sábado, 3 de junio de 2023

Juan 3, 16-18

 

 

Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad.

 

¿Qué nos dice esta fiesta?

¿Cómo interpretarla?

 

El dogma de la Trinidad se definió en los primeros dos Concilios Ecuménicos de la Iglesia Católica: Nicea en el 325 y Constantinopla en el 381. El gran problema de los dogmas es su absolutización, su vocación a cerrar puertas y a dejarnos atrapados en las creencias. Los dogmas se definieron en un lenguaje concreto y con las limitaciones típicas de la estructura finita de la realidad: espacio, tiempo, cultura, heridas afectivas y emocionales, intereses económicos y políticos, etcétera. Hoy sabemos también, con suficiente certeza, que los primeros Concilios fueron convocados por los emperadores de turno y que detrás de las definiciones dogmáticas existieron también intereses políticos. Por eso, por cuanto creemos que las definiciones dogmáticas estén inspiradas por el Espíritu, no podemos caer en la ingenuidad, la irracionalidad o la comodidad de la superficialidad.  

 

Todo esto nos lleva a ver, en los dogmas, una pista, una orientación, un “dedo que apunta a la luna”, y no la luna misma. El genial teólogo uruguayo Juan Luis Segundo tituló uno de sus libros: “El dogma que libera”. Esta es la función del dogma: liberar para el amor, liberar para el servicio: ¡como el evangelio! Si el evangelio no nos libera es que no lo hemos comprendido.

 

Jesús nos dice: “Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres” (Juan 8, 36) y San Pablo hace de la libertad su caballo de batalla: “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo” (Gal 5, 1).

 

¿Quién estuvo en el seno de la Trinidad para decirnos cómo funciona?

¿Cuál mente humana puede comprender el Misterio divino?

 

El mismo San Agustín dijo: “Si crees comprenderlo, no es Dios.

 

Las especulaciones racionales pueden ser peligrosas y estas mismas especulaciones tienen que estar al servicio de la libertad y de la vida.

 

Volvamos a la humildad, a la apertura; dejémonos inspirar por los dogmas, sin dejarnos encerrar o atrapar.

 

¿Cuál es la extraordinaria pista que nos regala el dogma trinitario?

 

Es una pista que, obviamente, está presente de distintas maneras en todas las tradiciones espirituales de la humanidad: la realidad se define por la relacionalidad, el Misterio divino es relación, la vida es relación, nosotros somos relación.

 

Todo está en relación y todo está interrelacionado: y este es también el descubrimiento fundamental de la física cuántica y de la ciencia moderna.

Lo real surge de un sinfín de relaciones. La persona humana es relación.

La genialidad de Raimon Panikkar lo explica a través de la metáfora del “nudo”:

La persona puede ser descrita como un nudo en una red de relaciones. Bajo esta perspectiva la individualidad es solamente el nudo abstracto, separado de todos los hilos que, de hecho, concurren a formar el nudo. Los nudos, sin hilos son nada, los hilos sin nudo no podrían subsistir. Los nudos tienen una función muy práctica; permiten modos eficientes de referirse a la actividad humana, desde los carnets de identidad a los derechos humanos del individuo mismo. Pero un nudo es nudo porque está hecho de hilos atados juntos con otros nudos por medio de una retícula de nudos. Los nudos no son irreales, pero tampoco lo son los hilos. La red forma constantemente un todo. Esta comparación, aun siendo espacial y material, pone de relieve que no puede existir un nudo individual, y cómo todos los demás nudos se implican el uno en el otro y se mantienen unidos. La realidad es la red, la realidad es relación. La comparación pone de relieve otra intuición humana, oriental y occidental: que en todo ser están de alguna manera reflejados, incluidos y representados los demás seres.

 

 

Un texto extraordinario que necesita tiempo, paciencia, silencio. No se dejen vencer al primer desaliento. Se lo dejo para su reflexión durante esta semana.

No caer en la pura especulación no significa no pensar o no hacer el esfuerzo para pensar; significa no absolutizar el pensamiento desgajándolo de la vida.

 

El Misterio de Dios es el Misterio del Amor y el Amor es relación. En este Misterio somos, vivimos, nacemos y morimos. Todo lo que vemos es reflejo de este Misterio y es, de cierta forma, el Misterio mismo.

Soy este Misterio desde un punto: el nudo. Somos este Misterio desde un punto. Es lo que la mística desde siempre intuyó.

 

Vivir en la Trinidad y desde la Trinidad es vivir este Misterio; es dejarse vivir por el Misterio. Es confiar y es ver, en todo, la Presencia. Es crecer en la consciencia de la relación. Es vivir sinfónicamente la armonía invisible que recorre las venas de la historia y de lo real.

 

 

 

 


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