sábado, 17 de junio de 2023

Mateo 9, 36 – 10, 8


 


 

El evangelio nos dice que Jesús, al ver a la gente cansada y sin rumbo, “tuvo compasión”. Estamos en el corazón del mensaje evangélico y de la experiencia del mismo Jesús. En realidad, estamos en el centro del mensaje de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad y no podría ser de otra manera. La experiencia religiosa de la humanidad siempre termina en la compasión. Quiero subrayar especialmente la compasión desde el budismo. Les comparto un texto del monje Thich Nath Hanh:

 

Cuando tu ser amado sufre, necesitas reconocer su sufrimiento, ansiedad y preocupaciones, y con solo hacerlo así́ ya estarás ofreciendo algo de alivio. La atención vigilante libera del sufrimiento porque está llena de comprensión y compasión. Cuando estás realmente ahí́, mostrando tu cariño y comprensión, la energía del Espíritu Santo está en ti”.

 

Para el budismo la compasión surge de la comprensión y por eso une estrictamente el amor con la misma comprensión. Dice nuestro mismo monje:

Se necesita entrenamiento para amar correctamente; y para ser capaz de dar felicidad y alegría, debes practicar la mirada profunda dirigida hacia la persona que amas. Porque si no comprendes a esta persona, no puedes amar correctamente. La comprensión es la esencia del amor. Si no puedes comprender, no puedes amar. Éste es el mensaje del Buda”.

 

Y este es también el mensaje de Jesús. Jesús mira profundamente a la muchedumbre descarriada: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (9, 36). Lo mismo ocurre con el hombre rico que se presenta a Jesús y quiere seguirle; ¿qué hace Jesús? Marcos nos dice: “Jesús lo miró con amor” (Mc 10, 21).

 

Desde la mirada surge la comprensión y, desde ahí, la compasión: ¡Qué hermoso!

Y qué maravilla que la compasión una a todos los caminos espirituales.

 

Mirar, comprender, compadecerse: es la triada del verdadero amor, la triada de la experiencia de Dios, en todas las tradiciones.

 

Es una triada que se relaciona con el crecimiento en consciencia y lo desglosa: la visión se convierte en una percepción más ajustada y profunda de la realidad que nos permite comprenderla; se comprende que la esencia de la vida es el amor y que todos estamos heridos y sedientos de amor y desde esta comprensión solo puede surgir un amor paciente y compasivo.

La famosa parábola del “buen samaritano” es un perfecto ejemplo de todo este proceso: “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera»”. (Lc 10, 36-37).

 

¿Cómo vivir entonces?

¿Cuál es el secreto de la existencia?

 

Nos lo dice el último versículo de nuestro texto: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (10, 8).

 

Somos amados por un Dios compasivo, somos amados por la misma Compasión, que bien podría ser otro nombre del Misterio. Somos gratuidad compasiva porque somos amor frágil, barro tierno, vulnerabilidad asumida.

 

La compasión no calcula y no es interesada. La compasión es gratuita, es un movimiento de un corazón que se dejó amar y transformar. La compasión es el eje de la existencia, se extiende a todos los seres vivos y empieza por uno mismo. Recordemos la fundamental invitación de Buda: “Si tu compasión no te incluye a ti mismo, es incompleta”.

 

 

 

 

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