadas culturales y religiosas de su tiempo.

 

En síntesis, “Casa” y “Padre” son conceptos que se relacionan y retroalimentan uno al otro: la Casa es el Padre y el Padre es la Casa.

Este maravilloso Misterio está expresado por una hermosa pintura (añado la imagen al fondo) del artista contemporáneo francés Arcabás: en ella se plasma la parábola del Padre misericordioso – que no acaso la encontramos en Lucas (15, 11-32) – donde el encuentro del Padre con el hijo pródigo es transformado magistralmente por el pintor en el mismo abrazo con la Casa: “padre” y “casa” se funden en uno.

¡Dejémonos forjar por esta obra de arte!

¡Seamos conscientes de nuestra profunda y maravillosa identidad!

 


 

 

 

 

 

 

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