Tú, Maestro de la Luz, te transfiguraste
para que nosotros nos transfigurásemos.
La Luz te inundó, esta misma Luz que gozaba
el primer día de la creación.
Te revelaste Jesús, y nos revelaste:
¡Sí! Nos revelaste a nosotros mismos.
Ahora sabemos quiénes somos,
ahora sé quién soy.
Soy y somos Luz: en un cuerpo
y en la historia,
entre risas y angustias.
Todo contiene el misterio de la Luz,
y la Luz todo lo contiene.
Maestro de la Luz: ¡Oh, Cristo luminoso!
Nos entregaste el secreto
que late en tu corazón amante, vibrante;
vivir sin miedo, aun cuando la sombra
nos persigue: ¡es nube luminosa! ¡Nube luminosa!
Queremos amar estas nubes amigas en nuestros Tabores,
y queremos subir la montaña junto a ti,
Maestro luminoso y paciente.
Nos enseñaste que no hay Luz sin montaña,
no hay éxtasis sin entrega,
no hay vida, sin muerte previa.
Ahí estamos, Maestro de la Luz: ahí estamos;
anhelando contigo esta Luz que ya somos
y es nuestro hogar. Esta Luz que, serena, nos habita.
¡Qué hermoso estar ahí!
Nos gustaría quedarnos tranquilos, como Pedro;
e instalarnos en la visión, solo contemplando.
Pero hay que salir, revelar la Luz;
esta Luz que ilumina
y no puede no hacerlo.
Esta Luz que arde, sostiene, empuja.
La Luz que nos apremia.
Estamos quietos sí,
porque estamos en tu Luz.
Estamos quietos, calmos y confiados.
Y también ardemos para que el fuego
arrase a todos,
y nos una, en el éxtasis divino.
Tú eres Fuego que consume,
Luz sin ocaso,
Silencio que aturde,
Amor sin fronteras.
Maestro de la Luz,
inúndanos otra vez, hoy y siempre.
En ti Luz, por ti Luz, desde ti Luz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario