sábado, 31 de diciembre de 2022

Lucas 2, 16-21

 

 

 

Celebramos hoy la fiesta de “María Madre de Dios” y también la jornada mundial de la paz.

Al comenzar un nuevo año social se nos presenta esta sugestiva asociación entre María y la paz.

María puede ser un camino desde la paz y hacia la paz.

El evangelio nos sugiere la actitud clave de María: “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (2, 19).

 

¿De dónde nace la paz?

¿Dónde se encuentra la paz?

¿Cómo construir paz?

 

En nuestro mundo complejo y en crisis, son preguntas claves.

Todos parecen anhelar la paz, invitar a la paz, pero en lo concreto se hace, a menudo, difícil. El proceso es largo y muchas personas y naciones sufren.

 

El evangelista Lucas, subrayando las actitudes de María, nos regala una pistas fundamentales.

 

María – lo podemos afirmar con un alto grado de certeza – no estaba entendiendo lo que le sucedía. Su maternidad la sorprendió y todo lo acontecido alrededor del niño Jesús la cuestionaba.

 

María confía. Tenemos la primera actitud clave para la paz. Sin confiar en el misterio de la vida la paz es imposible; sin confiar en el otro la paz se convierte en un sueño inalcanzable.

María no entiende, pero guarda todo en su corazón. Sabe que el Misterio la supera e intuye desde su corazón que todo tiene sentido.

 

¿Cuándo no entiendo, me abro a la confianza?

¿Logro confiar y abandonarme en las manos del Misterio?

 

En segundo lugar el evangelio nos dice que María “meditaba en su corazón”.

María va “para dentro”. María trabaja su interioridad.

María intuye que la mente no resuelve el Misterio y va más en profundidad. María sabe que las respuestas vienen del corazón, vienen desde otro lugar del ser.

 

María es la mujer del silencio; sabe que solo el silencio tiene las respuestas.

 

La paz verdadera y duradera solo puede surgir desde el descubrimiento y la conexión con nuestra identidad más profunda.

La confusión sobre nuestro ser y nuestra identidad genera violencia y conflictos.

Hasta que nos identifiquemos con nuestra mente, la paz queda una utopía. La identificación con la mente es justamente el ego y el ego siempre se mueve o defendiéndose o atacando, porque quiere mantener su ilusoria y superficial identidad. Toda violencia, en realidad, nace del intento de defender una identidad ilusoria.

Pero la mente no puede decirme “quien soy” y por eso la mente y el pensamiento siempre buscan objetos externos que les puedan otorgar el alivio de cierta identidad y seguridad. Así se explica también el absurdo fanatismo en el fútbol y en la política, por ejemplo; identificándonos con un cuadro de futbol o una postura política nuestro sentido de identidad se ve reforzado y la angustia existencial se alivia por un tiempo… pero el costo es grande. Para defender la supuesta identidad el ego está dispuesto a cualquier cosa… y la historia es testigo.

 

La actitud de María nos recuerda que nuestra verdadera identidad está en otro lugar, no en la mente y en nuestra identificación con ella.

 

¡Eres más que tus pensamientos y emociones!

¡Eres mucho más!

Tus pensamientos y emociones no te definen ni encierran: ¡qué liberación!

 

María sabe que nuestra verdadera identidad se encuentra más allá de la mente: por eso medita, por eso calla, por eso va para dentro. Y nos invita a hacer lo mismo.

 

La paz es tu herencia desde siempre. Tu eres paz. La paz es tu identidad más profunda, porque está en el mismo lugar donde habita el Misterio.

La paz nos precede, nos sostiene y nos espera. Somos paz. Somos paz en este “lugar sin-lugar” donde somos uno con Dios.

 

Entonces entendemos la hermosa invitación: “No hay un camino a la paz, la paz es el camino”.

 

Y también hacemos nuestras las palabras de San Juan Bosco: “Quién tiene paz en su consciencia, lo tiene todo.

 

La paz en el mundo – la paz exterior y en las relaciones – se dará como fruto de la conexión con la paz interior, la paz del ser.

 

Por eso la interioridad y la meditación son claves.

El ser humano solo descubre y encuentra la paz cuando conecta con “lo que es”, con su verdadera identidad.

 

Cuando conectamos con nuestra esencia la paz está ahí, serena y gozosa, esperándonos.

La paz es revelación y expresión del Ser.

 

San Pablo lo vio y lo expresó de manera maravillosa: “Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Fil 4, 7).

 

Dejemos la superficie. Dejemos lo pasajero. Vamos adentro, vamos en profundidad, cueste lo que cueste.

Vivamos las actitudes de confianza e interioridad de María: ahí está el camino, ahí está la meta, ahí están las respuestas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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