viernes, 1 de abril de 2022

Juan 8, 1-11



En este quinto domingo de Cuaresma estamos invitados a reflexionar sobre el famoso texto de la adultera. La respuesta de Jesús, frente a la insistencia de los que querían apedrear a la mujer, se convirtió casi en un refrán: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra” (8, 7).

Más allá de que la frase del maestro se incorporó al lenguaje común y a pesar de que pasaron dos mil años, seguimos “tirándonos piedras”…

Son las piedras del juicio, las piedras del rechazo.

Son las piedras de la marginación.

Son las piedras de la incomprensión y de la agresividad.

 

¿Por qué al ser humano le cuesta enormemente dejar de juzgar?

Los motivos son muchos y a menudo se esconden en nuestro inconsciente. Por eso es tan fundamental el trabajo de autoconocimiento y auto-aceptación.

Si no nos conocemos y no nos aceptamos seguiremos siendo victimas de nuestro ego y de las energías inconscientes que nos hacen reaccionar desde los impulsos primitivos de defensa y supervivencia.

Este trabajo de autoconocimiento tiene que ser facilitado desde la más temprana edad, en la familia y en las instituciones educativas.

 

El juicio surge siempre de una falta de paz, de comprensión y de aceptación.

Cuando no estoy en paz conmigo mismo, brota la tendencia a culpabilizar lo exterior por nuestra falta de paz: ponemos la responsabilidad siempre afuera. El camino está en reconocer que, en realidad, nada ni nadie puede perturbar la paz que hemos descubierto y que nos habita.

Juzgamos cuando nos falta la capacidad de empatía y comprensión. El juicio es siempre falta de comprensión. El ego se aferra a su manera de ver la vida y las cosas y juzga como erróneas las demás visiones.

Una comprensión profunda y verdadera se dará siempre cuenta de que “el otro” está haciendo lo mejor que puede y sabe en el momento presente desde su nivel de consciencia.

¿Qué sentido tiene juzgar y “arrojar piedras”?

Un ejercicio muy útil cuando está por surgir un juicio es repetirse la frase: “Yo, en tu lugar, hubiera hecho lo mismo”.

Yo, en el lugar del otro – cualquier otro – hubiera hecho lo mismo que él hizo o está haciendo.

¿Por qué?

Porque tendría su genética, su familia y sus ancestros, su educación y su cultura, sus heridas emocionales y afectivas…. en definitiva “sería él”.

Es así de simple y es así de profundo y esencial; cuesta horrores verlo y el ego nos mantiene atrapados en la ilusión.

Solo esta comprensión nos llevará a la paz y al no-juicio.

Esto obviamente no significa que no haya que condenar acciones objetivamente perversas o dañinas, como no significa que la justicia no tenga que hacer su curso.

Esta comprensión significa que interiormente tenemos una actitud serena de no-juicio. Esta actitud es la que cambia misteriosamente el curso de la historia.

 

Por último el juicio y las piedras surgen siempre de una falta de aceptación. La no aceptación radical de mí mismo y de mis sombras, me lleva a caer en el fenómeno de la proyección, bien explicado por Jung: condeno en los demás lo que no quiero ver o asumir en mí mismo.

Los escribas y fariseos que quieren apedrear a la mujer son, muy probablemente, tan adúlteros o más adúlteros que la mujer; ya que no reconocen en ellos mismos esta condición, descargan su negatividad sobre la mujer, para así tranquilizar su consciencia.

Todo eso obviamente desemboca en una hipocresía galopante. Y sabemos que la hipocresía es, tal vez, lo que más le duele y le molesta a Jesús.

¿Cuántas veces caemos en esta hipocresía?

El peligro es más rotundo cuando se tienen responsabilidad y autoridad. Por eso la advertencia de Jesús a los jefes religiosos de su tiempo: “¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!” (Lc 11, 46).

En la iglesia se sigue juzgando y seguimos marginando. Todo esto, obviamente, amparados en el derecho canónico y en la supuesta y absurda pretensión de ser los detentores de la verdad (dogmatismo).

En este tiempo de Sínodo tenemos la posibilidad de hablar, de intentar cambiar algo, de ser más fieles al evangelio y más libres de estructuras caducas e injustas.

Animémonos.

Como siempre el cambio y el camino empiezan por uno mismo y por dar el primer paso.

Hoy puedo dar un paso hacia la paz, la comprensión y la aceptación.

Hoy puedo ser fiel a mi voz interior y al Cristo interior.

Hoy puedo cambiar el mundo.

Un joven discípulo le preguntó a su anciano maestro:

-      “¿Cómo estar seguro de no equivocarse en el camino espiritual?”

El anciano le respondió:

- “Sabrás que no te equivocas en el camino espiritual porque no juzgas a nadie”.

 

 

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