sábado, 4 de marzo de 2023

Mateo 17, 1-9


 


Tú, Maestro de la Luz, te transfiguraste

para que nosotros nos transfigurásemos.

La Luz te inundó, esta misma Luz que gozaba

el primer día de la creación.

 

Te revelaste Jesús, y nos revelaste:

¡Sí! Nos revelaste a nosotros mismos.

Ahora sabemos quiénes somos,

ahora sé quién soy.

 

Soy y somos Luz: en un cuerpo

y en la historia,

entre risas y angustias.

Todo contiene el misterio de la Luz,

y la Luz todo lo contiene.

 

Maestro de la Luz: ¡Oh, Cristo luminoso!

Nos entregaste el secreto

que late en tu corazón amante, vibrante;

vivir sin miedo, aun cuando la sombra

nos persigue: ¡es nube luminosa! ¡Nube luminosa!

 

Queremos amar estas nubes amigas en nuestros Tabores,

y queremos subir la montaña junto a ti,

Maestro luminoso y paciente.

 

Nos enseñaste que no hay Luz sin montaña,

no hay éxtasis sin entrega,

no hay vida, sin muerte previa.

 

Ahí estamos, Maestro de la Luz: ahí estamos;

anhelando contigo esta Luz que ya somos

y es nuestro hogar. Esta Luz que, serena, nos habita.

¡Qué hermoso estar ahí!

 

Nos gustaría quedarnos tranquilos, como Pedro;

e instalarnos en la visión, solo contemplando.

Pero hay que salir, revelar la Luz;

esta Luz que ilumina

y no puede no hacerlo.

 

Esta Luz que arde, sostiene, empuja.

La Luz que nos apremia.

Estamos quietos sí,

porque estamos en tu Luz.

 

Estamos quietos, calmos y confiados.

Y también ardemos para que el fuego

arrase a todos,

y nos una, en el éxtasis divino.

 

Tú eres Fuego que consume,

Luz sin ocaso,

Silencio que aturde,

Amor sin fronteras.

Maestro de la Luz,

inúndanos otra vez, hoy y siempre.

 

En ti Luz, por ti Luz, desde ti Luz.

 

 


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